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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Prohibiciones históricas contra corridas de toros en México

Tortura taurina

Leonora Esquivel

Parece absurdo que en pleno siglo XXI tengamos que argumentar en contra de la tauromaquia, que semejante práctica de tortura y muerte siga disfrazada de arte y cultura y apoyada por ministerios educativos, por subvenciones gubernamentales una pequeña parte de la sociedad.

Sabemos que no lo son, puesto que no aparecen en ninguna clasificación de las Bellas Artes, ya que ninguna expresión humana que tenga como fin la muerte de un animal está considerada como arte.

Aunque la Asociación Internacional de Tauromaquia (AIT) dice haber pedido a la UNESCO que la tauromaquia sea considerada parte de los Bienes Intangibles del Patrimonio de la Humanidad, no hay constancia alguna de ello y esta oficina sostiene que hasta ahora no se ha inscrito en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial ninguna tradición o festividad que tenga asociado el maltrato o la muerte de animales. Sin embargo, eso no quita que algunos países como España o algunas regiones la hayan declarado patrimonio cultural inmaterial. Cada año se discute qué entra y qué no en la lista, y el Comité cada año tiene miembros de diferente origen. Alguna vez han incluido la tauromaquia en la lista a discutir, porque algún miembro lo aceptó, pero nunca ha sido agregada.

De acuerdo a las encuestas (Parametría, 2009), al 70% de los mexicanos no le gustan las corridas de toros, el 68% considera que se maltrata a los animales durante una corrida, el 80% cree que los animales tienen derechos y el 88% cree que esto no debería financiarse con dinero público.

En repetidas ocasiones hemos resaltado que el simple hecho de ser testigo del maltrato a los animales perpetúa el ciclo de la violencia a través de la insensibilización y de la imitación, y que existe un estrecho vínculo entre el maltrato a los animales y la violencia de género, el maltrato infantil y otras formas de violencia interpersonal.

Como psicoterapeuta puedo decirles que el Manual de Psiquiatría y Desórdenes Emocionales lista la crueldad contra los animales como un criterio de diagnóstico para los desórdenes de conducta.

Para quienes aducen que la tauromaquia es un deporte, la muerte, la violencia, la discriminación y la injusticia están considerados como antivalores del Espíritu Olímpico, según la carta olímpica. Todas estas, características de las corridas de toros.

Son sin duda, una tradición, pero no por ello debe ser perpetrada, sino revisada bajo la óptica de la ética actual.

Si hacemos un breve repaso, incluso en la religión católica, su mayor promotora y beneficiaria, hubo algunas excepciones históricas. En el año de 1215 aparece el primer documento escrito que hace referencia a los toros y es precisamente en la forma de prohibición. En diciembre de ese año, el obispo Geraldo de la ciudad de Cuéllar en Segovia, escribe para comunicar sobre el IV Concilio de Letrán y en el quinto párrafo dice: “ningún clérigo juegue a los dados ni asista al juego de toros”. En Las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio (1221-1284), también se prohibe la asistencia a los clérigos.

De igual manera hay prohibición a los juegos de toros en el epistolario de San Juan de Ávila (1500), del siglo XVI, o el Nuper Siquidem, del Papa Sixto V (Papa de 1585 a 1590). A San Pío V, pontífice romano, sí le conmovió la tortura que se inflige a los animales, promulgando una bula en 1567, De salutis gregis dominici, que reza:

«Nos, considerando que esos espectáculos en que se corren toros y fieras en el circo o en la plaza pública no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana, y queriendo abolir tales espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio, y proveer a la salvación de las almas, en la medida de nuestras posibilidades con la ayuda de Dios, prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo (ipso facto), que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera que sea su comunidad o estado, permitan la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras (...)».

La bula papal no se publicó ni en España ni en Francia y se ocultó tres años en Portugal donde comenzó la costumbre de afeitar los cuernos a las reses para evitar el peligro a los toreros. El naturalista Luis Gilpérez Fraile escribe que Felipe II intentó, sin éxito, que Pío V derogase la bula. Luego presionó a su sucesor, Gregorio XIII, quien publicó otro documento por el que se levantaba la prohibición de asistencia a las corridas. El siguiente pontífice, Sixto V, publicó un Breve -de menor rango- para recuperar la prohibición, camino que siguió su sucesor, Gregorio XIV, quien tampoco cedió a las presiones. Por fin, Clemente VIII mitiga la bula de Pío V, aunque mantiene la prohibición para los clérigos y para que no se celebren en festivos y domingos.

En la encíclica Laudato si, del Papa Francisco, en el punto 92 del texto se lee: «La indiferencia o la crueldad ante las otras criaturas de este mundo siempre acaban trasladándose de alguna manera al trato que damos a otros seres humanos. La misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las otras personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura es contrario a la dignidad humana». En el punto 130 vuelve a retomar el tema: «El poder humano tiene límites y es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas».

En cuanto a gobernantes, Carlos IV, rey de España, prohibe absolutamente las fiestas de toros y novillos en 1805 aunque la ley no se llegó a cumplir.

En el blog taurómaco De sol y sombra, Luis Cuesta escribe: “En México, el indio represor que logró ser Presidente, Benito Juárez García, también prohibió las corridas de toros el 28 de noviembre de 1867 y el ex Presidente, Venustiano Carranza pasó a la historia como una figura negativa para el toreo, ya que prohibe las corridas en el Distrito Federal, mediante un decreto que fue publicado el 7 de octubre de 1916 y que duró hasta 1920”.

Como era de esperar la prohibición tuvo poco éxito en el resto del país ya que los festejos en provincia se realizaban de manera clandestina o con la venia de algunas autoridades inconformes con Carranza.

Entre las anécdotas de ese periodo de prohibición se cuenta que una turba de aficionados se manifestaba todos los domingos en la casa de Carranza, ubicada en la esquina de Río Lerma con Río Sena de la capital mexicana -hoy su museo-, pero el Varón de Cuatro Ciénagas no se inmutaba.

En el Estado de Oaxaca se prohibieron las corridas de toros desde el 4 de septiembre de 1826, fecha en que se decreta con el título 'Se Prohíben las Corridas de Toros' estableciendo lo siguiente:

Artículo Único. “Ninguna ley ni autoridad puede permitir en el Estado el establecimiento de juegos de azar; ni autorizar o permitir espectáculos contrarios a la cultura y moralidad públicas como las corridas de toros y peleas de gallos”.

El gobierno del general Díaz prohibió las corridas en la ciudad de México y otros estados importantes, que incluyeron Zacatecas y Veracruz. En su obra El estilo porfiriano: deportes y diversiones de fin de siglo, William BeezleyWilliam Beezley sugiere que Díaz buscaba el reconocimiento de su gobierno por parte de los de Estados Unidos y Gran Bretaña, naciones que criticaban duramente el atraso de la sociedad mexicana, y que describían a México como un país de bandidos, con gobiernos inestables, que no pagaba sus deudas y que encima se complacía en la crueldad con los animales, pues “el turista o espectador incidental veían sólo arena y sangre, los anglosajones veían todo con horror […]”. De esta forma, al prohibir las corridas en la capital, en un puerto tan grande como Veracruz y en Zacatecas pocos extranjeros verían el espectáculo, con lo que Díaz podría afianzar su imagen de reformador que sacaba a México de la barbarie para ponerlo en el rumbo del progreso como miembro de la comunidad de naciones occidentales.

Ignacio Ramírez, El Nigromante, fue un escritor, poeta, periodista, abogado, político e ideólogo liberal mexicano. Es considerado uno de los artífices más importantes del Estado laico mexicano. Participó en la elaboración de las Leyes de Reforma y fue uno de los liberales más puros. Al ser derrotados los conservadores, el presidente Benito Juárez lo nombró Secretario de Justicia e Instrucción Pública. Durante su gestión creó la Biblioteca Nacional y unificó la educación primaria en el Distrito Federal y en los territorios federales. Su apodo se debe a que según Guillermo Prieto usaba la sabiduría como la luz de una antorcha que, como un hechizo, mágicamente lo transformaba todo.

El Decreto que Benito Juárez promulgó el 28 de noviembre de 1867, donde se prohíben en México las corridas de toros en la Ley de Dotación del Fondo Municipal de México fue inspirado por El Nigromante, quien en junio de 2018 celebra los 200 años de su nacimiento. Ignacio Ramírez dijo en 1857:

“Se debe abolir de la nación mexicana todo espectáculo o las corridas de toros que denigren al animal o a cualquier ser vivo y así evitar que el gozo por el sufrimiento de los seres vivos siga siendo un espectáculo degradante para los seres humanos que no han podido superar con esas conductas sus atavismos ancestrales. (...) No todo lo que llegó de Europa fue bueno” (Emilio Arellano, La Nueva República: Ignacio Ramirez “el Nigromante, Planeta, 2009).

Si son solo 8 países donde se celebra esta costumbre -España, México, Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Francia y Portugal- y en el resto están prohibidas por considerarse una forma de maltrato hacia los animales, creo que es inútil que sus defensores sigan intentando promoverla ante la UNESCO como parte del patrimonio inmatrial de la humanidad.

La tendencia social es precisamente reconocer cada vez más protección a los animales no humanos, prohibir espectáculos donde se les explote, liberarlos del confinamiento mutando los zoológicos a santuarios, adoptando otras formas de consumo menos cruentas.

En mi experiencia, de todas las formas de maltrato animal, si bien la tauromaquia no es la principal en número de víctimas, sí representa lo más abyecto de nuestra naturaleza, donde la crueldad se disfraza y enaltece para perpetrar el pasatiempo de unos cuantos, justificando esta tortura en ritos y mitos que hoy no rezan con lo que sabemos sobre los animales y sus capacidades neurológicas, fisiológicas , etológicas.

Todos sabemos el transfondo político y económico de estas élites, la cosmovisión que sus partidarios comparten y el antropocentrismo dominante en sus mentalidades, y es justamente ese orígen el que los activistas por los derechos de los animales intentamos desafiar.

Porque necesitamos una visión no diría más humana -pues esto nunca ha sido sinónimo de bondad como muchos creen- sino una más justa, equitativa, incluyente y compasiva con otras formas de vida, y si esto no viene con nuestra naturaleza, hemos de alcanzarlo mediante la argumentación.

El toro nunca será la bestia que se enfrenta al hombre, éste siempre se enfrenta a sí mismo, y que esta práctica quede en los acervos de la historia y una día sea vista como otra de tantas aberracciones que cometimos en nombre de la religión y la civilización, depende enteramente de nosotros.

Si el Nigromante pudo ver esa luz hace más de 150 años, ¿qué estamos esperando para usar lo mucho que sabemos para transformarlo todo? No mediante un acto de hechicería, sino de seria reflexión y profunda empatía hacia los seres con los que compartimos el planeta.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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