La asociación Kaolack: el estrecho vínculo entre Zaragoza y África para mejorar la vida de los inmigrantes
Aragón es un destino ansiado por los emigrantes de cualquier parte del mundo, sobre todo de África, desde Marruecos hasta Senegal, en gran parte por el apoyo de las asociaciones que brindan a esta causa. Un ejemplo de ello lo brinda desde Zaragoza desde el año 2005 la asociación Kaolack, con medios limitados pero con una gran vocación de servicio y de trabajo.
El año pasado, esta entidad acogió a un total de 240 personas llegadas a la capital aragonesa producto de la emigración. Kaolack constituye un pilar para su inserción porque no sólo atiende a emigrantes africanos, sino también de otros países: colombianos, nicaragüenses, rumanos, ucranianos, entre otros.
Desde aquí los acompañan a emprender una nueva vida: les ayudan a aprender el castellano, la cultura, les ofrecen asesoría jurídica, así como comida, ropa, sitios para dormir, y los orientan a acudir a otras fundaciones con la que se realizan colaboraciones, tales como Cruz Roja, Cáritas u Ozanam. En esta última reciben cursos de español y de varios oficios: carpintería, albañilería o electricidad, explica Mamadou Diagne, presidente de Kaolack.
“La principal dificultad en la integración social es el idioma. Ese es el primer paso para prepararlos para el mundo laboral, que es nuestra misión”, asegura Diagne.
“Cuando pasan los tres años mínimos de empadronamiento, se verifica que tengan buena conducta en España y se les comienza a buscar empleo en empresas que requieran mano de obra, y así a través del contrato de trabajo puedan obtener la residencia legal”, añade el presidente.
Diagne, quien viene siendo una biblia sobre la evolución de la población extranjera en Aragón, relata que “en 1992 no había tantos inmigrantes como hay ahora, sobre todo nicaragüenses, colombianos o ecuatorianos. De África solo éramos nueve senegaleses, que vivíamos juntos en una casa en la calle de las Armas”. En su caso, él arribó a España de manera legal con visado y llegó a la ciudad zaragozana de los primeros, el 21 de mayo de 1991, y desde entonces ha dedicado su vida a apoyar a los nuevos que llegan.
Actualmente acogen a más de 100 jóvenes africanos recién llegados procedentes de Gambia, Senegal, Mali o Marruecos. Los hospedan en varios lugares del casco Histórico, como por ejemplo en el Hotel París, en albergues o en casas de acogidas.
La migración también tiene un día marcado en el calendario: cada 18 de diciembre se celebra el Día Internacional de las Personas Migrantes, sobre todo para recordar aquellos que nunca llegan a su destino. Los datos son cada año más aterradores: se habla de más de 10.000 muertes de africanos en su tránsito hacia las costas del sur de España en el último año, según el último Informe de la Comisión Europea de Ayuda al Refugiado (CEAR).
“Cuando veo el mar, todo vuelve a mi cabeza”
“Me siento mal cuando veo el mar, todo vuelve a mi cabeza, y no como pescado porque podría tener dentro algo de mis hermanos, mucha gente muere ahí, mucha gente que no sabemos”. Es el testimonio de Mou Bá, un senegalés que hoy reside y trabaja en Zaragoza. Con apenas 27 años, decidió lanzarse a la suerte por la ruta canaria conocida como la más mortífera en materia de migración africana, según indica CEAR.
En medio de la denominada ′crisis de los cayucos′, cuando Canarias llegó a su máximo histórico de desembarcos (31.678 personas) en 2006, el joven fue uno de los tantos que se subió a una balsa de madera (patera) en Noouadhibou, Mauritania, junto a 61 personas. Ahí pasó los peores ocho días de su vida, tal y como relata con la mirada perdida: “Son dos aguas que chocan y ahí mueren todos, porque las olas hacen como un remolino, vienen por el frente, alzan la balsa, luego por detrás, salir de ahí es un milagro”.
“Las noches son de un frío que te enferma”, advierte el africano. Las provisiones casi no les alcanzaban, tenían agua y la comida se la preparaban con una bombona de gas que subieron a la balsa. “Algunos no aguantaban y bebían agua de mar hasta quedar muertos, otros bebían orina cuando se quedaban sin agua”, prosigue.
Mou Bá vio con sus propios ojos cómo un familiar tenía que lanzar por la borda el cadáver de su hermano. “Era un sufrimiento sin nombre. Se veían barriles, botellas y unas bolas como cuerpos hinchados de los que se ahogaban en la travesía”, relata. Desde entonces, al senegalés no le gusta el mar ni la playa, los ve como un cementerio de cuerpos flotantes.
Al llegar a los mares españoles, la guardia costera los distribuyó por varias zonas de España; en su caso fue a Valencia y luego a Zaragoza. “A otros los devuelven porque son demasiados, pueden llegar miles de personas, más los que mueren en el trayecto”, explica Mou Bá, que recuerda todo como si fuera ayer y eso que ya han pasado casi 20 años.
Mou culpa de esta emigración a sus vecinos que llegan a África con ropa de marca, coches modernos, contando las ventajas y la buena vida que hay en estos países, Francia, Italia, España, pero no cuentan la dura realidad: “Para tener papeles y por ende un trabajo decente deben pasar tres años, los gastos son elevados, para comer bien hay que vender por las calles, no queda más remedio. Yo vendía cedés, recogía fruta con temperaturas desfavorables en la Sierra de Béjar, en Jaén”, recuerda con angustia. También rememora la vergüenza que sufría antes de tener el permiso de trabajo: “La gente me humillaba cuando iba vendiendo. Nosotros -expresa refiriéndose a sus paisanos- queremos trabajar honradamente, todos los que conozco aquí que tienen papeles están trabajando”.
Una oportunidad que no desaprovechó
Sin embargo, a Mou la suerte le sonrió en el Centro Comercial Gran Casa, donde conoció a un empresario de obras que le propuso ayudarlo. “Me dio una oportunidad que no desaproveché, le mostré lealtad, así que gracias a él y a su hermano soy albañil, soldador y encargado de un taller en Zaragoza”.
Hoy vive en el barrio de San Pablo y se podría decir que vive con más calidad de vida que en su país natal, Dakar, pero en él resuena cada día el sufrimiento y el trauma de su partida y asegura que “esa locura no la volvería a cometer”. En estos momentos reconoce que está insertado gracias a su propio interés por mejorar profesionalmente y en aprender de los españoles como un maño más.
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