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Asco

Cabecera en Twitter de Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz del PP, con conocidos miembros de su asociación españolista Libres e Iguales.

Rosa María Artal

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Salimos de las restricciones por el coronavirus –que no de la presencia de la pandemia- con un enorme pesimismo social y con toda una gama de sensaciones sobre lo ocurrido. Los disconformes con la gestión del Gobierno son una minoría pero jaleada con tal amplitud por los medios que va calando en la sociedad. “¿Qué tal has llevado el confinamiento?”, oyes en la calle al camarero que prepara una terraza. “Bien, salvo por los políticos”, responde el amigo. “Los políticos”, el gran mantra que han colado también. Unos trabajan y otros entorpecen y agreden, pero en épocas de “equidistancia” parcial y culpable, esa simplificación funciona para los objetivos.

El Rey Felipe VI “se vuelca en reparar la imagen de España en el exterior”, leo. Mientras “en el exterior” se informa de la escandalosa conducta del “El Rey caído”, como hace, abriendo portada,  el diario británico The Times. Es decir, del padre y predecesor del actual jefe del Estado. Al mismo tiempo, el PP encabeza –con Vox y Ciudadanos- una batalla en la Unión Europea para que nos pongan caro a España acceder a los fondos comunitarios de ayuda a los destrozos de la pandemia, como quiere el paraíso fiscal holandés y la ultraderecha. No me canso de insistir: el coronavirus nos ha dejado con el esqueleto al aire de nuestras miserias.

Cualquiera que “en el exterior”, o en el interior, mire lo que está pasando en España y vea el clima de crispación creado por quienes quieren tumbar al Gobierno no entenderá los anuncios promocionales de lo majos que somos. Hay que limpiar detrás del escaparate porque muchos ciudadanos magníficos se han dejado la piel por todos. A pesar de la ingente labor de enfangar la imagen de España para sacar tajada. La reserva espiritual del franquismo y la corrupción sigue ignorando que más allá de nuestras fronteras la gente lee y se informa.

Las fallas arrancan bien alto, produce desasosiego la explicación del terrorismo de Estado -que no tiene cabida alguna en un país democrático- y por una ministra actual.  O que se saque el tema –la creación del GAL que un informe desclasificado de la CIA atribuye a Felipe González- desde un diario como La Razón.  

Da asco ver los insultos y amenazas al Gobierno a cargo de la ultraderecha y de la estupidez, que no comparten su labor de proporcionar un escudo social a los más desfavorecidos. Asco profundo a un concejal del PP en Aragón que quiere dejar “vegetal” a Pablo Iglesias porque dos tiros es demasiado rápido y es considerado ejemplar por su partido al haber rectificado, según dicen ellos. Las prácticas de tiro con fotos de miembros del Gobierno que corren por los chats de la policía,  denunciadas por algunos de ellos. Los acosos a los domicilios, diarios. Las agresiones a personas y bienes de destacadas feministas. No me vengan con “equidistancias”  que justifiquen todo esto que, sobradamente, saben que el acoso actual no tiene precedentes al menos en democracia. El clima de violencia ya desatado, la impunidad con la que actúa, la baba gozosa de quienes la alientan. Qué repugnancia, qué problemático.

Apestosa la concienzuda misión de culpabilizar al Gobierno de la pandemia por intereses que se ven por las costuras. Asco a la labor de la prensa –en genérico- lavando la imagen de Díaz Ayuso a pesar de la masacre de ancianos en Madrid. Cada detalle que sale nuevo es más escalofriante que el anterior. Fue una selección que implicaba condena a muerte, por no disponer de medios, por haberlos cercenado antes, aplicando las políticas de tijera y privatización neoliberal y de compadreo. Asco oírles en el Congreso. Asco redoblado a las versiones mediáticas tan sesgadas que parecen ciencia ficción. Uno de estos días el ideario que lanzó el PP y que fue distribuido obedientemente por los medios fue “la mano tendida” de Pablo Casado al Gobierno. Bernardo Vergara en su viñeta fue quien mejor lo definió.

Y honda preocupación –sin abandonar el asco- por esa parte de la sociedad que ha demostrado tener la cabeza a grillos y no sabe ni relacionar conceptos. Un 90% se muestra a favor de reforzar la Sanidad Pública y blindarla. La pandemia ha demostrado su necesidad vital y hasta ahí dices “bien, menos mal que se enteran”. Pero no, porque a tenor del clima que se advierte parecen dispuestos a seguir votando a los partidos que dieron el hachazo a la sanidad, y que hoy, como la inefable Ayuso, continúan privatizándola.

Los cacerolos abandonan su campaña por el fútbol y las terrazas. Los cayetanos, de entre ellos, ya se van a sus segundas residencias, yates y fiestas. Desde las ventanas de los siervos sin dinero aún se intenta mantener en pie el fuerte. Ya no deben saber ni por qué protestaban. Por los iconos que les mandaron odiar, ahora que desescalados al completo ya disponen de su libertad de contagiar.

La mitad de la sociedad no teme al coronavirus, cree, imagina, sueña, que no le afectará. En la otra mitad hay distintos grados de acojono, si se me permite la expresión. El confinamiento funcionó, fue lo que detuvo el avance del virus, que de otra forma hubiera causado casi 400.000 muertos y hubiera precisado 110.000 camas de UCI en un país al que los gobiernos dejaron con 4.000 para apañarse en toda la primera ola de la pandemia. Y ya se ha levantado. Ya se puede vivir “como antes”, solo que con el coronavirus entre nosotros.

Tiempos confusos que envenenan el cuerpo social. Si algo se ha podido hacer para frenar la COVID-19, ¿no es posible detener –incluso en sentido estricto- el veneno ultra de la turbia masa opositora?

Hoy se ha graduado en la Universidad de Oxford Malala Yousafzai, aquella niña pakistaní a quien trataron de matar en su país por querer estudiar, una actividad prohibida a las mujeres por el Régimen Talibán. Sufrió heridas de bala en el cráneo y el cuello y se temió por su vida. Por ella escribo hoy en particular, por cuantos obligan a ser héroes porque no les dan las condiciones lógicas para desarrollarse. Como los políticos acosados por el odio por hacer una labor social en países como España, en el que se vive una clara forma de talibanismo. Como el personal sanitario. Más medios, y no digo menos aplausos porque hasta eso decretaron les fuese quitado. Como tantos que han de trabajar remontando la corriente mientras se da pista libre y viento a favor a tantos indeseables. Que se trata de trabajar con normalidad, no de opositar a un puesto entre los mártires.

Al borde de la saturación a veces pero con asideros. Concluyo con el periodista Javier Valenzuela, quien abogaba estos días por la concordia, por “Seguir sumando”. Se suma con la buena gente. Evocando a Lorca escribió todo un antídoto para el asco: “El periodista debe llorar y reír con su pueblo, debe bajar al fango para ayudar a los que buscan azucenas. Lo contrario, la equidistancia entre víctimas y verdugos, es ser palanganero de los malvados”. 

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