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José Luis Pardo: “Los artistas metidos a políticos son una cosa peligrosa”

Foto: La Térmica

Néstor Cenizo

“¿Hace política quien hace arte? ¿Se puede hacer arte sin hacer política? ¿O habría que reclamar una autonomía para el arte?”. José Luis Pardo (Madrid, 1954) es filósofo, y por eso vino a Málaga a plantear estas preguntas más que a responderlas. Ya el título de su charla en el ciclo Aula de Pensamiento Político estaba entre interrogaciones: “¿Politización del arte?”.  Al final de la entrevista dirá que la Filosofía no es rentable porque anima a preguntar, a cuestionarse las cosas, y es sabido que eso no da dinero.

Pardo es profesor (antes, de Secundaria; ahora, en la Complutense) y Premio Nacional de Ensayo 2005 por La Regla del juego. Hace años escribió una obra de referencia sobre la espinosa relación entre política y cultura  (Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas (Galaxia Gutenberg, 2007)), en la que parte de la portada del Sgt. Pepper's, aquel collage donde se apiñaban Poe, Fred Astaire, Marilyn Monroe, Aldous Huxley, Marx, Freud y Jung y, claro, los cuatro Beatles. Pardo cree que aquel pastiche de personajes era más un aldabonazo contra las jerarquías culturales que un anticipo visionario de la posmodernidad. “Recuerdo que esta portada no era un ”todo vale igual“, sino un auténtico clamor de lucha por la igualdad social. Pensé en escribir un artículo, pero se complicó la cosa…”.

Y hoy, ¿sigue siendo la cultura un elemento diferenciador de clase? ¿Aún vale hoy la distinción entre cultura popular y alta cultura?

La distinción entre alta cultura y cultura de masas conceptualmente no es muy significativa, pero socialmente sí es muy importante porque es la traducción en el universo simbólico y cultural de la diferencia de clases. Los momentos históricos en los cuales la distancia entre alta cultura y cultura de masas es menor son los momentos en los que hay más igualdad social. Pero el momento histórico y cultural que vivimos ahora es completamente distinto, y aunque también tenemos la impresión de que se difuminan las fronteras y que esa distinción no es ya muy pertinente, esto sucede por razones distintas, básicamente una: que la cultura en general se ha visto penetrada por el universo de los negocios. Y ahí tienden a desaparecer las diferencias entre alta cultura y cultura de masas.

Durante muchos años ha parecido que en España la relación entre cultura y política se simplificaba en una polarización en torno a determinadas personalidades del cine o la literatura: ¿por qué?

Por una razón muy sencilla: las estructuras sociales, culturales, académicas e incluso políticas son muy débiles. Los creadores tienen muy poca autonomía y han dependido de otras esferas que no son la de su propia creación artística. Cuando hablamos de la autonomía de la cultura o de la creación artística no es una condición psicológica del escritor o artista, sino que depende de que haya estructuras sociales: universidades, revistas, salas de exposiciones o museos que sostengan esa idea de que el arte y la cultura se pueden valorar por criterios exclusivamente internos, que no tienen que depender de criterios políticos, religiosos o morales. En la medida en que esa autonomía decrece, la cultura y el arte son más permeables y dependen más de vinculaciones políticas, que son a la larga muy negativas para la cultura y la política. No es sólo que el arte puesto al servicio de la política tiene unas connotaciones feísimas, sino que los artistas metidos a políticos son una cosa peligrosa.

¿Qué quiere decir cuando habla de “el destino deportivo de la cultura”?

Tiene que ver con eso que se dice de que el fútbol une mucho a los españoles, y todos vamos a una con la selección. Y alguien, más de uno, decía que había que hacer igual en el mundo de la cultura, crear ese grado de rivalidad y competitividad, esta cosa deportiva. Yo soy completamente contrario a eso, no tengo nada contra la gente que le guste el deporte o quiera ganar, pero en el mundo de la cultura el objetivo no es ganar, es otro. A lo mejor puede ser perder, porque hay ciertas cosas que sólo se ganan si se pierden.

Esto que se dice de “el español como negocio”… Esa idea de convertir la lengua castellana en un negocio en el mundo esto ha hecho mucho daño a profesores de lengua que andan por el mundo. En el momento en que el español se reduce  al negocio de lengua instrumental, a ver quién va a querer estudiar literatura. No digo que el ámbito del negocio y el de la cultura sean completamente distintos, la cultura siempre ha sido en parte negocio, pero una cosa es eso y otra reducir el mundo de la cultura y el arte al parámetro de negocio.

¿Qué le parece la presencia de candidatos en programas de entretenimiento?

Discurso político, entendiendo como tal proyectos colectivos con visos de viabilidad, hay poco. Hay tacticismo, interés en aparecer, salir, estar o decir, parar calcular qué posición ocuparé cuando deje de girar el carrusel. Y las propuestas que se ponen sobre la mesa son cosas tales como una república catalana independiente, un estado federal que nadie sabe cómo va a ser ni lo decimos por si acaso molesta… Cosas que se prometen porque se sabe que no se van a cumplir. Propuestas viables hay pocas. Cuando la política es así, evidentemente lo que interesa es estar en tal programa de televisión. Es la receta del éxito inmediato.

¿Qué opina del episodio protagonizado por Albert Rivera y Pablo Iglesias a propósito de Kant?

Es muy lamentable. Yo no creo que se pueda censurar a nadie por no haber leído Crítica de la Razón Pura, que es una obra extremadamente difícil. Sería petulante pretender que todos los escolares o quien haya estudiado una carrera tenga que haberlo leído. Pero, ¿qué habría dicho Freud del acto fallido de no citar bien el título de una obra, que aunque no tengas que haber leído, es uno de los pilares básicos de nuestra cultura histórica? No citar bien una obra, pero pretender dar lecciones… Y decir “Ética de la Razón Pura”, que es el típico acto fallido porque ética vende más que crítica, me parece muy lamentable. Y más aún, que no pase nada. Me alegra que todavía sea noticia porque dentro de unos años, cuando la Filosofía esté laminada de los sistemas educativos, esto no lo comprenderá nadie.

Habla de Iglesias. Rivera no supo citar ninguna…

Pero por lo menos dijo: “No he leído ninguna”.

En los debates electorales no ha habido propuestas sobre la cultura. ¿Cuál es para usted la política cultural deseable?

La idea de que debe haber una política cultural sólo obedece a una razón: los productos culturales no pueden reducirse al mercado. Si se dejan a la lógica del mercado desaparecen, se erosionan, se destruyen. La razón de una política cultural es proteger la zona de la cultura que se considere valiosa para no entregarla a la lógica del mercado. Pero no es esa la música que me suena de las políticas culturales de ahora, que sólo se preocupan por cómo conseguimos que esto sea negocio, justo para no tener que subvenir a las necesidades de la cultura.

Hay una demanda para reducir el IVA cultural…

El IVA reducido es una forma de reconocer una determinada excepción cultural. Pero también depende de a qué llamemos cultura. Si hay zonas de la cultura planteadas únicamente como negocio sería suicida que el Estado tuviera que subvenir a las necesidades de tal cantante pop. No creo que el Estado tenga que cuidar las finanzas de los cantantes, sino apoyar las obras que tienen valor cultural y a las cuales el mercado va a apoyar.

Hablando de definiciones de cultura, el consumo por Internet entra en las estadísticas culturales.

Claro, a sabiendas de que el 90% de lo que se consume es pornografía. Un hogar tiene un gran consumo cultural si hay muchas horas de Internet. Eso es también algo muy de nuestro tiempo: la sustitución de contenidos por contenedores. Ya no es importante lo que uno lea.

La filosofía pierde peso en los planes de estudio. ¿Qué opina? En alguna ocasión usted ha hablado de “el fin de las Humanidades”.

Hay un acoso y derribo contra la presencia de la Filosofía en el sistema educativo y de las Humanidades en general. Es muy significativo y tiene que ver con la reducción de todo al ámbito del negocio. La Filosofía y las Humanidades no son un buen negocio, y no lo son en absoluto. Es una cosa que anima a discutir, a no cerrar filas con nadie, a hacerse preguntas y además no da dinero. En ese sentido es un desastre. Pero obedece a una necesidad antropológica que es inextirpable.

El hecho de que se suprima nos pone la vida más difícil a la gente que nos dedicamos a esto. La Filosofía no me preocupa mucho, sobrevivirá. Pero a los que nos dedicamos a esto nos está poniendo la vida difícil. Y está generando unos vacíos en el sistema educativo que no digo que sean daños irreversibles, pero sus efectos serán difícil de paliar.

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