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Brazos vacíos, corazones rotos: los casos de los bebés robados

Itxaso Cabrera

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Hablar de derechos humanos es también hacer referencia a los bebés robados. Miles de casos sin resolver que se vivieron en nuestro país y que hoy siguen más presentes que nunca, robos auspiciados por el Régimen y las instituciones que lo sustentaban que se convirtieron en un negocio de quienes regían las normas y el interés privado y particular.

Desconocemos el número de bebés sustraídos, esta cifra es incalculable, pero el exjuez Baltasar Garzón, en un estudio que llegó solo hasta 1952, hablaba de unos 30.000 niños y niñas apartados de sus madres. Bebés que fueron robados en cárceles, clínicas y maternidades dejando a miles de mujeres con el corazón lleno de dolor y los brazos vacíos. En las décadas siguientes, la represión ideológica, moral, religiosa y de género se cebó con las mujeres pertenecientes a un sector vulnerable de la sociedad: madres de familia numerosa, pobres, solteras, o cuya ideología era demasiado alejada a la que seguía coleando en la España posfranquista o simplemente partidarias de la República, cebándose además con aquellas mujeres con graves carencias económicas, culturales y educativas que las hacía ser un objetivo propicio.

A día de hoy, las personas afectadas, las víctimas: madres, hermanas, hijas… siguen en las calles defendiendo su dignidad, buscando justicia e intentando eliminar interrogantes, siguen buscando parte de su vida, rellenar un hueco de su historia y poder encontrar la pieza de su puzzle personal. Después de 40 años de democracia, la impunidad continúa, miles de personas siguen hoy despojadas de su identidad, de su derecho a saber quiénes son. Como si de una película hollywoodiense se tratara, su identidad a través de una trama macabra, coordinada y organizada, fue suplantada, arrancada, robada... Aunque si todavía hay algo más macabro es la cantidad de personas que no saben que fueron robadas o que quizá por un puntual descubrimiento conocieron que su vida, sus orígenes, sus raíces, no eran las que creían.

Es una cuestión simple en un panorama de gran complejidad: el cumplimiento de la Constitución Española, donde en su artículo 10.1 hace referencia a la libertad de las personas y a su propia identidad, debería de cumplirse pero no solo lo que la Carta Magna dicta, sino también el mandato internacional como la Convención sobre los Derechos del Niño apoyado por España en su día. ¿A qué esperamos en nuestro país? ¿Cuánto tiempo más tiene que pasar para que aquellas personas que siguen buscando puedan resolver los grandes interrogantes de su vida? Debería ser, sin duda, el propio Estado el que se pusiera a la cabeza de la recuperación nacional e internacional de estas víctimas, trabajando de la mano de aquellas que no han cesado en su búsqueda y que hoy siguen luchando por conocerse a sí mismas, por reparar sus propias heridas causadas por un tiempo tan oscuro como tapado.

Ahora, que hemos pasado de la dejadez de M. Rajoy, siendo archivados la mayoría de los casos y encontrando la excusa de falta de financiación, a la incertidumbre de Sánchez, se lleva a cabo el primero de todos los juicios y es tiempo de actuar no sólo judicialmente, sino como no podía ser de otra manera, políticamente: no valen los inmovilismos ni las medias tintas cuando hablamos de derechos y de lo que es vinculante, de democracia.

En definitiva, podemos afirmar que el robo de bebés es, pese a la dureza de esta afirmación, un crimen contra la humanidad. Así lo avala el defensor del pueblo, la Fiscalía general, diversos parlamentos autonómicos e incluso la ONU. Un crimen que ha vulnerado directamente el derecho a la propia identidad. Personas a las cuales se les arrancó de raíz de sus tierras iniciales.

Pablo Greiff, en su “nforme del Relator Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición, publicado 2014, denuncia que no existen censos oficiales, ni datos o estimaciones oficiales sobre el número total de víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura. Asimismo, tal y como afirma el mismo activista colombiano, varios temas siguen subexplorados, como pueden ser los trabajos forzosos de presos o las muertes en bombardeos. Es ahí donde Greiff incluye a los bebés robados, quienes han sido consecuencia de la Guerra, y a las diferentes formas de represión las mujeres, así como también hace referencia de las responsabilidades de las empresas privadas por su participación activa o complicidad en la comisión de violaciones de los derechos humanos.

Los casos de bebés robados también forman parte de la memoria democrática, son víctimas de un pasado oscuro e invisibilizado de nuestra historia y precisan justicia y dignidad. Los múltiples casos de bebés robados son memoria viva, esa que muchos se empeñan en enterrar. Son la sombra alargada de las heridas dictatoriales franquistas, son la impunidad hecha historia real, la vida convertida en tragedia. La verdad es la única medicina que puede sanar a esta gran enfermedad.

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