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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Los animales de nuestra vida también son nuestros muertos

Ibon y Fleu

Ibon Pérez

Es probable que llegues a este artículo porque así lo hayan querido los impredecibles algoritmos de Google. Quizás has acabado aquí porque has dicho adiós recientemente a tu compañero de viaje perruno o gatuno y busques palabras de consuelo. Tranquilo, tranquila. El sentimiento ante su perdida es universal.

Llega Halloween -en los países con tradición cristiana, Día de todos los Santos- y nos acordamos de los que ya no están. A excepción de México, donde los animales son venerados junto a los demás seres queridos que dejamos atrás en su 'Día de muertos' (los perros son los guardianes o encargados de llevar a las almas de los humanos al otro lado), en nuestra sociedad existe una especie de tabú para decir en voz alta que echamos de menos al perro o al gato que nos acompañó. Teresa Laka, psicóloga de profesión, cree que nos reprimimos. “Nos cuesta vaciarnos y el duelo dura más”, según la experta.

El joven Mikel Zumeta compartió la vida durante trece años con un golden retriever. “Mi madre era muy reacia por todo lo que había sufrido con la perdida de Otto, pero le he enseñado que hay formas de llenar esa ausencia”, explica. “Con la de animales abandonados que hay lo más sensato es adoptar uno y reciclar el amor que sentíamos por Otto dándoselo a otro”, añade Mikel. Pasado el duelo, su hermano Iñigo y él están a punto de cerrar los trámites para rescatar a un perro de una perrera. 

El portal Wamiz, líder entre los que buscan información sobre animales del hogar, afirma que para el 90% de las personas sufrir una perdida perruna o gatuna es tan difícil como afrontar la muerte de un familiar. Es la conclusión de un estudio realizado a más de 10.000 personas. Extrapolando esos datos a nuestro país, para uno de cada dos españoles encuestados resulta doloroso hablar de los gatos o perros que jugaron un papel fundamental en sus vidas. Y, por los momentos que nos han dado, la verdad, es entendible.

Estas son palabras que evitaría escuchar cualquier persona que tenga un animal de compañía. Digo “animal  de compañía” porque son parte de tu rutina y del día a día, pero la definición correcta sería amigo de verdad o, a pesar de que mucha gente no lo entienda, familia.

Me atrevo a decir que nunca te harán una bienvenida que pueda igualar la suya cada vez que  llegues a casa, ni conocerás un recibimiento tan efusivo y lleno de felicidad. De forma inesperada, te darán un lametazo baboso que cure tu tristeza y sus travesuras parecerán pequeños gestos de inocencia que lograrán dosificar tu paciencia.

Muertes imprevistas de perros y gatos, fallecimiento por enfermedades de larga duración… El duelo es inevitable y lo tenemos que normalizar, pues la muerte es la consecuencia de que antes hubo vida y tuvimos la suerte de poder disfrutar de esos años que ahora solo queremos almacenar en el recuerdo.

Ahora bien, no está socialmente aceptado llorar en público por la pérdida de nuestros animales cercanos. No todo el mundo tiene la empatía suficiente como para valorar el vínculo emocional que surge entre un humano y otro animal. Al preguntarme el motivo por el que lloro tanto, la gente muestra su alivio contestando: “¡qué susto!, pensaba que era algo más grave” o “creía  que se había muerto un familiar”. ¿Acaso los lazos que se crean entre un animal y un ser humano no pueden ser similares o razonablemente parecidos?

Si las personas supieran lo fuerte que  era la unión entre mi perro Fleu y yo, entenderían cada una de las lágrimas que derramé por él.

Mi amigo falleció de una forma fulminante con apenas ocho años y, estando en la distancia, mis padres decidieron ocultarme que se había ido para siempre. Esa es la diferencia entre los perros y nosotros: cuando  un perro abandona a un humano no es para irse de vacaciones.

Lloré como si no hubiera un mañana besando la foto de mi compañero de juegos; al fin y al cabo, era inevitable la despedida. Se iba parte de aquella juventud: mi hijo, mi hermano peludo.

Pasear  por el parque no iba a ser lo mismo, no escucharía su ladrido al tocar el timbre.

La mejor forma para expresar el dolor fue coger lápiz y papel y escribir esto que vais a leer. Sirva de consuelo para quien esté pasando el mal trago de decir adiós a su ser querido. Probad a hacer lo mismo y las palabras brotaran desde lo más hondo.

Querido Fleu:

¿Sabes? Me cruzó con perros que se te parecen y siento una dulce nostalgia que dibuja una sonrisa en mi cara.

Viendo las imágenes que recopilé posando junto a ti, no entiendo a los malnacidos que abandonan a sus animales.

En estos tiempos de desgana y mala fe, cada vez son más los desaprensivos que os utilizan como juguetes, pero también los concienciados, los que velan por vuestra integridad, los que os adoptan y os quieren dar una nueva oportunidad.

No te faltó cobijo, comida y agua durante ocho años y me consuela saber que estuviste bien cuidado. Esta noche muchos animales no tendrán la misma suerte que tú y dormirán a la intemperie. Ojalá alguien se apiade de ellos.

Comiste la comida que comía yo y juntos inventamos un mapa de calles que hicimos nuestras. Ahora lloro lo que llorabas tú cada vez que regresaba de Madrid y te visitaba, pero tú de emoción y yo de tristeza por tu partida.

Has sido mi primer perro, pilar de mi crecimiento personal y de las circunstancias que me han tocado vivir. Tus ladridos eran mi euforia y tu personalidad, hiperactiva e impulsiva, era muestra del carácter que adoptamos los dos. Todo se pega.

Durante ocho años, has sido quien ha curado mis heridas físicas a lametazos. Las sentimentales, las calmaste poniendo tu hocico encima de mi pantorrilla y mirándome con cara de “ey, ¿qué pasa contigo, tío?”.

Cuando eras un cachorro, solías apoyar una de tus orejas sobre mi pecho para sentir el latido de mi corazón. A partir de entonces -bumbún bumbún- nuestro órgano motor ha bombeado sincronizado, al mismo tiempo a pesar de la distancia. Nunca había latido por dos.

De ti aprendí que cuando alguien ha tenido un mal día, tan solo basta con permanecer en silencio, sentarte cerca de él y acompañarlo. Es lo que todos deberíamos hacer si tuviésemos alguien así a nuestro lado.

Mostrabas afecto simplemente revoloteando por casa, destrozándolo todo, untándome con tus babas, quitándome las sábanas, dejándome marcas.

Los que dicen que el amor no existe es probable que nunca hayan tenido un perro. Y dichoso yo que he conocido el tuyo.

Me gustaría pensar que no estás muerto y que duermes en mi corazón. Espero que te despiertes cuando menos te lo esperes. Entonces darás saltos de alegría otra vez, me gruñirás por llegar tarde y me pedirás que te saque de paseo.

Lamento que haya personas que no tienen perros durmiendo en su corazón. Lo siento por ellos, se pierden tantas cosas.

Fuiste tú quien, recién nacido, nos escogió tras salir de la jaula abalanzándose sobre los pies de mi hermana. Por entonces mi madre (tan maniática de la limpieza) no estaba por la labor de meter a ningún animal en casa; pero, al final, se encariñó contigo y tuvo que recomponer sus propias leyes. 

Me gustaría que todo el mundo pusiese un perro en su vida. Si lo hacen, les alargará la existencia. ¿Será por eso que los perros vivís tan poco? Porque nos dais vuestra energía y vitalidad incluso cuando os tratamos  injustamente.

Si existe un más allá me gustaría que sea donde tú vayas.

Puede que fidelidad también se escriba con tu nombre.

Todo el cariño  que siento por ti lo transformaré cuidando de otros animales y adoptaré otro peludo cuando esté preparado. No te preocupes. Nada de celos. Las comparaciones son odiosas y tu recuerdo no lo podré sustituir. 

Un ladrido infinito desde mi memoria y mi agradecimiento eterno, compañero.

PD: No te preocupes por tus juguetes. Los guardo a buen recaudo.

Compartir el dolor en las redes sociales como hago yo es el consuelo de miles de personas y, a juzgar por las fotografías póstumas de los amigos peludos que nos dejaron, el paraíso -si es que existe- está lleno de seres que recibieron ingentes sumas de amor.

Guardamos sus juguetes, sus collares, sus mechones de pelo y nos tatuamos el dibujo de sus huellas en nuestro cuerpo. Todo es poco para representar el amor que sentíamos por ellos, un familiar más.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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