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Cambio climático, un compromiso con las generaciones futuras

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El cambio climático es una de las mayores preocupaciones a nivel mundial tanto de los organismos de gobierno de los países, como de la sociedad. Ciertamente es un problema que preocupa más en los países desarrollados, y por tanto son los que más conciencia tienen y esfuerzo aplican en mejorar el estado del planeta.

El cambio climático implica una serie de acontecimientos que harán la supervivencia más difícil al ser humano: un aumento de la temperatura cambiará los ecosistemas mundiales, acabando con la vida poco a poco hasta llegar al colapso.

El cambio climático es la cuestión más acuciante de nuestra era y estamos en un momento clave para resolverlo. Sin una acción drástica ahora, será difícil y costoso adaptarse.

Más de un millón de especies animales y vegetales se encuentran actualmente en serio peligro de extinción

En 2015, 196 países alcanzaron un acuerdo histórico para solucionar el cambio climático, el Acuerdo de París, cuyo objetivo es limitar el calentamiento mundial en este siglo por debajo de 2 grados centígrados, preferiblemente a 1,5, en comparación con los niveles preindustriales.

La aplicación de este acuerdo requiere que países, regiones, ciudades y empresas acometan una transición energética efectiva sin comprometer su competitividad.

Más de un millón de especies animales y vegetales se encuentran actualmente en serio peligro de extinción y los ecosistemas siguen sometidos a un ritmo de degradación acelerado como consecuencia de la actividad humana, advierte Naciones Unidas. La conservación de la biodiversidad, no es únicamente deseable, sino fundamental para la Humanidad, habida cuenta de su íntima relación con el desarrollo social y económico y, más allá, con el propio bienestar y con la salud de las personas.

Casi tres cuartas partes del territorio español –un 74%- se encuentra en peligro de desertificación, según señala el borrador de la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación (ENLD). Se trata de un proceso provocado por diversas causas, aunque según el documento las más recurrentes son la actividad humana y el cambio climático, que se traduce en la progresiva degradación de las tierras de zonas subhúmedas, semiáridas y áridas.

Especialmente grave parece la salinización de los suelos, hace diez años un 3% presentaba un grado severo, mientras que los últimos datos apuntan a que el territorio afectado es ya del 10%. En cuanto a la aridez de los suelos, se incrementa en la mayor parte de la zona centro y este peninsular y se prevé una disminución de los recursos hídricos de manera más intensa en el sur y los archipiélagos.

No estamos en época de cambios, sino de un cambio de época. O, al menos, un cambio evidente en el planeta producido por la acción humana.

De ello nos vienen alertando expertos y científicos desde hace años, y los últimos informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y de la Organización Meteorológica Mundial lo reiteran: el cambio climático es un hecho, pero, sin embargo, nuestra forma de relacionarnos con el medioambiente, alterando entornos terrestres y marinos sigue siendo la misma.

Hemos estado demasiado tiempo viviendo bajo un modelo de “usar y tirar” sin ser del todo conscientes de que cada uno de nuestros actos y forma de consumir tenía una repercusión directa en nuestro entorno

Actualmente, según el último Informe Anual de Brecha de Circularidad, elaborado por el Foro Económico Mundial, solo el 8,6 de la economía mundial es circular y, sin embargo, vivimos como si tuviéramos 1,75 planetas a nuestra disposición. Llegados a este punto creo que no es necesario añadir que el cambio debe producirse, necesariamente, en nuestro modelo económico, pero también en el social y cultural. Tenemos la obligación de revertir esas cifras para volver a vivir dentro de los límites de la Tierra. Afortunadamente, cada vez es mayor, también, la ambición por parte de la sociedad por aplicar todas las soluciones necesarias para lograrlo.

No solo debemos actuar en el presente, sino que debemos hacerlo pensando en el futuro, tenemos que adelantarnos a todo lo que esté por llegar. Hemos estado demasiado tiempo viviendo bajo un modelo de “usar y tirar” sin ser del todo conscientes de que cada uno de nuestros actos y forma de consumir tenía una repercusión directa en nuestro entorno, pero también en nuestra economía.

El modelo de consumismo debe dejarse atrás y abrir paso a uno consciente, que vaya un paso por delante, y que tenga siempre en mente que todo aquello que vayamos a producir se convertirá después en un residuo que gestionar. En definitiva pensar en términos de circularidad. Es necesario apostar por la investigación y la innovación, aspectos en los que las empresas ya están invirtiendo, pero para lo que necesitan que la normativa les dé un marco estable que les acompañe. Y, por supuesto, dedicar recursos a impulsar la digitalización para conocer y estar más cerca del ciudadano.

Estas son algunas medidas para combatir el Cambio Climático: Promover la economía circular y sus principios. Reducir nuestras emisiones de CO2. Mejorar la eficiencia energética. Gestionar correctamente los residuos. Consumir productos bio y de proximidad. Fomentar e impulsar la reforestación. Fomentar el ahorro energético…

En el papel de mejorar esta situación con nuestras actividades perjudiciales para el medioambiente, sumamos todos. Por ello es importante que las nuevas generaciones aprendan el valor de la importancia de cuidar los recursos naturales, el ecosistema y reducir tanto el consumo como la generación de residuos.

No se trata de un problema de tendencia política de izquierdas o derechas. Se trata de un problema de justicia intergeneracional. Estamos apostando por el futuro, estamos apostando por nuestros nietos.

El derecho se ve desafiado por la injusticia que se cierne sobre las generaciones futuras, toda vez que dada su inexistencia actual no están consideradas por el derecho civil clásico como susceptibles de ostentar derechos; sin embargo, existen ejemplos normativos que permiten concluir que es posible que otras entidades, diferentes a la humanidad actual, sean reconocidas como sujetos de derecho tales como la naturaleza y los animales. Esto desafía al tradicionalismo jurídico occidental e implica cambios de paradigmas en los ordenamientos jurídicos.

Es la generación de los jóvenes la que debe hacernos rendir cuentas para garantizar que no traicionemos el futuro de la humanidad. Si queremos proteger a nuestros hijos, debemos asegurarnos de que el aire que respiran no sea tóxico.

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