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Mientras España se desmorona

Carles Puigdemont, a su llegada al Parlamento Europeo el 13 de diciembre.

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El penúltimo acto del desmorone definitivo de España y el fin del Estado de derecho –reflexiono en unas calles reventadas de gente iluminada– será el encuentro de Pedro Sánchez con Carles Puigdemont. No será el definitivo. En los días recientes, Puigdemont ha aparecido en la sesión de despedida de la presidencia europea de Sánchez, mientras la derecha europea amiga de España arreciaba contra Sánchez y Sánchez le devolvía la andanada a su líder, que no es ni Dolors Monserrat ni Juan Ignacio Zoido sino el teutón Weber, sin que fueran distinguibles sus argumentos de la extrema derecha emergente alemana.

La normalidad europea estaba a la vista, el catalán se sentaba y hablaba en el Parlamento, apenas nadie lo ha puesto de relieve, mientras los jueces españoles que lo intentaron rabiaban retorcidos en sus togas después de las negativas reiteradas a la entrega de un electo, acusado de delitos políticos ausentes de la decisión europea sobre orden de detención y entrega. Pero esa normalidad no interesa, duele.

Puigdemont cae mal, muy mal. Porque declaró un poco de independencia, porque declaró mucha, porque se saltó el marco jurídico, porque se fugó en un maletero –fuente de inspiración de la literatura bajuna popular–, porque dejó abandonados a los suyos, porque no hay quien lo pille, porque ha pactado con Sánchez… Sin embargo, la palabra independentismo circula con normalidad, como lo hace desde un tiempo otra, republicanos; entre unos y otros independentistas ya hay preferencias, unos son más buenos que otros.

Pedro Sánchez defiende sus pasos, los explica aunque se explica poco, en el marco de la necesaria normalidad en Catalunya; también gana tiempo, sabiendo que la disputa y rivalidad entre independentistas le tendrá algo ocupado y alimentará la voracidad de la prensa, pero dará sus frutos cuando haya elecciones en Catalunya.

El presidente sabe incluso que sufre el desgaste como capitán zapador desbrozando los obstáculos de cara a un futuro que beneficiará al PP. El PP lo sabe y agradece en silencio aunque de cara a su clientela y a los del rosario tiene que poner cara de estreñido, aprenden de Felipe VI, todo un experto en caras en los últimos tiempos, tienen un gran catálogo disponible.

A la normalidad de ahora, el presidente quiere que se añada la normalidad que espera ventajosa de unos próximos comicios catalanes. Y si sale bien ya nadie podrá decir que Sánchez no tiene 'baraka'

La normalidad será buena para que gobierne el PSOE pero será también imprescindible para que gobierne otro día el PP. Los populares continúan en su tarea para que, junto con Puigdemont, Sánchez acapare las antipatías del personal, pero en un futuro no muy lejano, después de que Pedro Sánchez se reúna con Carles Puigdemont, se reunirá Alberto Núñez Feijóo y entonces, el PP y sus medios de amplificación dirán que su normalidad es la buena.

A la normalidad de ahora, el presidente quiere que se añada la normalidad que espera ventajosa de unos próximos comicios catalanes. Y si sale bien ya nadie podrá decir que Sánchez no tiene baraka. Paciencia y resistencia. En ese camino parece que quiere transitar un aprendido Feijóo, sabe que para estar en La Moncloa necesitará pactar con sus socios catalanes de la derecha burguesa de siempre, sin sus apestados de ahora con los que no quiere pactar nadie. Y la verdad es que Feijóo se desenvuelve como si siguiera, como si tuviera un plan. Incluso le ha puesto un chaperón a Moreno Bonilla, mientras degrada, hasta de planta, a Elías Bendodo. Javier Arenas, ignífugo, es el perfil.

Poco a poco, la normalidad no es una noticia que hoy aparece, hace daño y luego se diluye a la espera de que surja otra, quizá más dolorosa. La normalidad es un proceso, una narración, y esos tiempos, de momento, son territorio Sánchez.

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