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Cataluña. ¿Hungría, 1956?

Antón Baamonde

No sé ustedes, pero yo sí me acuerdo de que Aznar, para afrontar el Plan Ibarretxe, hizo aprobar una ley ad hoc para encarcelar al Lehendakari si la cosa llegaba a mayores. Por supuesto, una y otra vez hizo saber que no tendría inconveniente en suspender la autonomía vasca, siguiendo el Artículo 155 de la Constitución. A Aznar le gustaba amenazar: formaba parte de su estilo. Una de las primeras cosas que hizo Zapatero cuando llegó al poder fue derogar esa Ley.

Me acuerdo, porque no llego a entender bien qué es lo que se supone que sucederá si la consulta catalana sucede. O bien, si no sucede, pero, en su lugar, se convocan elecciones anticipadas, de hecho plebiscitarias, con la independencia como punto nodal. El hecho de que Rajoy no haga nada, cual esfinge, ni incurra en bravatas, cual Jose Mari, le sugiere a mucha gente que encierra una sabiduría de orden superior, misteriosa, druídica, inaccesible a los no iniciados. Y que esa gnosis hará posible una solución. Yo no me fiaría, la verdad.

Así pues, pasa como en aquel chiste de Les Luthiers en que un hombre aquejado de fimosis se acercaba a la consulta médica y preguntaba: Doctor ¿ qué pasa si el doctor se pasa ? No hay nada escrito en el cielo que asegure que una tercera vía vaya a abrirse camino. Y, más bien, hay muchos motivos para inferir que ese trazado alternativo no va a existir. Que se abriese paso alguna forma de federalismo asimétrico sería lo razonable, dadas las actuales circunstancias, pero contradiría no sólo la opinión dominante en los dos grandes partidos, y en otros más pequeños, como UPyD y Vox, sino, me parece, en el pueblo español. Tampoco es seguro que los catalanes quieran ya volver a oír hablar de esas cosas...

Hay que recordar que la sentencia del TC de 2010, ese inmenso error que abrió la deriva actual, fue antológica por ontológica. Concretamente de una antología del disparate -ya se sabe que no todos somos mamíferos- y precisamente lo que hizo fue cerrar la puerta a esa posibilidad. De haber pasado el filtro constitucional aquel Estatut ya cepillado por el Congreso no estaríamos aquí.

Se supone que nos oponemos al totalitarismo, al fundamentalismo y a la intolerancia, y que somos partidarios del diálogo abierto. Que el Siglo XX ha tenido lugar y que hemos superado la querencia por las esencias de varia condición. Sin embargo, en vez de avanzar hacía una teoría del Estado que fuese más allá de Bodino, y de las viejas concepciones de la soberanía, de origen teológico, como recuerda Carl Schmitt, los juristas del TC se distinguieron por pergeñar una sentencia con un olor a rancio digno de la escolástica más empecinada y plúmbea. Uno de los magistrados más conservadores, Rodriguez-Zapata, tuvo las narices de remontarse hasta el mismísimo Pentateuco para razonarla.

La identificación entre Nación y Estado que emana de la sentencia nos ha devuelto a una época para la que no ha habido pensamiento filosófico de Hegel o Fichte para aquí. Kimlycka, por supuesto, ni les sonará a los señores juristas. De tomarla en serio tendríamos que darle la razón al más decimonónico de los nacionalistas. Los más conspicuos entre ellos no parten de supuestos diferentes. Otros, por fortuna, han oído hablar de cosas como estado compuesto, gobernanza multinivel y federalismo asimétrico.

Así pues, si no es posible esa tercera vía ¿ qué? Porque, si lo entiendo bien, del lado catalán lo que parece haber es una confianza ciega, casi mística, en las virtudes del procedimiento democrático. El supuesto básico, implícito, es que, de suceder la consulta, o unas elecciones de hecho plebiscitarias, la misma Unión Europea que, de momento, le niega el pan y la sal a su demanda, saldría a defender una negociación entre Cataluña y España.

En parte, esa mediación lo sería por motivos prácticos, dado que la hipótesis contraria -el lío montado en su flanco suroeste- sería añadir un problema más, y no pequeño, a los que ya aquejan a Europa. Y, en parte, por motivos morales. Porque ¿podría Europa, sin negarse a sí misma, sancionar una solución por la fuerza de un diferendo que los catalanes han querido siempre que transcurriese por vías escrupulosamente democráticas ?. De hacerlo, sería cruzar un Rubicón: la legitimidad Europea quedaría por los suelos a ojos del mundo. Esa parece ser la hipótesis catalana de fondo.

Así que ése es el terreno de un juego que, a veces, adquiere tonos propios de Cantinflas. Porque, del partido que se juega entre Cataluña y España no sabemos quien gana, ni si vamos perdiendo mientras ganamos o vamos ganando mientras perdemos. La situación es lo bastante confusa para admitir todas las interpretaciones. Rajoy parecería suponer que el proceso desaparecerá como por ensalmo, como sucedió con el Plan Ibarretxe. Los catalanes confían, tal vez más de lo estrictamente exigido por el seny, en los Dioses a los que se abandonan. La democracia sin sombra de mácula y Europa.

Pero ¿ y si las cosas se encrespan? A propósito de la confesión de Pujol acerca de las prolongadas mordidas en que parece haber consistido su vida laboral en la Generalitat José Antonio Zarzalejos ha escrito esto España está débil y padece muchas patologías pero el Estado se defiende cuando percibe que está siendo atacado. Los políticos secesionistas de Cataluña -no todos, pero si algunos importantes- han demostrado que, además de ingenuos, son imprudentes. El independentismo de Mas et alii se planteó desde Barcelona como una partida de mus sin cartas ganadoras. Y así no se hace política de desgarro, de volteo de la situación, de ruptura de un Estado con siglos de trayectoria.

Si el choque de trenes se produce no hay que descartar nada. El peculiar coronel Martinez Inglés ha asegurado que ya está planificada una posible intervención militar, denominada Operación Estela en Cataluña. Y el colectivo de militares por la República Anemoi -por cierto representado por gente de la Armada, cuerpo que, desde Topete, es decir, desde la Revolución gloriosa de 1868 no se había pronunciado- ha indicado que de ningún modo se han de utilizar las Fuerzas Armadas como factor de inhibición de los deseos de cambio político y económico.

Sin embargo, no es la intervención militar lo más probable. Lo más lógico sería el modesto uso de la policía, cumpliendo órdenes del Ministerio, para detener a los líderes catalanes. Eso sería un desastre y podría provocar acaso algo parecido a la rebelión Húngara de 1956, salvando las distancias, dado que España es una democracia y el país magiar no lo era. ¿Política ficción?. Ojalá que si. Pero plantearse con claridad ese tablero tal vez ayudaría a que el desarrollo de las jugadas no nos lleve a un atolladero que pondría a España, otra vez, en ese rincón autoritario, atrabiliario, cruel, sucio y desordenado al que preferiríamos no tener que volver.

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