Barbijaputa es el seudónimo de la articulista que encontrarás bajo estas líneas. Si decides seguir leyendo darás con artículos y podcasts sobre el único feminismo sensato que existe: el radical.
Cuerpos de niñas
Antes de emitir el podcast que hacemos para eldiario.es, dedico un buen número de horas a escuchar todos los audios que las niñas, chicas y mujeres mandan al número del programa. En el último podcast que hemos hecho en Radiojaputa, que trataba sobre la relación que las mujeres tenemos con nuestros cuerpos, me sorprendió especialmente algo que no esperaba: una gran mayoría de los mensajes de las oyentas relataban que habían sido sus propios padres y madres quienes habían comenzado a preocuparse por su aspecto físico, y también a crearles complejos desde bien pequeñas.
Padres que animan a adolescentes a que se operen la mandíbula -o la nariz- o madres que ponen a dieta a sus hijas pequeñas mientras les prohíben enseñar las piernas -si no son delgadas- son algunos de los que hemos publicado. No podíamos centrarnos en este único aspecto debido a que el podcast es corto, y también a que había muchos otros relatos y formas de presión sobre nuestros cuerpos para que cambien y encajen en lo que se espera de ellos, pero el hecho merecía una reflexión. Por una parte, señalar que no hablamos de maldad o de bondad al hablar de este tipo de padres. Dentro de un sistema patriarcal se tiende siempre inconscientemente a que tanto una misma como sus hijas entren en el canon de belleza establecido. Y no solo entrar, sino lograr llegar al podio, al estándar más puro (¡operarse la mandíbula!).
Si no se tiene conciencia feminista y se da una cuenta de por qué siente este sinvivir con su cuerpo, se es siempre esclava de la presión patriarcal sin problematizarlo ni una sola vez. Y si nos sometemos a operaciones, a dietas y juicios constantes hacia nosotras mismas, no es difícil caer en hacer lo mismo con nuestras hijas. Cuanto más normativa seas, más feliz serás. Cuanto más bonita, menos obstáculos. Cuanto más delgada, más puertas abiertas. Los padres, por su parte, más de lo mismo: cuanto más le guste a la sociedad el físico de mi hija, mejor para ella. Pero eso no justifica machacarlas, por supuesto, porque también sabemos que cuanto más segura es una niña, más libre es (y será en el futuro).
Y estar en paz con nuestro físico, intentar aceptarlo y asumirlo en esta sociedad, es una carrera de fondo para la que nuestros padres tienen que prepararnos desde el primer día. Sabemos a qué se enfrentarán las niñas mañana, sabemos qué cosas les dirán, qué les enseñará la publicidad, las revistas que leerán, las películas que verán. La pelea no es contra el físico de las más pequeñas, no se trata de intentar modelarlas conforme crecen.
Una simple broma o chiste sobre su aspecto puede marcar a una cría, mucho más si viene de su entorno seguro, de su núcleo cercano. Un tío, una abuela, un primo, un amigo de la familia. Todas hemos sido niñas, todas tenemos historias y recuerdos, todas sabemos de lo que hablamos. No va a ser fácil para las niñas de hoy convivir con sus cuerpos de adultas. Hoy día, nueve de cada diez personas que sufren un trastorno alimenticio, por ejemplo, son chicas. Pero todas las personas que convivimos y tratamos con niñas pequeñas podemos amortiguar el impacto e intentar hacerlas sentir fuertes, seguras, buenas en lo que destacan. Podemos protegerlas no dejando pasar los comentarios que recibirán, y enseñarlas a identificar el machismo en las “sugerencias” que les harán sobre su aspecto. Todos formamos parte de la vida de criaturas, en mayor o menor medida, todos somos responsables de las mujeres del futuro.
“Con 8 años mi madre me puso a dieta, hoy tengo 56 y aún vivo luchando por aceptarme”, decía una compañera en uno de sus mensajes. Tomemos conciencia feminista, aprendamos a analizar los mensajes que el patriarcado nos manda desde cualquier boca, enseñemos a las más pequeñas a localizarlos también y a juzgarlos negativamente. Que cumplan los 56 años habiéndose querido tal como son. Y preocupadas por los avatares de la vida, no por el vehículo que les permite vivirla.
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