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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Servir carne en la Cumbre del Clima

Hacienda Nova Orleans, granja sospechosa de ser proveedora indirecta de JBS, en Santana do Araguaia (Brasil).
19 de noviembre de 2025 10:50 h

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 “Servir carne en una cumbre sobre el clima es como repartir cigarrillos en una conferencia sobre la prevención del cáncer”, dijo Paul McCartney cuando se enteró de que en el menú de la Cumbre del Clima (COP30), que se está celebrando estos días en Belém (Brasil), se servían cadáveres. No se puede expresar de manera más gráfica las paradojas y contradicciones de estos encuentros mundiales en torno a la emergencia climática. Recordemos que en 2023 se celebró en Dubái, un petroestado. Que se celebrara allí, en un país feudal y que basa su opresión en los combustibles fósiles, despertó, con lógica, la indignación del movimiento ecologista, ambientalista y de defensa de los derechos humanos. Sin embargo, extraña que, en su mayoría, los mismos colectivos no se indignen ante lo que al exbeatle (y a todes las que nos sentimos antiespecistas) le parece una evidencia: que al margen de la consideración ética que ya deberían tener los animales por sí mismos, como seres vivos que sufren y que son tratados como esclavos, es imposible luchar contra el cambio climático si no dejamos de comérnoslos y torturarlos.

En este sentido, creo que el movimiento ecologista (con muchos matices) sigue siendo negacionista o, al menos, prefiere mirar hacia otro lado. Rebelión Científica -que reúne a destacadas personas de la ciencia empeñadas en no encerrarse en sus laboratorios y actuar contra lo que es el gran reto de la humanidad: evitar el colapso- lanzó hace unos meses un manifiesto en el que pedía la transición urgente hacia dietas basadas en plantas. El impacto sobre la naturaleza del consumo de animales está más que documentado. Aparte de la contaminación de ríos, de aguas subterráneas, del suelo, de contribuir a las pandemias (véase la actual gripe aviar) y a la desforestación (por ejemplo, en La Amazonia, donde se celebra este año la Cumbre del Clima), de provocar problemas de salud en los humanos (resistencia a los antibióticos, riesgo de padecer algunos cánceres), el consumo de animales es responsable del 20 % de las emisiones de CO2 y del 40 % de metano, un gas aún más potente en el calentamiento global.

Todas estas razones, ¿no son suficientes como para asumir que la lucha climática pasa inevitablemente por decrecer, también y no solo, en el consumo de animales? Lo he tratado de explicar y argumentar con datos, lecturas y reflexiones en mi libro (perdonen la autocita) La hamburguesa que devoró el mundo. Un panfleto ecoanimalista (Plaza y Valdés). Pero no parece que el movimiento ecologista y ambientalista se dé por aludido. Comerse una hamburguesa o un filete mientras se debate en torno al cambio climático es como defender el comercio local y de cercanía, sostenible, y comprar compulsivamente en Amazon. Aunque soy periodista y escritor, no sociólogo, no dejo de buscar una razón a esta paradoja. Mi impresión es que el movimiento ecologista (salvo el ecofeminismo, que en España cuenta con pensadoras inmensas, como Alicia Puleo), al menos hasta una cierta edad, la menos “animalista”, está representado mayoritariamente por hombres. Sin embargo, el movimiento animalista/antiespecista es femenino en un alto porcentaje. Y ya sabemos que la cultura del cuidado y la empatía están más arraigados culturalmente entre las mujeres. El consumo de carne, la caza, además, han sido tradicionalmente símbolos del poder patriarcal. Lo explica muy bien Carol J. Adams en La política sexual de la carne. Una teoría crítica feminista vegetariana (ochodoscuatro ediciones).

Otra paradoja de esta Cumbre del Clima, celebrada, como decimos, en plena Amazonia, es que el presidente brasileño Lula da Silva ha autorizado las prospecciones petrolíferas en el delta amazónico. Para comprender esta burla, les animo a leer un libro que debería ser de referencia para toda aquella persona que busque una salida al colapso climático: La Amazonia, de Eliane Brum (editorial Salamandra). Después de múltiples viajes en lo que se considera el pulmón del mundo (aunque el verdadero pulmón, en términos de porcentaje de oxígeno generado, es el plancton que vive en los océanos y alimenta a las ballenas), esta periodista brasileña decidió abandonar Sao Paulo, donde vivía con su pareja de entonces, con quien tenía una magnífica relación, e instalarse en Altamira para convertirse en una mujer-selva. El ensayo de Brum, un verdadero viaje al corazón de las tinieblas, pero también un candil que nos ilumina en esa oscuridad, huye de los tópicos, de la retórica al uso, y con un lenguaje que a veces alcanza un lirismo doloroso, nos habla de los pueblos amazónicos, originarios, como pueblos-selva, de gente que no se siente dueña de la selva porque es la selva. ¿Cómo van a sentirse dueños de algo que no pertenece a nadie? Para Brum, el Partido de los Trabajadores (el de Lula) es solo un mal menor, pues la alternativa en las elecciones es Bolsonaro, representante de la dictadura empresarial (patriarcal y racista) que ha gobernado Brasil durante décadas, de los herederos de los colonizadores, blancos o con espíritu blanco, que han violado la selva y a quienes allí viven, en sentido metafórico y real, pues las mujeres indígenas han sido para ellos parte del botín y del saqueo.

Para Eliane Brum (permítanmente usar sus propias palabras), “la Amazonia es hoy la frontera donde se libra la batalla contemporánea entre las fuerzas de destrucción (representadas por las élites extractivistas, económicas, políticas y también intelectuales; por los religiosos y sus iglesias, encabezados por los evangélicos neopentecostales; por las grandes corporaciones transnacionales y los millonarios vinculados a ellas) y las fuerzas de resistencia encarnadas por los pueblos indígenas y las comunidades tradicionales de la selva, como los quilombolas y los ribereños”. La batalla por la Amazonia, nos dice, la autorreforestación, la amazonización del mundo, “ es un movimiento para derribar la hegemonía del pensamiento occidental, patriarcal, blanco, masculino y binario que ha dominado el planeta durante los últimos milenios; y exterminado, silenciado o empujado a las periferias todas las demás formas de percibirse en el mundo, para el mundo y con el mundo”. Este libro, nos dice, toma partido, “al proponer una perspectiva más amplia sobre la Amazonia que pueda servir de instrumento en la disputa por un futuro menos brutal para la mayoría de las personas humanas y no humanas”. Sin dejar de sentir un dolor inmenso mientras lo leía, me he sumergido en La Amazonia como si me estuvieran regalando un manual de resistencia, uno de verdad. Espero poco de esta Cumbre del Clima, que nos aboca un poco más al colapso. Dado que nos encaminamos ahí y los pueblos originarios saben mucho de colapso, pues llevan colapsados más de quinientos años, como le contó un antropólogo a Brum, aprendamos de ellos, aprendamos a resistir.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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