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La batalla entre Casado y Rivera radicaliza la campaña andaluza y facilita a Susana Díaz el voto de centro

Albert Rivera (izquierda) y Pablo Casado (derecha), en una imagen de archivo

Daniel Cela

Hay que revisar muy bien las palabras de Susana Díaz durante el anuncio de adelanto electoral para descifrar una de las claves de los comicios del 2 de diciembre: “No quiero que Pablo Casado y Albert Rivera utilicen Andalucía como campo de batalla de las derechas”. Eso es exactamente lo que está pasando desde que el Congreso nacional del PP encumbró a Casado. Prácticamente todos los fines de semana el nuevo presidente del PP y el líder de Ciudadanos han tenido actos de partido en alguna provincia andaluza, y en todos se han cruzado dardos de reproche. Pero habría que preguntarse si ese forcejeo de las derechas es perjudicial para las aspiraciones electorales de Susana Díaz, o es beneficioso. 

La campaña electoral ha arrancado a las puertas de un prostíbulo, un síntoma de lo que está por venir. Mientras el candidato del PP, Juanma Moreno, convocaba a la prensa ante un puticlub en ruinas  -denunciando el gasto de fondos de la Junta hace diez años en este local-; el de Ciudadanos, Juan Marín, adelantaba que “sus votos no harán presidenta a Susana Díaz”, como ocurrió en 2015. Mientras las derechas forcejean, la candidata socialista ha optado por agudizar su perfil más institucional, imbuida de un espíritu pacífico, lejos de la confrontación que ha primado en esta legislatura. Que se peleen otros. 

La identidad política andaluza

En los 36 años largos de gobiernos socialistas en Andalucía, el epicentro político del PSOE se ha ido deslizando lentamente desde la izquierda al centro izquierda. En los últimos tres años de este extinto mandato, los socialistas incluso han terminado ocupando discurso y espacio del centro derecha, acoplándose a su socio de legislatura: Ciudadanos. Este corrimiento de tierra ideológico del único partido que ha gobernado Andalucía en democracia no es fortuito, ha ido en paralelo a la propia transición ideológica del andaluz. Así lo revela el último Egopa publicado, la encuesta de intención de voto más reconocida en la región. Según este sondeo, los andaluces ubican al PSOE con un pie en el centro izquierda y otro en el centro derecha.

En Andalucía, el 1,6% de los electores se sitúa políticamente en la extrema izquierda; el 5,8% dice ser de izquierdas a secas; la mayor porción de votantes (un 30,9%) está en el centro izquierda; el 28,4% se ubica en el centro, un espacio heterogéneo que se disputan tres partidos (PSOE, PP y Cs); el 24% responde que es de centro derecha; el 2,8% se dice de derechas y el 1,4% de extrema derecha. Uno de los datos sociopolíticos más importantes de los últimos años, para entender la alianza PSOE-Ciudadanos en esta legislatura, y para descifrar la próxima campaña electoral está en ese ensanchamiento del centro derecha: un 52% de votantes potenciales para tres de los cuatro partidos que concurren a las andaluzas.

El análisis cualitativo del Egopa demuestra que el espacio político que ha ido ganando el centro y el centro derecha en Andalucía lo ha estado perdiendo el ala progresista. Aún así, las encuestas sociológicas del IESA (Instituto de Estudios Sociales Avanzados del CSIC radicado en Córdoba) y del CAPDEA (Centro de Análisis y Documentación Política y Electoral de Andalucía radicado en Granada) siguen respondiendo que el sentimiento de pertenencia al ámbito de la izquierda sociológica es superior al del centro derecha. 

La batalla entre Casado y Rivera por la hegemonía de la derecha española –muy contaminada por el conflicto independentista catalán- está volviendo a escorar el eje político del voto conservador a la derecha más esencialista, Y por esa vía, ambos se alejan del espacio centrista en el que, según los sociólogos, hay más votos en juego. Por tanto, puede ser una oportunidad para Susana Díaz, ver cómo Casado y Rivera radicalizan su discurso y se estrenan como púgiles electorales en una comunidad que históricamente repele el mensaje de la derecha más dura y desacomplejada.

La herencia Arenas

Quien supo descifrar esta clave –después de cuatro derrotas electorales- fue el histórico presidente del PP andaluz, Javier Arenas, que logró ganar los comicios al quinto intento y tras moderar mucho su discurso. Arenas entendió cuán arraigado estaba en Andalucía -sobre todo en el interior rural- ese sentimiento de pertenencia a la izquierda, heredado de alguna manera del miedo a la derecha latifundista y señorial de la postguerra y el tardofranquismo.

El ex líder del PP sabía que el PSOE había capitalizado ese sentimiento: ellos pilotaron el despertar de la autonomía, llevaron carreteras, colegios y centros de salud a pueblos adonde antes no había nada y, en algunos casos, llegaron a mimetizarse tanto con las instituciones que su poder parecía inexpugnable. Andalucía, el granero socialista. Andalucía, la aldea gala, escribían desde Madrid, cuando el PP había teñido de azul todo el mapa de España, excepto esta parte.

En su última etapa como candidato a la presidencia de la Junta, Arenas impugnó en cierto modo su manera de hacer política 20 años atrás: se disculpó públicamente por todos los estereotipos y agravios que su partido amasaba sobre los andaluces (el voto cautivo, vivir del subsidio y del PER…) y redefinió a la derecha andaluza de los señoritos como un partido conservador moderno. Su línea dura fue la denuncia implacable de la corrupción “instalada” en la Junta y, singularmente, el caso ERE, que hizo tambalear los cimientos del PSOE y que hoy sienta en el banquillo a 22 ex altos cargos de la Junta, incluidos los ex presidentes Manuel Chaves y José Antonio Griñán. Con esa estrategia ganó las elecciones autonómicas de 2012, aunque el pacto de Gobierno PSOE-IU le cerró la puerta de San Telmo para siempre.

Casado y Rivera se han distanciado de esa derecha moderada. El joven presidente del PP ha recuperado arcaicas consignas de su partido para criticar la falta de alternancia política en esta comunidad. “Es inédito y una anomalía que en Andalucía siga gobernando el PSOE tras 40 años de nefasta gestión”, dijo durante un mitin en Málaga. Un mensaje que hizo fruncir el ceño a los actuales dirigentes del PP andaluz, sabedores de que esas palabras fortalecen más que debilitan a los socialistas.

“No es que no haya coordinación con el PP andaluz, es que la estrategia y los objetivos están en otra parte”, dice un miembro de la ejecutiva regional. El discurso nacional de Casado -y el de Rivera- pivotan casi exclusivamente contra los independentistas catalanes. “Casado hace política nacional, aquí en Andalucía, y en La Rioja. Tiene que consolidarse como líder de la oposición y como alternativa de Gobierno a Pedro Sánchez”, avisa una diputada popular.

“Prostitutas y cocaína” en campaña

La paradoja es que los homólogos andaluces de Moreno y Casado, el líder regional del PP, Juanma Moreno, y el portavoz de Cs, Juan Marín, son políticos mucho más moderados que sus jefes. La radicalización de las derechas y el forcejeo entre Casado y Rivera puede perjudicar las expectativas de PP y Ciudadanos en Andalucía, que corren el riesgo de “neutralizarse” mutuamente en el espacio político de centro, y dejar a Susana Díaz el camino expedito.

Las encuestas dicen que quien más tiene que perder en esta estrategia nacional es el líder popular andaluz. Moreno perdió 17 diputados en las últimas elecciones (pasando de 50 a 33) y los sondeos le dibujan un retroceso aún mayor. Su esperanza –y así lo ha repetido varias veces públicamente- pasa por amortiguar el golpe y sumar votos con Ciudadanos para derrocar al PSOE.

Pero ningún sondeo vaticina una proeza política como ésta: Ahora juntos están a 13 escaños de la mayoría absoluta (33+9). La caída del PP tendría que ser muy leve y el ascenso del partido naranja titánico. Pero además, no bastaría con que Cs triplique sus votos actuales, también tendría que crecer a costa del PSOE, y no de los populares. Y esta posibilidad parece chocar directamente con la estrategia y los intereses nacionales de Casado y Rivera. La legislatura andaluza que acaba de terminar ha ofrecido muchos ejemplos de cómo Ciudadanos hacía más oposición al principal partido de la oposición (PP) que al Ejecutivo andaluz, al que han sostenido durante tres años y medio con sus votos. En el Parlamento, era habitual ver a Marín replicar al líder del PP, en vez de a la presidenta Díaz, en las sesiones de control al Gobierno.

PP y Ciudadanos comparten muchos objetivos políticos y propuestas programáticas: en materia fiscal y en lucha contra la corrupción, por ejemplo. Pero en Andalucía han peleado entre sí a la hora de colgarse la medalla por la rebaja del impuesto de sucesiones o por las comisiones de investigación por corrupción en la Junta de Andalucía. Moreno se ha pasado tres años calificando a Ciudadanos de “muleta” del PSOE, pero tampoco ha dejado de tender puentes con los naranjas y de hacer aritmética parlamentaria en público augurando un Gobierno PP-Cs.

Esta semana, al poco de confirmarse el adelanto electoral del 2 de diciembre, Marín ha dado un brusco viraje a su estrategia anunciando que “los votos de Ciudadanos no servirán para hacer presidenta a Susana Díaz”, como ocurrió en 2015. El partido naranja acepta así el órdago de Casado, que días antes le había retado a suscribir ante notario que no volverá a apoyar la investidura de un líder del PSOE. Ciudadanos, el único partido que crece en los sondeos, se erige así en líder de la oposición de facto, convencido de que desbancará al PP como segunda fuerza, un escenario que dificultaría mucho la renovación de su alianza con Susana Díaz. Los populares no se creen la promesa de Marín. Pero han entendido que la batalla por la derecha en Andalucía es “un peldaño” para que sus líderes nacionales lleguen más alto, como advirtió la presidenta de la Junta.

La campaña electoral empezará oficialmente el próximo 16 de noviembre. Una semana antes, Susana Díaz tendrá que comparecer en el Senado, a petición del PP, para explicar el fraude de los ERE y el reciente caso Faffe, el uso de dinero público de ex altos dirigentes de la Junta y del PSOE-A en varios prostíbulos andaluces. Es una oportunidad a solas entre PP y Díaz, porque ni Podemos ni Ciudadanos tienen representantes en la comisión sobre financiación ilegal de los partidos.

Juanma Moreno abrió la precampañas electoral a las puertas de un prostíbulo en ruinas donde, hace diez años, un miembro de la Junta gastó fondos públicos. Dos días después, Casado apeló al presidente Sánchez, durante la sesión de control al Gobierno: “Andalucía no merece que el PSOE se gaste mil millones de ayudas malversadas que acaban en mariscadas, en cocaína, en juergas y en prostitutas”. Los populares han registrado una pregunta en el Congreso dirigida a la vicepresidenta, Carmen Calvo, sobre el gasto de fondos de la Junta en puticlubs. No parece que la moderación sea una baza en el actual panorama político nacional. Habrá que ver cómo funciona en Andalucía, el primer termómetro electoral para todos los nuevos líderes de la escena política nacional.

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