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Otra justicia

Protesta frente al Palacio de Justicia de Pamplona, en Navarra

Gabriela Wiener

Estábamos alrededor de una sencilla mesa con comida, cuando Silvia Federici dijo: ¿Pero qué se pide aquí? Aquí no en el bar, aquí en España. ¿Qué está pidiendo el movimiento feminista en España?, nos increpó la autora de Calibán y la bruja. Algunas de las que estábamos comenzamos a contestar que pedía justicia, una que no fuera patriarcal, que escuchara y fuera empática con las víctimas. ¿Cárceles, penas, sentencias?, repreguntó visiblemente incómoda Silvia Federici. Nosotras la miramos, nos miramos y bueno, un poco sí va de esto la cosa, asentimos, aunque no solo de eso. Federici vive en Estados Unidos, donde hay pena de muerte, y una de sus causas colectivas es luchar contras las prisiones y reivindicar una justicia no punitiva desde el feminismo.

Tratamos de balbucear que hasta hace pocos años en España no se reconocía la violencia de género como un tipo de violencia específica. Y nada nos garantiza que no volvamos atrás. Hay un partido que quiere llegar al poder con un programa que pretende negarla otra vez. Que parte del trabajo del feminismo aquí es convencer a la sociedad de que la violencia machista es sistémica y que no puede permanecer más tiempo impune. No es muy distinta de la manera en que el feminismo de Ni una menos, en América Latina, ha enfocado el problema. Que es el Estado, al no poder brindar protección, al que reclamamos para los agresores escarmientos proporcionales a sus daños.

Ella levantó el dedo hacia nosotras y lo movió ante nuestras narices para negar: No, no, eso no. Y comenzó a hablar de la necesidad de buscar otro tipo de justicia, una que no reproduzca las mismas violencias que denunciamos, la misógina, la racista, que en instituciones como el sistema penitenciario son virulentas y nunca tienen un efecto verdaderamente transformador. Hace poco lo vimos con el caso del asesino de su esposa que salió de la cárcel para matar también a su amante y abogada defensora. La posición de Federici coincide con la de Angela Davis, que en su reciente visita a Madrid, también cargó contra la represión policial y carcelaria.

Es cierto, lo hemos hablado muchas veces entre las compañeras, que tendríamos que ser capaces de encontrar otras maneras de reparar el daño, de que no deberíamos adoptar los mismos modos de hacer del patriarcado. Que nuestros esfuerzos deben dirigirse a reforzar nuestras posiciones, extenderlas, ampliarlas, antes que pretender modificar las del otro lado. Ejercer autodefensa y procurar justicia feminista. ¿Cómo librar esa batalla en el centro mismo de nuestras vidas cuando nos relacionamos todos los días con esa subjetividad masculina, consciente o no, que obedece al mandato de la manada? Pero también, ¿cómo no equivocarnos gestionando por ejemplo, una justicia autónoma, desde nuestras propias ciudades, entre grupos de afinidad, entre mujeres o colectivos políticos ante las agresiones incluso de nuestros propios compañeros y compañeras?

Federici habló entonces de la justicia restaurativa o reparadora o compasiva, inspirada en el tipo de justicia que buscan, por ejemplo, las mujeres indígenas del sur global. Los que agreden no agreden al Estado sino a otras personas y la justicia debe servir para ellas. La restauración de la justicia pone el énfasis en las condiciones y necesidades de las personas afectadas, de las víctimas, pero también de los que ofendieron, aunque se procura no llamarlos agresores ni criminales, porque el principal objetivo de esta justicia es no estigmatizarlos. Una manera de hacerlo es intentar que ambas partes se encuentren y discutan la mejor manera de resolver en colectividad el contencioso y decidir cómo van a actuar a partir de ahora. Es un proceso en el que quienes han cometido injusticias reconocen y asumen esa responsabilidad para ofrecer reparación a quienes lo necesitan. De esta manera, se trabaja para que los que han hecho daño no vuelvan a hacerlo más. Podemos hablar de perdón, de disculpas, de devolución, de servicio a la comunidad, de comisiones de la verdad. Y el fin es que puedan reintegrarse ambos plenamente a la sociedad.

La cárcel para Juana Rivas por no querer entregar a sus hijos al padre maltratador es un ejemplo de cómo la justicia institucional se vuelve contra nosotras. De que no podemos ya esperar su tutelaje. Que debemos cuidarnos de ella como de los maltratadores. La absolución de su agresor y el juicio contra la joven abogada Arlette Contreras en Perú es otra prueba de que en la justicia patriarcal es muy fácil que la denunciante se vuelva la denunciada, porque la violencia es intrínseca al Estado. ¿Le seguimos pidiendo que nos cuide?

Las últimas contiendas de las feministas en España han tenido que ver con buscar que los violadores, como los de 'la manada', o los asesinos machistas, sean castigados para hacerles justicia a esas mujeres. Y sin embargo, nos siguen violando, nos siguen matando. ¿Podríamos estar equivocándonos? Quizá las formas imperfectas de justicia que tenemos a la mano no sean excluyentes. Referentes feministas como Davis o Federici nos enseñan que el camino del feminismo hacia la justicia podría ser otro, uno autónomo, autogestionado, reparador, uno que incluya los cuidados en comunidad y la acción desde nuestras redes de afecto y sororidad.

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