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Es la democracia la que se tambalea...

El Tribunal Supremo inicia hoy el juicio al "procés"

Elisa Beni

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“Nulli vendemus, nulli negabimus aut differimus, rectum aut justitiam”

W.V.O Quine

Alguien tiene que decirlo. No es la integridad de un territorio fruto de la historia y la casualidad lo que se tambalea. No es cierto. Es la misma esencia de la democracia lo que peligra, ya no solo en las redes sociales o en la propaganda, sino en el mismo espacio político y hasta en el púlpito del pueblo. Hay que decirlo. No, las generaciones más preparadas de la historia no son tal. Una filfa más. No lo son. Alguien olvidó enseñarles y grabarles a fuego en el alma, en el corazón y en las entrañas la misma esencia de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. Un error imperdonable. Y miren que yo no estudié a Tocqueville sino en una universidad del Opus Dei, pero es que la generación de espíritus críticos y la adopción de los principios esenciales de una sociedad democrática no entienden de ideologías. No. Solo distinguen entre demócratas y totalitarios. Hay gente de ambas condiciones en todas las adscripciones políticas. Ahora esto es más evidente. España zozobra de democracia y esto es lo más grave que nos sucede. No hay nada que deba preocupar más. Es tarde para preguntarnos por qué creemos que “los preparaos” son los que saben diseñar centrales térmicas, o robots, u operar a corazón abierto, sin que hayamos comprobado si son capaces de entender cuál es la esencia de la vida democrática y qué se exige de cada uno de nosotros para defenderla.

Todo esto viene a cuento de que no voy a enredarme en explicarles técnicamente –que podría– por qué el Tribunal Supremo del Reino de España está habitado por unas personas que se consideran las más poderosas no solo de este país, sino también de la Unión Europea. No voy a hacerles trampas procesales ni fuegos de artificio leguleyo. Solo voy a explicarles por qué es imprescindible e imperecedera la idea de cuál es el origen de la legitimidad democrática, el PUEBLO, y por qué es irrenunciable la sagrada encomienda del representante electo en un democracia. No en vano, el legislativo es EL PRIMER PODER y aquel del que deben emanar todos los demás, dispuestos después de forma que puedan controlarse para que ninguno pueda existir sin contrapesos. Esta idea la dejo sobre la mesa sobre todo para uso y disfrute de los miembros del Poder Judicial. Es que lo han olvidado en su mayoría. Unos porque están decididos a llevar a cabo grandes hazañas, como si su misión no se limitara a aplicar la ley sin verse mediatizados por los resultados, y otros porque no ven por debajo de su nariz y piensan que todas estas alertas y sofocos van por ellos, ¡pobrecitos, esclavos de la gleba puñetera!, sin darse cuenta que hace tiempo que sus cúpulas se sedicionaron de la carrera judicial y cabalgan solo buscando aquello que consideran mejor para ellos, aunque ahora “ellos” se llame España.

No, no hay ninguna campaña contra el Poder Judicial desde los medios. Pobrecitos míos. Eso sería sencillo de lidiar. No. Hay unos individuos que han decidido hacer de su toga un sayo a sabiendas de que reman a favor de una mayoría de la opinión pública que les va a disculpar hasta la torpeza de estimar y desestimar lo mismo en el mismo auto (Llarena de nuevo).

Yo no soy independentista catalana. Eso es una obviedad. Fíjense que ni siquiera lo soy vasca y eso que si hay algo que cada día revive más en mí es el sentimiento de mis orígenes. No. Yo soy del mundo. Nada en Europa me es ajeno, pero tampoco en Latinoamérica o en África. Extranjera me siento cuando me sumergen en el territorio de lo irracional, de lo ilógico, de lo meramente hormonal. Valga esta confesión solo para hacerles ahora partícipes de mis zozobras. Es la democracia la que se tambalea. Queda muy poca gente con sensibilidad democrática y, muchos de ellos, incluso los hacedores de esa transición imperfecta pero pragmática, hoy optan por vivir enajenados, porque son conscientes de que hay muchos mundos, a pesar de que todos estén aquí.

¿Cómo es posible que una sentencia produzca el mismo efecto si se dicta, si no se dicta, si te da la razón y si te la quitan? A esta pregunta solo podrá responderles el Tribunal Supremo, que ha maniobrado hasta el punto de que ahora sepamos que solo buscaban un objetivo: mantener en prisión a Junqueras. Punto. Así pues, todo lo demás daba igual. La devaluación que realizan de la función del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, por más que de momento el Europarlamento prefiera no hacer causa, es de una gravedad infinita para una Unión Europea ya golpeada por la estupidez del Brexit. La forma penal que se ha adoptado para luchar contra el fantasma de la ruptura de España es, cuanto menos, igual de estúpida y tendrá consecuencias igual de nefastas si alguien, Gobierno mediante, no lo remedia.

La inmunidad parlamentaria, sobre la que dan vueltas y vueltas personas que no entienden ni lo que dicen ni lo que representan pero que se quieren amarrar a la barca que creen ganadora, es una barrera que protege nuestra voluntad. La voluntad del pueblo. El dios de las democracias. No se trata de si vulneramos la de Junqueras, la de Puigdemont o la de San Periquito del Valle. Se trata de que no ardamos de indignación ante la burda burla de lo que significa, que eso y no otra cosa es lo que dice la sentencia del TJUE.

La retirada del acta de un representante del pueblo, y de los cargos inherentes, sin mediar sentencia firme y por un mero acto de una administración a instancias de unos partidos políticos. Tocqueville ardería en combustión fría. Si eso, además, lo exige a gritos una aristócrata ¡oh, mon Dieu!, todos los principios explosionan.

Todo comenzó con aquel tipo que intentaba convencer a las masas de que “los políticos”, encarnados en los diputados, eran “empleados” de la gente a los que había que ordenar y exigir como a un trabajador esclavo. Eso empezó a destruir la idea religiosa de la representatividad democrática. No hay nada más sagrado que un diputado. Lo siento, señores y señoras jueces que sufrieron mucho empollando una oposición, no hay nada más sagrado que un diputado ni nada que confiera mayor legitimidad y dignidad que el refrendo del pueblo soberano.

Hemos fracasado. Los españoles no tiemblan cuando ven cómo se pisotean sus derechos en la figura de los electos por la soberanía popular. Me da igual de qué opción sea. Su dignidad y su legitimidad es la misma. Por eso sangro cuando oigo, en el templo de la democracia, que no es otro sino las Cortes, hablar de gobiernos ilegítimos o fraudulentos, justo antes de que estos sean aclamados y respaldados y consagrados por la voluntad del pueblo. Hemos fracasado, porque el único adoctrinamiento en el que no debíamos haber cejado durante cuarenta años es el adoctrinamiento en los principios democráticos y en el significado de las instituciones juridico-políticas en las que se asientan. Solo con recuperar ese sentido estarían justificadas varias carteras ministeriales.

Es la democracia la que se tambalea cuando ya la mayoría no es capaz de identificar sus esencias y de detectar sus violaciones, provengan de donde provengan. Los catalanes no dieron un golpe de Estado ni el Tribunal Supremo se está sublevando. Ambos comparten el mismo principio de intentar adecuar y modelar y retorcer las normas existentes para conseguir sus objetivos futuros.

Gritarlo es ineficiente. Los que lo saben callan porque les es más cómodo. Los que no lo saben aúllan porque buscan sus venganzas. Solo Europa podía salvarnos, y ver cómo a Europa también se la ningunea no es fuente de esperanza para ningún demócrata.

Cuidado. Es la democracia la que se tambalea.

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