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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz
Sobre este blog

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

Las leyes de la robótica

Imagen de la página de introducción de ChatGPT, de la empresa Open AI, en una fotografía de archivo.

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La inteligencia artificial (IA) es hoy en día la tecnología más sofisticada que imaginamos. No podemos decir que conocemos, porque puede que solo tengamos acceso a un lienzo de fachada de un edificio inconmensurable [1]. En principio el funcionamiento de la IA no es muy difícil de entender. Elegimos un objetivo, por ejemplo, clasificar el tipo morfológico de una galaxia: espiral, elíptica o irregular. Seleccionamos un conjunto de datos de aprendizaje que puede ser la colección de imágenes disponibles en los archivos de la NASA y que ya se han organizado previamente en esas tres categorías. Incorporamos un algoritmo matemático [2] que extrae las principales variables cuantificables capaces de definir la morfología de estos objetos y generamos una función capaz de discriminar esas formas a partir del mismo conjunto de variables. Por último, si queremos evaluar la bondad de la metodología, aplicamos el algoritmo a otro grupo test de imágenes de galaxias ya clasificadas y calculamos su tasa de aciertos. Si se supera un umbral determinado que satisfaga nuestras expectativas, ya tenemos el producto acabado y listo para aplicarlo a cualquier catálogo de galaxias actual o futuro. 

Es evidente que la capacidad de clasificación dependerá de la cantidad y calidad de la información contenida en nuestro conjunto de aprendizaje, y que el objetivo de determinar la morfología de las galaxias, inocuo en apariencia, es fácilmente trasladable al reconocimiento facial, [3] al que también, por qué no, se puede añadir una categoría moral o circunstancial casi sin coste añadido; quién tiene cara de malo o quién tiene cara de enfermo.

Por su propia naturaleza, la IA afecta a todas las actividades humanas, lo que engloba aspectos tan íntimos como la salud o las relaciones personales. Los ordenadores, las tabletas informáticas y los teléfonos móviles forman el sistema vascular que alimenta a las grandes bases de datos con la información que proporcionamos cada vez que interactuamos con uno de estos artefactos, ya sea de forma voluntaria o automática, pero consentida a través de las galletitas. Cualquier aparato con teclado, cámara o micrófono, ya sea público o privado, es un canal de alimentación de ese Gran Hermano, deslocalizado pero real, que son las grandes bases de datos y las empresas que las gestionan y analizan. Esos mismos aparatos son también los canales de distribución de los mensajes que empresas, gobiernos, partidos políticos o particulares nos quieren hacer llegar una vez han elaborado el producto adecuado a sus intereses y a su estimación de nuestros gustos personales. 

La aparición de ChatGPT como una aplicación de acceso universal y gratuito nos dejó entrever la caja de Pandora. Su utilización por parte de la ciudadanía abrió un amplio panorama de nuevos problemas que, aunque en algunos casos se habían conjeturado, no se había abordado su solución. La desprotección de los derechos de autor, la invasión de la intimidad, y la manipulación de la información que nos hacen llegar de forma individual y adaptada a nuestros perfiles son solo un ejemplo de los nuevos retos a los que la sociedad se está enfrentando en estos momentos, y que se producen en un único espacio tecnológico, la IA. Sin embargo, la articulación jurídica de una sociedad tiene un tempo diferente al de los avances técnicos. Ambos son aspectos de la evolución cultural, pero sus nichos respectivos, a pesar de su imbricación, necesitan de períodos evolutivos diferentes, y esta diferencia crece con el tiempo, se acelera. Es conocido el desfase entre evolución biológica y cultural pero ahora estamos asistiendo a un desgarro de la cultura. La tecnología está desbocada y no hay tiempo para asimilarla. La ética, como base del derecho universal, ha dejado de ser la vera causa. Hay problemas acuciantes cuya legislación se verá influida y modulada por los mismos responsables del problema que queremos solucionar.  

Asimov consideraba que la actividad humana que más influencia había tenido en el desarrollo social y cultural de la humanidad era el derecho, porque las otras artes no se hubieran podido cultivar sin el marco de seguridad proporcionado por la norma legislativa, por muy primitiva que esta fuera. Basta adentrarse en Yo, robot para advertir su preocupación. Ahí establece las leyes de la robótica, que reflejan simplemente el comportamiento que se espera de un hombre bueno, como él mismo comentó en varias ocasiones. Unas normas de conducta para los robots y, sobre todo, para sus fabricantes, que deberían crear jurisprudencia. 

Habrá que volver a leerlo.

[1] Los cambios de silla dentro de ciertos consejos de administración de grandes empresas dedicadas al desarrollo de la IA, y las declaraciones de algunos de sus ejecutivos así lo sugieren.

[2] Las redes neuronales son la herramienta fundamental en este tipo de estudios, pero hay un desarrollo imparable de estos algoritmos que afectan a múltiples aspectos de la IA.

[3] Este ejemplo ya es público y notorio. Basta ver cómo desbloqueamos el teléfono móvil.

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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

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