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Sobre este blog

Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

La parada portuguesa

Manifestacion en Portugal por un contrato científico digno - Foto Filipa Vala

Hace tiempo (por no decir “cuando éramos jóvenes”, que queda cutre y derrotista), salíamos a veces por la noche con un grupo de ‘ibéricos’. Los españoles del grupo solían decir que “estaba la movida madrileña y la parada portuguesa”, porque cada vez que los portugueses salíamos de un bar y teníamos que decidir adonde ir a continuación, tardábamos horas (literalmente) y no se hacía nada. Bueno, pues así están las políticas científicas en Portugal.

Hace más de un año, en agosto del 2016, salió un decreto-ley (el 57/2016) que proponía terminar con la precariedad endémica del sistema científico portugués. La idea era pasar todas las becas postdoctorales de Portugal (con un salario de 1495 euros al mes) a contratos. Idea loable. Pero en la práctica, estamos desde entonces en “la parada portuguesa”. O sea, no se está aplicando ninguna medida más para luchar contra esta arraigada precariedad, y de paso no se abren ni concursos para becas post-doctorales, ni concursos para contratos de investigador (del programa “Investigador FCT”, o “IF”, equivalentes a los Ramón y Cajal españoles). O sea, prometen que la situación de los postdocs va a cambiar porque van a tener contratos, en lugar de becas, pero se olvidan de decir que esos contratos son sencillamente la substitución de los IFs… Esta situación ha dejado mucha gente en un compás de espera que está resultando largo, muy largo… y mientras tanto no se invierte dinero público en personal investigador abriendo nuevos concursos.

A pesar de ser países hermanos y de estar en la misma balsa de piedra, hay algunas diferencias importantes entre el tejido científico portugués y el español. La principal y más nefasta es que no existe una verdadera carrera investigadora en Portugal. Vamos a ver… ¡Sí la hay! pero en ese caso no es ya “la parada portuguesa”, sino el total congelamiento: hace varios años que no hay posibilidad de conseguir una posición estable debido al ínfimo número de puestos que se abren en las categorías superiores de dicha carrera. La renovación de los equipos docentes de las universidades es mínima, y los puestos en institutos de investigación son virtualmente inexistentes. Esta situación es aún más grave que en España, donde toda la plantilla investigadora está envejecida. En Portugal, la gran mayoría de los investigadores que aún están “haciendo carrera” ya tienen canas (o llevan el pelo teñido).

Es decir, para un investigador que quiera quedarse en Portugal después de su ‘pubertad’ científica sólo hay dos opciones: o incorporarse con un puesto docente en la universidad o conseguir un contrato de investigador de cinco años de duración. Estos contratos de investigador fueron inicialmente creados en 2007 por José Mariano Gago, ministro de José Socrates, probablemente siguiendo el éxito de los contratos Ramón y Cajal en España. Estos contratos se llamaban Contrato Ciência, y su aplicación y nivel de excelencia fue desigual debido a que la evaluación se hacía de manera directa por los centros de investigación. El gobierno sucesor mantuvo estos contratos, aunque los reestructuró y les dio un nombre diferente – contratos de investigador FCT (evidentemente, no se puede otorgar demasiado reconocimiento a los gobiernos anteriores de diferente signo político…). Los IFs tienen la ventaja de ser contratos de “larga duración”, pero no son renovables. Después de 5 años, y de haber pasado por un concurso supercompetitivo, con un 8% de tasa de éxito, los investigadores tienen que presentar de nuevo su candidatura, como si fuera la primera vez. Desgraciadamente nos encontramos en “parada portuguesa” también para estos contratos desde 2015. ¿Podrían, entonces, incorporarse esos investigadores como personal docente a las universidades? En teoría sí, pero claramente, los pocos puestos que las universidades abren no son suficientes para acoger a los investigadores ‘huérfanos’, y no es fácil seguir haciendo investigación de calidad impartiendo 200 horas de clases al año.

Para entender el actual aumento del malestar, hay que destacar que Portugal ha formado en los últimos años una gran cantidad de científicos de alta calidad. Ese momentum en investigación fue también iniciado por Mariano Gago en los años 90, cuando era ministro del gobierno de Antonio Guterres (1995-2002). Durante ese período se crearon muchas becas de doctorado y becas postdoctorales para que los jóvenes científicos portugueses se formaran en Portugal y en el extranjero (programa PRAXIS XXI). En cierta manera, la creación de Contratos Ciência en la década siguiente, fue una respuesta a esa generación que estaba esperando una oportunidad para volver a Portugal. Evidentemente, esa situación contrasta con la situación actual de dos años en “parada portuguesa”.

Portugal (como España, aunque bajo distintas circunstancias) está perdiendo un momento histórico para ponerse al nivel de la comunidad europea en materia de investigación científica. Ambos países tienen a su disposición la materia prima más preciada y más difícil de conseguir para ello: recursos humanos plenamente formados y con la experiencia, y el “know how” necesario para alcanzar posiciones de liderazgo en multitud de áreas de conocimiento. Aquellos investigadores formados durante años de inversión en temas científicos ya han dado buenas pruebas de su gran calidad investigadora. Si continúa la ‘parada portuguesa’ durante mucho más tiempo, esos años de inversión serán muy provechosos para otros países, que acogerán (y que ya están acogiendo) a estos científicos que fueron formados con dinero público portugués. ¿Es eso lo que queremos?

El actual gobierno portugués le ha plantado la cara con éxito al austericidio que la Unión Europea ha impuesto a los países mediterráneos. A diferencia del gobierno español, Portugal está basando su recuperación en mejorar la economía de las personas, invirtiendo en sacar primero de la pobreza a la población en riesgo, y luego haciendo inversiones estratégicas que puedan dar lugar a un crecimiento adecuado con las capacidades del país a medio plazo. Los efectos a medio plazo de esta apuesta son que las empresas traen en gran parte a sus propios empleados. Pero, si la situación actual de inversión de esas empresas no se prolonga en el tiempo, crearán poca escuela y por tanto dejarán un magro tejido de innovación en el país cuando aparezcan nuevas oportunidades en otros lugares y estas empresas abandonen Portugal. Hay otras maneras de mejorar la situación, que pasan por aprovechar al máximo el esfuerzo en formación de estas décadas.

Desgraciadamente, sin embargo, Portugal está cometiendo uno de los grandes errores del gobierno de su vecino español, y no está apostando decididamente por la gran capacidad de investigación de vanguardia que tienen los países mediterráneos. De hecho, está confiando su apuesta por la innovación a la mejora de la fiscalidad para que pequeñas y medianas empresas tecnológicas se instalen en el país, olvidando de esta manera el potencial acumulado de un sector público que, al igual que en España, podría fácilmente duplicar o triplicar su capacidad actual.

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