La librería como argumento literario
Para algunos lectores, una librería es un templo. Para otros es una tienda más, casi un supermercado, o incluso un bar donde poder tomarse un vino y una cerveza. Otros jamás habrán puesto un pie en ella. Y también estarán los que piensen que hoy es un modelo (de negocio) caduco y a extinguir, dadas las escasas ventas de libros y la sigilosa aproximación del libro digital.
Lo curioso es que todas estas aproximaciones a las librerías las han convertido hoy en un argumento de reflexión. ¿Qué són? ¿Para qué sirven? Y de ahí al argumento literario hay un paso. Lo hemos comprobado con Librerías, el ensayo con el que Jorge Carrión ha quedado finalista del último Premio Anagrama. En él, el autor reflexiona sobre la historia de librerías de todo el mundo y la relación que algunos escritores tuvieron con ellas, cómo hubo una época en la que también se convirtieron en centros de resistencia política. Este ensayo será publicado en septiembre.
A él se han sumado en las últimas semanas otras dos novelas que giran en torno a estos templos librescos: El librero, de Régis de Sá Moreira, editada por Demipage, y La librería encantada, de Christopher Morley, publicada por Periférica. La primera es una historia contemporánea contada con un estilo surrealista y mágico en la que el lector va conociendo a los clientes que entran en el local de un librero un tanto excéntrico. En la segunda, escrita en 1919, conocemos al matrimonio de libreros que regenta un local de Brooklyn poco después del fin de la Primera Guerra Mundial. Ambas historias son muy distintas, principalmente en el lenguaje, pero las dos tienen un planteamiento común: las librerías no deben vender basura. La cuestión, claro está, es qué es la basura. La novelita de Sá Moreira se defiende con un argumento sencillo: el librero tiene la suficiente capacidad para decidir qué es y qué no es el libro demencial, porque para eso es el librero. La historia de Morley también apuesta por ahí: “Un médico nunca comerciaría con remedios de curandero. Yo no comercio con libros de charlatanes”, afirma el personaje de Roger Mifflin. Morley, no obstante, se permite ir más allá y realiza toda una crítica a los que solo piensan en obras comerciales para salvar su negocio: “La oferta crea la demanda”. Y no al revés. Quizá ahí esté la clave para la supervivencia de estos lugares que para muchos, a pesar de las inclemencias, siguen siendo mágicos.