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Los refugiados cultivan tierras confiscadas a la mafia

Varias personas en un centro de identificación y selección de recién llegados en Pozzallo, Sicilia.

The Guardian

Lorenzo Tondo —

Badu no sabe quién es Toto Riina, La Bestia, y ni siquiera ha oído hablar nunca de Bernardo Provenzano, El Tractor. Sin embargo, los campos verdes en los que trabaja este refugiado de Gambia de 24 años pertenecieron un día a la Cosa Nostra, la aterradora mafia siciliana, cuyos líderes indiscutibles eran Riina y Provenzano. Por supuesto, ha visto El padrino. “Por lo menos cuatro veces”, dice. Badu también sabe que esta es la ciudad en la que nació y se crió el famoso don Vito interpretado por Marlon Brando.

Bienvenidos a Corleone, en el oscuro corazón de Sicilia, entre olorosos viñedos, campos de trigo y muchos olivos. La mafia de la vida real gobierna esta localidad desde hace más de 30 años y la ha convertido en su bastión. Hoy, en una región conocida en todo el mundo por sus capos y sus asesinatos, los refugiados Badu, Aziz, Seydou y Mohammed trabajan en terrenos confiscados a la mafia.

El proyecto se llama Drago (Development Resources Agricultural Growth Organic). Proporciona formación a los solicitantes de asilo en tierras de cultivo confiscadas por la policía y entregadas a cooperativas, que las usan para producir aceite orgánico, pasta, vino y verduras. Los refugiados participan en el cultivo de los productos, desde su procesamiento hasta su empaquetado, y luego estos son etiquetados como “libres de extorsión”. Esta marca certifica la legalidad del producto en un lugar en el que la mafia lleva mucho tiempo subyugando a los pequeños emprendedores y comerciantes y obligándoles a dar a los jefes mafiosos una parte de sus beneficios.

Andrea Camellini es el coordinador de proyectos de Girasoli, la asociación que gestiona la acogida de miles de refugiados en Sicilia. Explica que “este proyecto busca ser un ejemplo de cómo reutilizar patrimonio confiscado a la mafia promoviendo el desarrollo social y sostenible”. “Es una forma seria y ética de contribuir al crecimiento económico del territorio”, agrega.

Hay once refugiados trabajando en Corleone, seleccionados desde los numerosos albergues de Sicilia. Además de ropa, comida y alojamiento, los solicitantes de asilo reciben un salario de unos 600 euros al mes de la Unión Europea, a través de su fondo para los refugiados.

La mayoría nunca ha trabajado en el campo. Zafir, de 38 años y procedente de Cachemira –una región asiática devastada por la guerra– es profesor de matemáticas. Seydou, de 24 años, que huyó de Gambia, es sastre. Salif, de 31 y de origen maliense, trabajaba como electricista.

“No fue fácil enseñarles técnicas de cultivo”, explica Camellini, “pero al final lo logramos y a muchos de ellos les gustaría seguir trabajando en el sector. En el último año han ido llegando cada vez más. Comen y duermen en nuestra oficina y, por las mañanas, los llevamos a los campos”.

El despertador suena a las seis de la mañana. Apenas hay tiempo para un desayuno rápido de cruasans y café. Sobre las siete, Badu y sus amigos trepan a bordo de una furgoneta azul desvencijada que los lleva a los viñedos de la Cosa Nostra, a unos dos kilómetros del pueblo, por una carretera sinuosa llena de baches a través de tierras, granjas y zonas de pasto de ovejas.

Hay unas 50 hectáreas de terreno que hasta 2007 pertenecían a Giovanni Grizzaffi, de 63 años, fiel sobrino de Riina. Su tío fue detenido en 1993 y es considerado el gánster más sanguinario de la historia de la mafia, responsable de la muerte de más de 60 personas. Grizzaffi era el encargado de gestionar su patrimonio, incluidos los frondosos viñedos que los refugiados se están ocupando de podar esta mañana.

“Al principio era extraño trabajar aquí”, relata Badu, que huyó de Gambia, pasó por Libia y llegó a Sicilia en barco en 2014. “Cuando nos dijeron que estas tierras pertenecieron a la mafia, no puedo negar que me asusté. Solo conocía la mafia siciliana por las películas y tenía miedo de que, un día u otro, nos matarían por lo que estábamos haciendo. Tardé un poco en acostumbrarme y dejar de mirar por encima del hombro cada vez que oía un ruido extraño”. Aún faltan dos años para que Grizzaffi vuelva a poner el pie en Corleone.

La policía lo arrestó en 1993, pocas semanas después de la captura de Riina, y lo mandó a una cárcel de máxima seguridad con una condena de 25 años. A pesar de que los capos de Corleone están casi todos encerrados, el pueblo sigue bajo estricta vigilancia policial. En las últimas semanas se ha investigado al gobierno local por vínculos con la mafia.

“La mafia de Corleone no está muerta”, explica Calogero Parisi, presidente de la cooperativa Lavoro e Non Solo, que desde finales de los años 90 está a cargo de la gestión de los terrenos confiscados. “Simplemente se ha contenido con los arrestos y condenas. Cuando pillan a un capo, otro lo releva de inmediato. Y el nuevo ya habrá designado a su sucesor, por si también lo matan o lo detienen”.

A la mafia de Corleone desde luego no le gusta la idea de que sus terrenos ahora pertenezcan a la comunidad y a las organizaciones que predican la cultura de la legalidad. Por eso de vez en cuando los capos mandan a sus familias a invadir las tierras que antiguamente les pertenecían y a que sus ovejas pasten en los campos ahora cultivados por los refugiados. Es una forma de dejar claro que, tarde o temprano, los recuperarán.

“Los hemos denunciado muchas veces”, señala Parisi. “Están tratando de intimidarnos, pero no tenemos miedo. Estas tierras siempre han pertenecido a terratenientes ricos que a lo largo de la historia han utilizado la mafia para extorsionar y explotar a la gente. Ahora es el momento de devolverlas a la comunidad”.

Parisi ve el proyecto de reutilizar el patrimonio confiscado a la mafia como una continuación de las luchas de los campesinos contra los ricos terratenientes. De hecho fue en estas tierras alrededor de Corleone donde empezaron las batallas para reconquistar la tierra, en la Italia de la posguerra. En aquel momento, los agricultores y campesinos ocuparon las tierras no cultivadas de los propietarios que se negaron a cederlas a pesar de que una ley les obligaba a hacerlo.

Para evitar que los agricultores las ocuparan, los terratenientes sellaron un acuerdo con los capos de la Cosa Nostra, quienes, armados con rifles, vigilaron sus terrenos. El líder sindical Placido Rizzotto decidió defender la causa de los campesinos. En 1948, Rizzotto fue secuestrado, asesinado y descuartizado por orden del capo de entonces, Luciano Leggio. Los restos de su cuerpo fueron encontrados en 2009, en una cueva cerca del pueblo.

Hoy, Badu enseña con orgullo una botella de vino tinto con el nombre de Rizzotto. Es un vino aromático extraído de las uvas orgánicas que sus compañeros y él recogen de las tierras confiscadas a la mafia.

¿Por qué decidieron emplear a refugiados? “Porque la historia se está repitiendo en Corleone”, responde Parisi. “En aquella época, fueron los campesinos –la clase social más pobre, marginada y desposeída de Europa– quienes recuperaron las tierras. Hoy les toca a los refugiados. Son los nuevos pobres y marginados y hemos decidido ponernos de su lado y defenderlos”. “No basta con acoger a los migrantes dándoles comida y un techo”, manifiesta, “también hay que integrarlos y uno de los primeros pasos de la integración es el trabajo”.

A última hora de la tarde, cuando el sol se está poniendo, Badu, Zafir y el resto de refugiados vuelven del campo a su albergue. Antes de cenar, Zafir me lleva afuera para hablar un poco y fumar. Está cansado. En los últimos días, la lluvia ha convertido la tierra en un barrizal. “Por la noche, llegamos a casa exhaustos pero satisfechos”, explica este refugiado, que sueña con tener algún día unas tierras en Sicilia y vivir en ellas con su mujer, que sigue en Cachemira.

Zafir señala un enorme edificio de tres plantas y añade: “¿Ves esa casa? Perteneció a Toto Riina. Los italianos lo detuvieron y ahora han convertido el edificio en una comisaría de policía. Además, nuestras habitaciones aquí en la sede de la cooperativa son las mismas en las que los capos comían y dormían”.

“También tenemos mafia en Cachemira”, señala Zafir. “Los muyahidines son como los gánsters. Cuando veo lo que han hecho aquí los italianos, me doy cuenta de lo lejos que está mi tierra”.

Traducido por: Jaime Sevilla

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