La crisis ambiental generalizada que vivimos se viene explicando fundamentalmente como una consecuencia del cambio climático. Otras crisis ambientales algo menos publicitadas son la pérdida generalizada de biodiversidad y la escasez de agua potable de boca y para otros usos, fundamentalmente agrarios. Sin embargo, apenas se menciona la degradación de los suelos que sufren amplias zonas del planeta (según la FAO[1], el 25% de los suelos agrarios del mundo están degradados de manera severa).
El suelo suele ser considerado como la capa superficial de la corteza terrestre donde se fijan y crecen las plantas… en el mejor de los casos. Generalmente lo tratamos como si fuese un sustrato inerte, una especie de esponja donde plantar los cultivos que nos alimentan, cuando no lo ocupamos y sellamos con infraestructuras de todo tipo, lo inundamos, o lo contaminamos usándolo como vertedero.
Obviamente, el suelo es mucho más que el espacio físico donde los humanos desarrollamos nuestras actividades, el suelo es un sistema vivo. Una definición más técnica nos explica que el suelo es el resultado de la desintegración física o desgaste de las rocas subyacentes, y de su alteración química, en combinación con multitud de procesos asociados a las plantas, los animales y los microorganismos que lo colonizan. Existen multitud de tipos de suelo en el mundo en función de estos procesos, que vienen determinados en gran medida por el clima.
Los suelos constituyen pues unos componentes esenciales, complejos, vivos, cambiantes y dinámicos de los ecosistemas, incluidos los sistemas agrarios. Sin embargo, la dinámica de los suelos es lenta, muy lenta, sobre todo comparado con la escala temporal humana: un centímetro de suelo superficial tarda en formarse de cientos a miles de años.
La salud de los ecosistemas, de las plantas, los animales e incluso las personas, está vinculada a la salud de las plantas, los animales, los ecosistemas y el suelo.
Podría decirse que por el suelo empieza todo. Sin él la vida es imposible. Nuestros cuerpos están constituidos por nutrientes que proceden de los suelos.
El tipo de suelo y su estado de salud son determinantes de su fertilidad, es decir, su capacidad de producir nutrientes para el crecimiento de las plantas, que constituyen la base de nuestra alimentación (el 95% de nuestros alimentos proviene directa o indirectamente del suelo). El estado de salud del suelo depende en gran medida de la materia orgánica que contiene. La materia orgánica, formada en su mayor parte por residuos de plantas y animales en diverso estado de descomposición por efecto de organismos invertebrados y microrganismos, es por tanto esencial en la agricultura; no solo proporciona nutrientes, sino que retiene el agua y el aire, necesarios para el mantenimiento de las raíces y la vida del suelo.
El suelo, en particular su materia orgánica, tiene además otras funciones. Por su capacidad de almacenar agua, actúa como reservorio para las épocas de sequía, haciendo los cultivos más resistentes a la misma. También protege frente a inundaciones, ya que una mayor proporción de materia orgánica en el suelo supone mayor capacidad de retención de agua. Del mismo modo, es esencial en la lucha contra la erosión, pues reduce la cantidad de sedimentos que son arrastrados hacia los ríos. Los suelos son, por tanto, claves en la lucha contra la desertificación que sufre gran parte de la península ibérica y toda la cuenca mediterránea.
Otra función del suelo, quizás menos conocida por el público, es su capacidad de retener carbono. El suelo es un reservorio de carbono mucho mayor que el conjunto de los bosques del planeta. De manera que el manejo de los suelos se revela como pieza clave en la lucha contra el cambio climático. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) ha estimado que el 89% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de la agricultura puede mitigarse mediante el incremento de materia orgánica en el suelo.
La agricultura, causa y solución
Sin embargo, el manejo de los suelos por la agricultura industrial actual no solo no contribuye a incrementar la materia orgánica, sino que es la principal causa de su paulatina desaparición, y con ella de la degradación del suelo. El Joint Research Centre de la Comisión Europea ha estimado que 52 millones de hectáreas (el 16% del total de tierra arable en Europa) están afectadas por algún tipo de degradación. Este porcentaje es mucho más elevado en la cuenca Mediterránea, con el centro y sur peninsular a la cabeza, donde la tasa anual de pérdida de suelo puede sobrepasar las 15 toneladas por hectárea.
La mecanización creciente y el uso de maquinaria pesada, las sucesivas labores de cultivo con volteo de la tierra, la permanencia de suelo desnudo durante tiempos prolongados, el uso frecuentemente excesivo de fertilizantes de síntesis y pesticidas, el monocultivo en grandes extensiones, el riego en zonas susceptibles de salinización o el sobrepastoreo son algunas de las prácticas agrarias responsables de la degradación de los suelos.
Para enfrentar el problema necesitamos analizar la agricultura y el sistema agroalimentario con enfoques holísticos e integradores. La agroecología es una disciplina científica que pretende aplicar la teoría ecológica al diseño y manejo de los agro-ecosistemas para que éstos sean más sostenibles desde una perspectiva ambiental, social y económica. Se basa en una serie de principios que se pueden resumir en cinco:
- Aumentar el reciclado de biomasa y optimizar la disponibilidad y el flujo balanceado de nutrientes.
- Asegurar condiciones del suelo favorables para el crecimiento de las plantas, particularmente a través del manejo de la materia orgánica y aumentando la actividad biótica del suelo.
- Minimizar las pérdidas mediante el manejo del microclima, cosecha de agua y el manejo de suelo a través del aumento de la cobertura.
- Diversificar específica y genéticamente el agro-ecosistema en el tiempo y el espacio.
- Aumentar las interacciones biológicas y las sinergias entre los componentes de la biodiversidad, promoviendo procesos y servicios ecológicos claves.
La agricultura ecológica, la agricultura de conservación, la agricultura regenerativa, los sistemas agroforestales, los sistemas agrícolas-ganaderos integrados, la prácticas ganaderas sostenibles (pastoreo extensivo, trashumancia, etc.), constituyen sistemas de manejo que siguen diversos principios agroecológicos, contribuyendo a la generación de materia orgánica, la lucha contra el cambio climático y, en definitiva, a la salud y protección de los suelos que sustentan los ecosistemas y nuestras vidas.
People4soil, una iniciativa ciudadana para proteger los suelos
Esta iniciativa popular europea, promovida por más de 400 asociaciones, pretende que la Comisión Europea proponga un texto legislativo para conservar los suelos. Los objetivos específicos son: reconocer el suelo como un patrimonio común que necesita protección por parte de la UE, ya que aporta beneficios fundamentales que afectan al bienestar humano y la resiliencia medioambiental; desarrollar un marco jurídicamente vinculante que incluya las principales amenazas que ponen en peligro el suelo: la erosión, el sellado, la pérdida de elementos orgánicos, la pérdida de biodiversidad y la contaminación; integrar los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas relacionados con el suelo en las políticas de la UE; cuantificar correctamente y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de los sectores de la agricultura y la silvicultura.
Puedes obtener más información y firmar la iniciativa en www.people4soil.eu/es
[1] FAO (2011). The state of the world’s land and water resources for food and agriculture.
[2] Smith et al. (2007). Agriculture. In Climate Change 2007: Mitigation. Contribution of Working Group III to the Fourth Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate Change
[3] European Commission (2005). Soil atlas of Europe.