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Juan Manuel Roca: “A mayor violencia, mayor fe en la palabra”

El poeta colombiano Juan Manuel Roca.

Paco Gómez Nadal / Mariano Calvo Haya

“Nadie”, así le dijo Ulises a Polifemo cuando el cíclope le preguntó su nombre. Nadie. “Me impactó mucho eso, que un héroe quisiera llamarse nadie, como una gran crítica a la fugacidad del tiempo. Luego cuando leí al capitán Nemo -que en griego quiere decir Nadie- me interesó esa ironía que permite desacralizar la idea de que hay unos que son alguien y son nadie”.

Juan Manuel Roca, fascinado por los nadie, se columpia en las palabras de Homero, o de García Lorca, o de César Vallejo, o de Julio Verne, o de Yannis Ritsos, o de Miguel Hernández, o de José Asunción Silva, o de Nazim Hikmet Ran… La conversación del poeta colombiano invitado a la descarga final de La Surada Poética 2016 es un viaje inagotable por la fuerza de la palabra en castellano, una “lengua que no se quedó enquistada en el tiempo, que sigue viva”.

Juan Manuel Roca (Medellín, 1946) ha logrado, con el pasar de los años, ser Juan Manuel Roca. Quiso ser César Vallejo, pero Vallejo ya fue. “Quemé mi primer libro porque era excesivamente y pobremente vallejiano. No podía ser Vallejo: no soy cholo [mestizo indígena], no tengo la raigambre indígena de Vallejo, no tengo la melancolía andina, no tengo el sufrimiento de César Vallejo, ni estuve preso por las huelgas de los mineros de tungsteno. No podía ser César Vallejo, no podía ponerme una trenza a la usanza indígena ecuatoriana… me tocó aceptar que no podía ser él y conformarme con ser Juan Manuel Roca. Ahí empezaron mis tropiezos”.

El Premio Nacional de Poesía (Colombia), Premio Lezama Lima (Cuba) o Casa de Las Américas de Poesía (y así hasta llenar varios párrafos) podría pasar inadvertido. Si no escribiera, si no hablara como habla, si no tuviera claro que “aunque no puede vivir de la poesía, no puede vivir sin poesía”. Roca presenta este viernes 25 de noviembre, a las 19.30 horas, su libro 'Las hipótesis de Nadie' en la librería La Vorágine de Santander, que lo ha editado en España, y este sábado estará en esa descarga de viento sur junto a Francesc Bravo, Ritxi Poo, Maribel Fernández Garrido, Pedro Luis Verdejo y Juan G. Quizá, como dice el propio Roca recién llegado de Bogotá a Cantabria, en estos días tengamos la oportunidad de “festejar a Nadie para presumir que somos alguien”.

Nadie, si nos aferramos al poema que da título al libro, “puede ser el que nunca fue, / El que nunca será, / El que se cansó de haber sido. / Quizá sea en el país de los desaparecidos / El único aparecido que llamamos fantasma, / El que pone a traquear / Las escaleras en la noche / O tumba una sartén en la cocina, / El que cambia de sitio a los cubiertos / Que no logramos encontrar, / El ladrón de lejanías”.

¿Hay brechas entre la poesía en castellano a ambos lados del océano Atlántico?

Se puede mirar la poesía a uno y otro lado y encontrar muchas afinidades en cuanto a lo temático y, claro, con ciertas diferencias en el uso del lenguaje. Pero han sido tan grandes esos vasos comunicantes entre las dos culturas que un poeta latinoamericano nos puede llevar en sus cabeceras, en sus influencias, a poetas de España y viceversa. Eso se da, especialmente, desde la época del modernismo, con Rubén Darío a la cabeza y con colombianos como José Asunción Silva. El modernismo fue una manera de devolverle las carabelas a España cargadas de un nuevo sentido de la lengua. La poesía nunca volvió a ser la misma ni siquiera en España. El primer territorio libre de América fue el modernismo.

Hay poetas que son como los hombres de Cromañón de todo lo que se ha escrito posteriormente, en España y en Latinoamérica, son poetas que para nosotros han sido infinitamente gestadores, preñadores… En mi caso particular, porque cada uno tiene sus filias y sus fobias, uno de esos poetas de Cromañón que me ha acompañado como una prótesis para caminar en el mundo ha sido Federico García Lorca. En mi adolescencia cayó en mis manos 'Poetas en Nueva York' y fue deslumbrante y siempre me ha acompañado. Nadie ha penetrado de forma sociológica, aguda y libertaria (Lorca decía que todo poeta era anarquista) en esa ciudad. Para mí es el aporte más grande al surrealismo. La mayoría de los poetas de mi generación lo hemos tenido como un poeta de la guarda y lo sigue siendo de muchos poetas jóvenes. En la universidad en la que doy clases, hay que ver cuando los jóvenes leen 'Poeta en Nueva York' como los tumba del caballo, del caballo de la razón, de la mansedumbre, del conservadurismo… Hay más proximidades que reticencias.

¿Y de Latinoamérica? ¿Cuáles son sus filias y sus fobias poéticas?

A mí el poeta que más me ha deslumbrado de América Latina y que me ha acompañado en mi vida desde que tengo uso de razón poética es César Vallejo. Parte de mi adolescencia la viví con un tío poeta vanguardista de los años veinte, cuando en Colombia no había vanguardias: Luis Vidales. Él puso en mis manos un libro de César Vallejo, recuerdo la edición con una gamuza azul… preciosa. Eso me bajó de una línea de conducta que era casi única en ese momento para mi: la de ser un gran futbolista. Tuve unos días de incapacidad, me puso ese libro tentador y empecé a leerlo. Me deslumbró para siempre. Sonará pedante que un adolescente lea a Vallejo y se deslumbre, pero la verdad es que leí a Vallejo y cambio mi vida. Me emocionaba incluso sin entenderlo, quizá porque la poesía se entiende mejor con la inteligencia del corazón que con la del cerebro. Me fascinó esa manera de ir al hueso del lenguaje, no a la adiposidad del lenguaje, no al pulso lingüístico que encontraba en Neruda, que la verdad nunca ha sido santo de mi devoción. Y ahí decidí dedicarme a escribir poesía, o a algo que se podría llamar poesía… Es un poeta que influyó mucho en lo que yo empecé a escribir.

Usted viene de un país que, como mínimo, lleva 60 años en los que las balas han sonado más que las palabras. ¿Qué sentido ha tenido para usted escribir poesía todos estos años?

Nuestro anfitrión secreto, José Eustasio Rivera [la entrevista se hace en la librería La Vorágine], en 'La Vorágine' escribe: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Parece que los colombianos le jugáramos al azar todos los temas y por obvias razones, sociales y políticas, no los termina ganando el tema de la violencia.

Sin que sea una cosa programática o fundacional, la poesía colombiana se ha vuelto en momentos de una crisis tan honda, en que lo primero que entra en crisis es la palabra… se ha vuelto una especie de resistencia espiritual. De ahí que el festival de poesía más grande del mundo, y lo llamo de esa forma hiperbólica sin exagerar, es el de Medellín y nació en un momento de la cruenta violencia del narco, de los grandes desplazamientos forzados en el país. Adorno decía que cómo se podía escribir poesía después de Auschwitz. Precisamente, ahí es donde hay que escribirla. Porque la poesía es algo más que un género literario, es una manera de andar por el mundo, de respirar en él. Y lo social y lo político son parte de lo poético.

Yo digo que como no se ha podido poetizar la política, se ha politizado la poética y muchas veces de una manera muy pobre: la poesía de puño cerrado, el panfleto, el ideologismo han dejado, además de buenas intenciones, unos registros muy pobres.  Desde una orilla, siempre la de la derecha, se critica la poesía política. Y se señala los malos pasos de la poesía política, el mal Neruda, que hay un mal Neruda –diría que Neruda es un gran poeta malo a veces es muy bueno–, Benedetti, aunque sé que me gano muchos líos al decir que es insufrible, y tantos otros, generalmente gente muy afincada en una ideología partidista. Pero la otra vía de la poesía política con un alto rango estético no la señalan: es la de Rene Char y los poetas de la resistencia francesa, la de Yannis Ritsos, la del turco Nazim Hikmet... En nuestro caso, César Vallejo, Miguel Hernández… por supuesto Aimé Césaire, el gran poeta de Martinica, el mejor Bertolt Brecht, Paul Celan... Las circunstancias de que Colombia haya vivido una encrucijada histórica tan dramática y se atreva al canto es muy interesante. Además, a pesar de todo, de que no se edite poesía, de que la poesía está en la trastienda literaria de Colombia, la poesía atrae masas en mi país, no hay nada que atraiga más a los jóvenes. A mayor violencia parece que hubiera una mayor fe en la palabra.

En el estado español hay un fuerte movimiento poético de la conciencia crítica. ¿Cree que es necesaria esa etiqueta? ¿Hay algo similar en Colombia?

No, en Colombia no existe nada similar, sino de manera periférica. Aunque la revista Prometeo y el Festival de Medellín contienen un aparato crítico. La poesía de la conciencia crítica es fundamental, ahí hay grandes hallazgos, pero creo que es de un activismo más bien reciente y está en formación. El poeta tiene que cumplir un papel necesariamente crítico. Yo me distancio de forma refractaria de poetas que hacen una poesía muy bien elaborada, muy bien  hecha y respetable… me parece que lo que no está sucio de realidad –y no hablo de realismo socialista– cojea y se vuelve un objeto, meros aparatos verbales estetizantes, nada más. Hay un cronista colombiano de los años veinte que yo pondría entre los poetas, Luis Tejada, que decía que era muy fácil en un mal poema llevarle a la amada un ramo de rosas porque las rosas tienen una heráldica poética, que lo difícil es llevarle un ramo de zanahorias a la amada y lograr que sea poético.

Lo que sí le falta a nuestra poesía, y se lo pediría a la poesía que trabaja lo político y lo social, es la ironía. Hay que quitarle hierro al asunto, hay que oxidar ese hierro, llenarlo de pátina y de orín y desacralizar esos temas.

Acaba de publicar una antología de poesía anarquista y a usted se le etiqueta muchas veces como poeta anarquista... ¿Qué significa para usted lo libertario?

A mi el rótulo de anarquista me gusta pero no me parece justo. Yo no tengo esa pasión por el otro, no tengo esa capacidad de entregarme por el otro como lo hicieron los anarquistas. Si uno coge el santoral anarquista… ¡caramba! ¡qué coherencia!, ¡qué belleza!, ¡qué entrega! Yo no creo haber hecho nada parecido, pero que mi espíritu ronda esos espacios, sin duda. Poesía y libertad caminan por la misma carrilera.

Si uno se pone a pensar en el orden estético, en la narración o desde la teoría filosófica el anarquismo ha generado grandes figuras. Hay muchas referencias anarquistas… Hay un gran fresco del anarquismo que es extraordinario. Y a eso se le adhieren grupos de personas que piensa en contravía de lo establecido y que no son aceite sino arena en la maquinaria del horror. Por ejemplo, los situacionistas, los patafísicos… se mueve un espectro muy interesante para las artes.

Yo no me siento anarquista, me siento muy ligado a lo libertario y admiro mucho a los grandes anarquistas, que me han influenciado, sin duda, pero a mí me parece muy grande el rótulo. Hay dos rótulos inmensos que cuando alguien los junta para referirse a mi no sé donde esconderme: poeta y anarquista. Yo le digo a mis amigos que cuando sea grande seré anarquista. 

Roca es un grande. Un grande de la palabra que ama la conversación y el buen trago compartido. Un poeta a tiempo completo que también navega en el ensayo y que camina el mundo cargado de espejos –“límite del mundo y un más allá del mundo”- y de una ceguera luminosa –“la poesía es una luna que ilumina nuestra oscuridad”. De esas alforjas han salido algo más de una treintena de poemarios, un par de novelas y un puñado de buenos ensayos sobre arte, poesía, memoria y anarquismo. Ahora, en Cantabria, deja la semilla de 'Las hipótesis de Nadie'.

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