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El deterioro de una residencia de mayores de Madrid: “Les tienen aparcados en un comedor sin hacer nada”

Los trabajadores de la residencia de Arganda del Rey llevan años denunciando la falta de personal / OLMO CALVO

Laura Galaup

“Esto antes era un hotel cinco estrellas”, aseguran familiares, residentes, trabajadores y vecinos del municipio de Arganda del Rey sobre la residencia de mayores del municipio, gestionada por la Comunidad de Madrid. Además de la falta de personal, explican que los recursos con los que contaba este centro público han ido desapareciendo. Sin actividades diarias de entretenimiento y con residentes mucho más dependientes.

Familiares y trabajadores llevan años quejándose por la saturación. Los allegados de los residentes dependientes admiten que sienten “impotencia” por la carencia de personal que ven diariamente. “Vengo todos los días, no he faltado uno desde que mi marido entró aquí”, cuenta Alejandra, cuya pareja lleva tres años en la residencia de Arganda.

“Tienes que venir para comprobar que no le han dejado sin cambiar ni deshidratados”, replica Gloria. Ella y su hermana se turnan cada dos días para visitar a su madre. La misma angustia que sienten estas mujeres la relatan también Guadalupe, Anastasia, Vitorio, Mary y Charo. El Gobierno de Cristina Cifuentes defiende que cumplen la normativa en las ratios y que no hay que dotarla de más enfermeros porque “no es un hospital”.

Las personas que están en contacto con este centro plantean que el consejero de Políticas Sociales desconoce la realidad de la residencia al asegurar en una declaración pública que es un lugar de paso en el día a día de los mayores, donde van a dormir y con “multitud de actividades”. Consideran que obvia que la mayoría de sus residentes no se valen por sí mismos.

“No vives tranquila sabiendo que está aquí”

Estos entrevistados le recuerdan que llegó un momento en el que no podían continuar con sus familiares en casa por el alto grado de dependencia que alcanzaron y decidieron pedir una plaza en esta residencia pública. “No vives tranquila sabiendo que está aquí”, reseña Anastasia. Su madre lleva aquí siete años y solicitó plaza tras caerse mientras movía a su progenitora. “No puedes con ella y necesitas que la trate algún profesional”. En la mayor parte de los casos, estos residentes ya no se quejan si llevan horas con el mismo pañal sucio; muchos ya no se dan cuenta.

Juntos pasan las tardes, llevan años sin faltar a la cita. Temen que si no lo hiciesen estos mayores pasarían el día en un comedor, sin salir a la calle. Estas familias aprovechan la visita para darles una vuelta con la silla de ruedas por el pinar que hay dentro del recinto, les dan la merienda y entre ellas se ponen al día. Las conversaciones sobre la falta de personal son repetitivas en los encuentros.

Como pudo comprobar eldiario.es una tarde de agosto en este centro y han confirmado trabajadores y familiares, los residentes que no reciben visita pasan la mayor parte del día sentados en su silla de ruedas unos frente a otros, muchos no tienen capacidad dialéctica y, cuando necesitan algo, algunos lo piden a gritos.

“A las diez de la mañana les sacan de la cama y les tienen sentados hasta las ocho de la tarde en un comedor sin hacer nada. No me extraña que algunos estén mal de la cabeza, les tienen aparcados”, dice Charo, cuya madre lleva seis años en el centro. Como entretenimiento, la residencia cuenta con una pequeña televisión sonando en el salón a lo largo del día para medio centenar de ancianos, muy alejada de muchos de ellos. La mitad no pueden verla porque les han sentado de espaldas.

La Comunidad de Madrid reconoce a eldiario.es que el perfil de los dependientes ha cambiado, pero asegura que no han desaparecido las actividades. Según apuntan desde la Consejería de Políticas Sociales cuentan con un programa de dinamización, así como actividades sociales y culturales “realizadas por el personal propio del centro”.

El Gobierno hará un estudio sobre la residencia

El Gobierno de Cifuentes se ha comprometido con el alcalde de Arganda a hacer un estudio de esa residencia tras reunirse el pasado miércoles. Desde la Comunidad de Madrid aseguran que no se van a centrar solo en esa y van a analizar todos los centros de mayores. Este recurso público fue denunciado ante la Fiscalía después de que un enfermero alertase de la muerte de una de sus residentes por la falta de personal. Él solo atendía a 343 ancianos y la situación de precariedad ya había sido advertida por la plantilla hace dos años.

Ante cualquier crítica sobre su funcionamiento, la respuesta de la Comunidad de Madrid siempre ha sido la misma: “Se cumplen las ratios establecidas”. Familiares y residentes no lo ponen en duda, pero cuestionan que esas cifras sean las adecuadas para garantizar una asistencia de calidad a los residentes, la mayor parte de ellos con un alto grado de dependencia. “Ahora hay que cambiar las sábanas a diario, antes no era tan frecuente que se orinasen en la cama”, apunta en conversación telefónica con eldiario.es Pilar García, secretaria del Comité de Empresa y miembro del sindicato CSIT.

Además esta organización tiene sospechas de que el Ejecutivo regional ha decidido destinar esta residencia a “grandes dependientes”. El consejero regional de Políticas Sociales defendió las plantillas actuales argumentando que una residencia no es un hospital. “Las residencias son lugares donde pernoctan los mayores, donde conviven los mayores, donde hacen multitud de actividades, donde almuerzan y donde desayunan, y cuando tienen un problema médico o sanitario se les traslada al hospital correspondiente”, añadió, según recoge Europa Press.

Desmienten al consejero

La experiencia de los residentes, familiares y trabajadores no coincide con estas declaraciones. María Pilar ha vivido el cambio experimentado por el centro. Esta mujer es una residente veterana, de las pocas que quedan que tienen independencia y se hace la cama todas las mañanas. Cuando ella llegó hace 14 años, dice, la residencia de Arganda “era un paraíso”. Entró junto a su marido porque él enfermó y llegó a perder el habla. Los dos convivían juntos en una habitación de matrimonio.

Entre los puntos fuertes de este centro, destacaba la variedad de actividades de entretenimiento que les ofertaban. “Antes nos llevaban de excursión, nos sacaban de viaje. Íbamos dos veces a la semana a la piscina, teníamos un profesor de tai-chi y gimnasia todos los días. Ahora no queda nada”, explica a este medio mientras cena en el comedor de la séptima planta. Esta es la zona en la que hay más residentes “válidos”, así denominan a los que no dependen en gran medida de los profesionales sanitarios.

Esta residente ha ido viviendo cómo el perfil de sus compañeros se ha ido agravando. Según cuenta, en verano antes se organizaban fiestas en las que todos los residentes bajaban al pinar. Los que iban en silla de ruedas eran desplazados por los trabajadores, y ahora ni se lo plantean porque no tendrían tiempo para trasladar a todos.

Auxiliares de enfermería desbordadas por los pasillos

Las dimensiones de este centro público son amplias. Distribuido en siete plantas, tiene una superficie de 40.000 metros cuadrados y está habilitado para albergar alrededor de 350-400 residentes. Cada planta tiene dos alas, a y b, ambas conectadas con una zona común. Recorriendo el pasillo que une estos módulos las auxiliares de enfermería se sienten desbordadas. Solventan las demandas de los residentes, les lavan, les cambian, les dan de comer y atienden a sus familiares.

“No me va a dar tiempo a limpiar a un señor que huele a pis porque tengo que colocar todas las medicinas para la cena”, cuenta una de ellas, que asegura que está sola para atender a toda la planta. La tarde en la que eldiario.es visitó la residencia había tres enfermeras para atender a todos los residentes, según informó uno de los trabajadores.

María Pilar reside en la séptima. En las dos últimas es donde hay más residentes que se valen por sí mismos. Su vecina, Teresa, también llegó con su marido y estuvo viviendo con él hasta que falleció. Lleva 17 años en contacto con este emplazamiento. Antes que ella, su madre estuvo siete años viviendo también aquí. “A esto le ha pasado una riada por encima y lo ha arrastrado todo”, relata esta mujer de 77 años, para explicar la situación en la que se encuentra este centro.

“Antes la mayor parte eran como yo, se podían hacer la habitación. Daba gusto. Ahora les tienen que lavar, levantarles de la cama y darles de comer”, explica Teresa a eldiario.es en su “casa”. Así invita a entrar en la habitación que ocupa también en la séptima planta. Rodeada de material de costura, de una máquina de coser y con una pared recubierta de fotos de su boda, de su hijo y su nieta. “Aquí no hay limpieza, no les da tiempo”, añade.

Jesús tiene la misma sensación sobre la saturación y el perfil de los residentes. Se siente solo porque no encuentra muchas actividades para entretenerse desde que llegó hace tres meses, después de que le diagnosticasen una esclerosis. “Me he traído un dominó, una baraja, un taco de billar, pero ¿con quién lo uso? ¿juego conmigo mismo?”, se pregunta de forma irónica para subrayar la escasez de compañeros con los que podría jugar al mus.

Cafetería cerrada

La secretaria del Comité de Empresa, Pilar García –miembro del sindicato CSIT– asegura que la residencia cuenta con una sala habilitada como un cine que no se utiliza. También hay un espacio reservado para una cafetería que se cerró hace años. “Los señores venían y se tomaban un botellín, se podían relacionar ahí. También se lo han quitado”, reseña Charo.

Aún clausurada, esa zona sirve para que las familias que visitan la residencia bajen a tomar en sus sillas la merienda que llevan de casa. Con los recortes, la portavoz de CSIT indica que también han dejado de realizar algunas celebraciones navideñas. “Antes venían los reyes magos, ya no les dejan entrar”, afirma. La Comunidad de Madrid desmiente que hayan desaparecido estas actividades.

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