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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal
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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El club catalán de la comedia

Javier Arteta

No le faltaba razón al periodista republicano, Manuel Chaves Nogales, cuando veía en el independentismo catalán una “rara substancia que se utiliza en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo, y en Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras”. Un pretexto, pues, que sirve hoy para dramatizar las supuestas incompatibilidades de dos partidos, y Gobiernos, de derechas que, unidos por sus intereses de clase, y por sus políticas de recortes sociales, entran en discordia empujados por sentimientos nacionales antagónicos. De ahí que, de un tiempo a esta parte, la política española esté a punto de convertirse en un juego de patriotas; y que, parafraseando a Cervantes, sea posible hablar de Cataluña como de ese extraño lugar en el que toda insensatez tiene su asiento.

Ahora mismo, Artur Mas, harto de dialogar hasta el amanecer con una España incapaz de darle la razón, ha convocado unas elecciones anticipadas, formalmente autonómicas, pero políticamente plebiscitarias. Un genio el chaval. Legalmente, no se le puede decir nada, aunque políticamente trata de utilizar la ley para salirse de la legalidad. De forma que, el 27 de septiembre va a servir para que los catalanes puedan ser contados y una supuesta mayoría independentista (en escaños parlamentarios, y no necesariamente en votos) separe del rebaño nacional a los malos catalanes, o catalanes a tiempo parcial, de los catalanes al cien por cien, los que se han hartado de decir que no quieren saber nada de una España que les maltrata y que no les deja ser lo que son.

Con esta estrategia, CiU se ha quedado sólo en C; y como no sabía Mas qué hacer con la copulativa, se ha agenciado los servicios de ERC y de los agentes sociales necesarios para compensar el descuelgue de Unió con una verdadera lista de Unidad Nacional, Junts pel sí, hecha por patriotas auténticos, incluidos comunistas repescados en las rebajas ideológicas que todo nacionalismo acaba imponiendo a un país.

Dicen que este desafío secesionista es de una gravedad sin precedentes. Pero a mí, más que la preocupación, me entra la risa, viendo esa mala representación teatral que nos ofrecen. Como si se alzara el telón antes de tiempo y nos tocara ver a unos actores que se enfrentan al público a medio vestir, colocándose aún las pelucas y con el texto sin terminar de aprender, porque no es precisamente fácil. A ver cómo se explica a la gente que quien está destinado a ser president si gana su lista se vea obligado a hacer de telonero en los mítines de un tal Raül Romeva, que es quien la encabeza; y que le coge gustillo a ser el primero, hasta el punto de poner en duda la presidencia de Mas, que no figura en ningún compromiso escrito en el documento de quienes se comprometieron con la candidatura independentista. Lo que, a su vez merece los puntos sobre las íes del Gobierno convergente, recordando que lo de Mas estaba hablado y bien hablado entre los integrantes de la plataforma electoral. Y, asomando la oreja, los de Esquerra se ven obligados a precisar que, efectivamente, lo de Mas no estaba escrito, pero sí hablado.

Aunque, por lo visto, no suficientemente aclarado, porque, días después, el mismo partido, evidenciando su gran fiabilidad como socio, invitaba a la coalición de Iniciativa y Podemos (Catalunya Sí que es Pot) a formar tras las elecciones un Gobierno de izquierdas, obviando el hecho de que los de Pablo Iglesias y compañía ya habían dejado claro que con Mas no querían ir ni a heredar (por miedo seguramente a que les robara su parte de la herencia, que tras lo de Pujol no hay quien pueda estar del todo seguro).

De modo que quienes tratan de acaudillar la independencia de Cataluña se encuentran de buenas a primeras con que no tienen caudillo. Y más que una unidad de país, lo que ofrecen no es otra cosa que un gallinero. Lo más apropiado para desternillarse de risa, que es, mirándolo bien, la única forma de tomarse en serio todo este asunto; siempre, claro está de que quienes se rían a mandíbula batiente sean los ciudadanos de Cataluña, sepultando en un alud de carcajadas las imposturas del nacionalismo para mantenerse en el poder contra viento y marea. En caso contrario, a lo mejor habría que extremar la seriedad y recurrir a las advertencias de los viejos rockeros de la Ciencia Política. Entre ellas las de un tal Maquiavelo, que nos dejó escrito: “… el pueblo, engañado por una falsa apariencia de bien, desea muchas veces su propia ruina”. Y hay que reconocer que en esto, como en otras tantas cosas, Maquiavelo tenía más razón que un santo, aunque no se esmerara en vida por ejercer como tal.

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