Sebastián Taberna, ‘la cámara en el macuto’ en el frente de Guadalajara
Igual que a muchos jóvenes de su generación, Sebastián Taberna fue a la guerra en 1936. Estaba en Pamplona y se alistó entre los requetés. Se pasó la Guerra Civil disparando… su cámara Leica. La imagen era su pasión. Y su archivo se compone hoy de más de 5.000 fotografías custodiadas por su familia. Parte de ellas se recogen en La cámara en el macuto (La Esfera de los Libros), un volumen que compendia casi un millar de imágenes –de las que el 80% son inéditas-, de distintos fotógrafos, del conflicto que marcó un punto de inflexión en la historia contemporánea de España.
El libro, de Pablo Larraz Andía y Víctor Sierra-Sesúmaga, destaca por el extraordinario interés gráfico de las imágenes recopiladas de fotógrafos como Nicolás Ardanaz, José González de Heredia, Martín Gastañazatorre, Julio Guelbenzu, Germán Raguán y Lola Baleztena, además del propio Taberna. Fueron siete voluntarios carlistas –según la editorial que, “en su doble condición de fotógrafos aficionados y combatientes, recogieron a través del objetivo de sus cámaras una visión directa y honesta del conflicto”.
El historiador ultraconservador Stanley G. Payne sostiene en el prólogo del volumen: “No fueron profesionales, aunque tampoco meros aficionados en el sentido más limitado, porque tenían un cierto nivel de preparación y pericia técnicas”.
En realidad, se trata de una antología de fotografías que, junto a las historias que guardan, salen por primera vez a la luz tras ochenta años, acompañadas de fragmentos de cartas y diarios de guerra para descubrirnos una perspectiva íntima y genuina de la guerra obtenida desde sus mismas entrañas. Son testimonios que subyugan por su interés histórico más allá del acierto o no en el objetivo de cámara.
En el diario Abc, en un reportaje publicado el domingo pasado, tildaron a Sebastián Taberna –infiltrado entre las tropas- como “el Robert Capa español”. Quizá es una hipérbole porque la figura de Capa, obviamente, excede nuestras fronteras hasta el punto de que algunas de las imágenes que captó se convirtieron en símbolos de la contienda fratricida.
En todo caso, merece la pena acercarse al archivo de Taberna. Es extenso y revelador de la crudeza del conflicto larvado a raíz del golpe de Estado fascista el 18 de julio de 1936. Desde el combate en las cumbres de Somosierra hasta la nieve en Teruel y la batalla de Vizcaya, pasando por la toma de Sigüenza, incluida la devastación de su catedral. La cámara de Taberna capta momentos en el frente pero también escenas de la vida en la retaguardia. Al día siguiente de la sublevación que culminó la felonía de los militares desleales con la República, el fotógrafo pamplonés retrató el inicio de la guerra en la plaza del Castillo, en la capital navarra.
Uno de los autores del libro, Pablo Larraz, aseguró en Abc: “Es una visión de la guerra muy humana y real desde el interior de este microcosmos carlista de la Guerra Civil”. A su juicio, de entre todos ellos, sobresale Taberna “por su especial sensibilidad y su técnica vanguardista, capaz de hacer una foto de gran calidad metiéndose en acción y además auténtica, sin montajes ni escenificaciones”. Los autores, precisamente, destacan el trabajo fotográfico en la toma de Sigüenza. Taberna recogió la preparación y el desarrollo de los combates como el asalto a la catedral de la Ciudad del Doncel en octubre de 1936. Fue el primer fotográfico en entrar en este recinto después de quedar reventado y comprobar los daños provocados por la artillería.
“En una de estas imágenes –prosigue el reportaje citado-, unos prisioneros republicanos aguardan tras la batalla a ser conducidos a Soria. Atados de manos y codos y algunos heridos, la fotografía los trata con respeto. El mismo que se aprecia en las escasas fotos de muertos en combate. Impresiona particularmente una de ellas, de un combatiente republicano con los ojos abiertos y una naranja junto a su mano, que posiblemente se disponía a comer cuando cayó víctima de la artillería y que ”estremeció sobremanera a Sebastián Taberna“, según ha podido saber Larraz.
El Foro por la Memoria de Guadalajara matizó en las redes sociales el pasado domingo: “Desde luego mucho respeto no les tuvieron porque en la lista de dos meses después faltan 157 prisioneros. Aparte de los más de 30 asesinados en el patio de las Ursulinas”. A juicio de esta entidad, se trata de “un nuevo intento de blanqueo del requeté en nuestra provincia”.
Taberna, que revelaba las fotografías en improvisados estudios en el campo de batalla, también estuvo en otras localidades de Guadalajara azotadas por la guerra.Entre ellas, sobresalen algunas imágenes como en la que puede verse a un combatiente del Tercio requeté del Rey en La Toba, diciembre de 1936; el bloqueo de las fuerzas franquistas el 11 de marzo de 1937 en Cogolludo; la fuente de “los Tres Dragones” en Atienza, 18 de febrero de 1937; un grupo de soldados bajando de las posiciones en Alcorlo, también en febrero de 1937; otro grupo de voluntarios carlistas en Casas de San Galindo, entre Hita y Jadraque; un voluntario escribiendo a la luz del farol en Jadraque; y unos niños en la escalinata de la iglesia de San Juan Bautista de Jadraque en 1937, durante la batalla de Guadalajara. Otra de las fotografías más interesantes, desde el punto de vista del valor histórico, es la que retrata al coronel Marzo comunicando desde El Mirón a Franco la toma de la ciudad de Sigüenza, el mediodía del 9 de octubre de 1936.
Precisamente, la Ciudad del Doncel ocupa un espacio particularmente importante en su archivo, incluida la descripción del avance de la infantería parapetada hacia la catedral, mientras un blindado ascendía la calle que hoy es la que comunica el templo seguntino con el parque de la Alameda. La desolación de las calles, la destrucción del casco urbano, la retirada de heridos a hombros, el combate en la vía pública alrededor de la catedral y los efectos devastadores de la artillería en la catedral de Sigüenza.
Su trabajo en el frente de Guadalajara resulta especial porque, entre el catálogo de imágenes que guardó, también se incluye una en la que sale él mismo con su cámara en la localidad alcarreña de Jadraque. En todo caso, lo mejor para acercarse a un fotógrafo, más allá de sintetizar su trayectoria, es observar sus fotos. Acercarse a éstas sin prejuicios ni juicios de valor. Observar las escenas que capturó. Detenerse a reflexionar sobre los estragos de la guerra.
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