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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

Turquía: La liberación soñada de Osman Kavala

El activista, Osman Kavala / KEREM UZEL

Yolanda Vega

Responsable sobre Turquía en Amnistía Internacional España —

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La escena era tan hermosa que parecía un sueño. Y lo fue. Se hizo trizas en cuestión de horas. Me refiero, por supuesto, al momento en que el juez absolvió y ordenó la liberación del líder social, Osman Kavala, después de haber pasado 28 meses en prisión preventiva.

El 18 de febrero una caravana de vehículos hacía cola para entrar en la prisión de máxima seguridad de Silivri, unos 65 km al oeste de Estambul, entre ellos una delegación de Amnistía Internacional. Se esperaba una sentencia histórica y la expectación era máxima. A Kavala y a otros ocho dirigentes sociales se les acusaba de “intentar derrocar al gobierno” por su participación en las protestas del parque Gezi en 2013, sin que se hubiese presentado ni la más mínima prueba de su implicación en ninguna actividad delictiva.

Casi a empujones, conseguimos entrar en la imponente sala del tribunal. Imponente por lo grande y por la puesta en escena de lo que allí iba a suceder.

La sala es un rectángulo enorme, de unos 50 metros de largo por 20 de ancho. Al fondo y en los laterales hay gradas para familiares y amigos de las personas juzgadas, así como para las delegaciones internacionales, prensa, representaciones diplomáticas y políticas, etc. En total hay sitio como para unas 1.000 personas. A pesar de ello, no cabía ni un alfiler y hubo gente que se quedó fuera. En la cabecera de  la sala, los tres jueces en el centro y el fiscal a su derecha.  Y en la parte central del rectángulo, un espacio destinado a acoger hasta a 400 acusados en caso de juicios masivos. Ese día, ese espacio estaba casi vacío y, aun así, lo rodeaba una cadena de gendarmes -uno cada metro y medio. Sólo una figura se veía a lo lejos, Osman Kavala, rodeado por otros 8 policías, frente al tribunal. Cerca de él, el banquillo de la defensa y los otros acusados.

Habíamos pasado la mañana escuchando largas alegaciones. Todo apuntaba a que había prisa por acabar con este juicio y a que ese día habría veredicto y no sería favorable. Por eso todos los abogados y abogadas pedían más tiempo para escuchar testigos y presentar pruebas.

Sin embargo, después de tantas horas, el Ministerio del Interior se limitó a decir “estamos de acuerdo con las peticiones del fiscal”, es decir cadena perpetua agravada para tres de los acusados y penas de hasta 20 años para otros seis. Cuando tras escuchar esto el juez pidió a la defensa que hiciese sus alegatos finales, se produjo un conato de revuelta en el banquillo de los abogados.

El juez ordenó a uno de ellos que saliera de la sala pero los demás lo rodearon para evitar que le echasen por la fuerza.

El murmullo creció y el juez ordenó la evacuación de la sala. Todos esos gendarmes adormecidos se pusieron en alerta de inmediato y por unos minutos hubo una cierta tensión. Pero nadie se movía del sitio y forzar la expulsión de cientos de personas habría sido demasiado arriesgado con tantos observadores internacionales. Al cabo de una media hora volvió la calma: todas las personas nos quedamos dentro, incluido el abogado “rebelde”, y los gendarmes volvieron a sus sitios.

Después, todo ocurrió muy rápido. Tras escuchar a los acusados brevemente el juez anunció que iba a leer el veredicto. La sala se puso en pie. La tensión se mascaba, el silencio era total. A medida que iba leyendo, las caras empezaron a gesticular sin que nadie dijese todavía una palabra para poder seguir escuchando. Pronto la sala explotó en abrazos y llanto de alegría. El milagro se había producido. ¡Todos los acusados presentes absueltos y Kavala en libertad! No nos lo podíamos creer.

Y es en ese momento cuando se produjo esa escena maravillosa. Osman Kavala, en el centro del inmenso rectángulo y todavía rodeado por los policías, se dirigía hacia el túnel interno que comunica el tribunal con la cárcel para cumplimentar los últimos trámites antes de salir en libertad. Todos los ojos se volvieron hacia él. Por unos instantes, sonriendo, pudo ver a toda la sala puesta en pie ovacionándolo. Pura emoción.

Se había hecho justicia en este caso tan señero. ¿Sería acaso el primer signo de cambio en la política autoritaria y represora de las autoridades turcas? No pudimos dejar de pensar que quizás en el juicio del día siguiente también serían absueltos los 11 defensores y defensoras de derechos humanos entre los que están varios compañeros de Amnistía Internacional.

Aún no nos había dado tiempo a celebrarlo, cuando nos llegó la noticia. Kavala se encontraba en una comisaría de Estambul de nuevo arrestado por orden de la fiscalía. Y a los jueces que lo absolvieron y ordenaron su puesta en libertad les acababan de abrir un expediente disciplinario. La pesadilla continúa, lamentablamente en Turquía todavía no hay espacio para la justicia y el Estado de derecho. Lo que sí hay es mucha gente valiente, activistas, abogados y abogadas, también jueces, que cada día se atreven a hacer bien su trabajo en medio de tanta represión.

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