Del micro de La Camarga a los votos a Aliança Catalana
El 7 de julio de 2010 cambió la historia de Catalunya y la de una familia: los Pujol. Pero ese día casi nadie lo sabía. Casi nadie a excepción del entonces jefe de gabinete de Rajoy, Jorge Moragas, que fue quien le encargó a la que era líder del PP catalán, Alicia Sánchez-Camacho, que invitase a comer a María Victoria Álvarez, Vicky, la exnovia de Jordi Pujol Ferrusola, conocido como ‘Junior’.
El micro colocado en un jarrón por un investigador de la agencia de detectives Método 3 grabó la conversación en la que Álvarez le relató a la dirigente popular como el primogénito de los Pujol movía bolsas de basura llenas de billetes entre España y Andorra. Todavía hoy no se sabe quién contrató a Método 3 aunque Álvarez y algunos trabajadores de la agencia señalaron al ahora diputado del PSC José Zaragoza, algo que él siempre ha negado, también en sede judicial. Es un episodio que parece tan enrevesado como fue, aunque nada comparado con los capítulos posteriores.
Ese material no vio la luz hasta pasados cinco años. También después apareció otra grabación, fechada en noviembre de 2012, en la que Sánchez-Camacho le daba una serie de nombres al excomisario Villarejo, entre ellos el de Artur Mas, el de otro de los hijos de Pujol, Oriol, o los empresarios Sumarroca, para que fuesen investigados por la mal llamada ‘policía patriótica’ del PP. Fue Villarejo quien ese mismo mes acompañó a Vicky a presentar una denuncia ante la UDEF y fue también el excomisario quien, con un nombre falso, se entrevistó con el empresario caído en desgracia Javier de la Rosa, para obtener información sobre los Pujol. El tercer elemento y muy decisivo para lograr sentar a esta familia en el banquillo fueron las presiones que se ejercieron a los hermanos Cierco, propietarios de la Banca Privada d’Andorra, en 2014, con el procés ya en marcha, y que una jueza del país vecino investiga pese a que los tribunales españoles siempre han optado por mirar a otro lado.
Fueron unas presiones que fructificaron, puesto que ‘El Mundo’ publicó el 7 de julio de ese año movimientos bancarios de los Pujol en cuentas andorranas. A diferencia de la famosa cuenta de Xavier Trias, que era falsa, en esta piscina sí había agua. Y mucha. Sin esa portada, Pujol nunca hubiese confesado. Lo hizo 20 días después, atribuyendo un dinero que después se multiplicaría de manera prodigiosa, a un legado de su padre. Por ejemplo, según se supo a través de registros posteriores, en el año 2000, en una cuenta titularidad del expresident, se ingresaron en efectivo 307 millones de pesetas que no se declararon. Hacienda calculó que el fraude fiscal del fundador de Convergència ascendía a 885.651 euros, pero ya estaba prescrito.
Pujol pensaba que si él se inmolaba salvaría a la prole, esa de la que siempre se había sospechado por sus negocios a la sombra del padre. La primera cuenta andorrana la abrieron en 1990 y a partir de entonces se fue moviendo dinero de una cuenta a otra. No hubo ni hay prueba alguna de que el origen de esa fortuna escondida en Andorra fuese de la ‘deixa’ del abuelo Florenci.
“Pero, ¿de qué herencia hablas, Jordi?”, explican que soltó María Pujol, su hermana, al ver por la televisión la confesión del expresident. Ese 25 de julio de 2014 era la primera vez que María oía hablar de un legado de su padre en Andorra.
El expresident fue obligado a renunciar a sus privilegios institucionales y condenado al ostracismo incluso en Convergència, el partido que fundó. Pero su cortafuegos no funcionó y quien primero lo comprobó fue el primogénito, un tipo dado a la ostentación y que no cuenta con la humildad entre sus virtudes. Los negocios de ‘Junior’ hacía décadas que eran la comidilla en los círculos empresariales catalanes. Se le atribuye “la dirección operativa de la captación y distribución de los fondos” que operaban a través de sociedades opacas y cuyos beneficios después repartía entre sus hermanos.
Él y su mujer actuaban como una “unidad de caja”, según consta en el sumario. Que la influencia del apellido le sirvió para hacer negocios es más que evidente. Igual que a su madre, la fallecida Marta Ferrusola, propietaria de una empresa de jardinería y que se autodenominaba la “madre superiora de la congregación”, según consta en una anotación. O a otros hermanos, que, a través de sus consultorías, también accedieron a contratos de la Generalitat. Lo que a fecha de hoy no se ha podido aún relacionar es un pago concreto de una empresa que tras lograr un contrato público entregase un dinero que acabase en alguna de las cuentas en el extranjero de los Pujol. Ahí está la clave de este caso, demostrar que los indicios, por creíbles que sean, son pruebas suficientes para condenar al clan y a su patriarca, que en estos más de 11 años ha recorrido el camino del castigo público a la rehabilitación política. La imagen definitiva y más celebrada por la familia fue la recepción a Pujol en el Palau de la Generalitat por parte del president, Salvador Illa, en septiembre del año pasado.
La deshonra del expresident, el hombre que lo fue todo en Catalunya, arrastró a su partido, ya lastrado en ese momento por unos recortes sociales a los que intentaba dar la vuelta envolviéndose en la bandera y con argumentos que aún son actuales como el déficit fiscal y el de infraestructuras. Artur Mas tuvo que deshacerse del padre político y con él, de sus siglas, Convergència, una decisión que todavía hoy hay quien ahí dentro considera que fue un error. El partido de orden se sumó al desorden y el propio Mas acabó apeado, en 2016, tras la votación más famosa de las bases de la CUP. El argumento de los cupaires fue que de esta manera se superaban el pujolismo y los recortes.
Convergència ya había empezado a transmutar en sopas de siglas diferentes. En 2015 rompió el matrimonio electoral con Unió y se integró en una coalición, Junts pel Sí, junto a ERC y representantes de la ANC y Òmnium Cultural. Un año después se enterró definitivamente la marca fundada por Pujol y se la rebautizó como el PDeCAT. El invento no funcionó, entre otros motivos porque se le imputó por la causa del 3%, sobre la presunta corrupción de CDC que se investiga desde hace más de una década. Así, en julio del 2020, aparecen las nuevas siglas: Junts per Catalunya. Pero más allá de las sucesivas marcas, si el procés aceleró y descarriló, fue de su mano (no solo de la suya) y provocó el desconcierto de una parte de su electorado que ahora quiere pasarle cuentas votando a Aliança Catalana.
Lo que vaticinan las encuestas es que al menos uno de cada cinco votantes de Junts en las últimas elecciones estaría ya dispuesto a depositar en las urnas la papeleta azul oscuro de Aliança. Si el electorado de Convergència era el más fiel en las autonómicas, el de Junts es el más infiel. Así lo constata el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), que publicó este lunes un barómetro que en los cuarteles del partido de Puigdemont se esperaba con temor: los de Sílvia Orriols atraparían hoy a Junts, con una estimación ambas formaciones de 19-20 escaños, y la alcaldesa de Ripoll obtendría mayores tasas de aprobación que el expresident.
El auge de Aliança, que en provincias como Lleida o Girona se situaría como primera fuerza, bebe principalmente de ese trasvase de Junts, al que pegaría un bocado del 20% de sus electores. “Las dudas sobre el papel de Junts y su orientación política favorecen ahora a su principal adversario”, advierte Juan Rodríguez Teruel, director del CEO, en referencia por ejemplo a la ruptura anunciada por Puigdemont con el Gobierno de Pedro Sánchez.
Con todo, el crecimiento de Aliança supera al universo de Junts, y avanza también a costa de transferencias de voto de partidos como ERC o Vox. No debería sorprender entonces los grados de simpatía que expresan los votantes de Orriols hacia otros partidos: solo aprueban a uno, el partido de Santiago Abascal (5,2), y suspenden a los demás. El director del CEO apunta incluso a la aparición en un futuro de un voto dual de derecha radical que opte por Vox en las generales y por Aliança, en Catalunya.
A ambas formaciones las une su principal preocupación, el rechazo a la inmigración, pero también otros factores: su rotundo rechazo a los gobiernos español y catalán, o la nostalgia del pasado y de pérdida de valores tradicionales. Tres elementos que ayudan a entender los agasajos recientes de la derecha política y mediática a la alcaldesa de Ripoll.
Pujol, a diferencia de su hijo Oriol, el primero en pisar la cárcel por tráfico de influencias, cohecho y falsedad documental en el llamado ‘caso ITV’, nunca tuvo la independencia entre sus objetivos aunque, a medida que avanzó el procés, afirmó que no tenía “alternativa” a un movimiento que, en sus propias palabras, actuaba como “placas tectónicas en movimiento”. Lo que ni el expresident ni sus sucesores supieron calcular es que ese desplazamiento se los llevarían a él y a su partido por delante.
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