Sin letrinas ni higiene menstrual: la reacción en cadena por falta de agua que agrava la desigualdad de género
Hay 1.000 millones de personas en todo el mundo sin acceso a saneamiento y 2.000 millones sin apenas recursos de agua en puntos cercanos. Algo tan sencillo como abrir el grifo y que salga agua no es posible en muchos lugares del mundo, lo que provoca una reacción en cadena que no solo afecta a la calidad de vida, sino que también agrava las desigualdades de género. En el Día Mundial del Medio Ambiente, nos acercamos a todos aquellos proyectos que han identificado los factores que provocan que se perpetúe esta discriminación de la mujer, a través de las acciones que la Fundación We Are Water desarrolla con Unicef, la Fundación Vicente Ferrer y numerosas entidades locales de Latinoamérica, África y Asia.
Porque esa desigualdad aparece en cada acción, en cada propuesta de una medida a desarrollar en zonas sin apenas agua o saneamiento. Se repite año tras año. Sin esos recursos, hablar de igualdad es imposible porque “quienes más sufren las consecuencias son las mujeres, primero como niñas, luego como adolescentes y después adultas”.
Lo cuenta Carlos Garriga, director de We Are Water. En zonas sin apenas suministro, niñas y niños son los encargados de acompañar a sus madres a buscar y recoger agua. Con ello pierden horas de juegos, de colegio, de energía y de esfuerzo. En este caso la situación es similar por géneros, pero cambia con la llegada de la adolescencia. Los niños dejan de realizar esas funciones y el peso recae sobre la mujer y sus hijas. En estas últimas, coincide con la llegada de la menstruación, que se une las carencias de saneamiento, privacidad y material de higiene.
Abandono de la escuela
Decenas de miles de escuelas de Latinoamérica, África y Asia no disponen de instalaciones de saneamiento que tengan las mínimas garantías de higiene y privacidad donde las adolescentes “no se sientan observadas”. Este motivo hace que no acudan a la escuela, perdiendo horas lectivas, lo que también afecta a la formación para su futura independencia y empoderamiento.
“No solo tienen que continuar recogiendo agua varias veces al día, sino que se ven forzadas a dejar la escuela o a acudir realmente exhaustas, sin energía, sin privacidad cuando tienen su menstruación y sin apenas higiene”, lamenta Garriga.
La situación no se produce solo en la escuela. La falta de saneamiento y agua cercana impacta más en la mujer también el hogar. Cuando no hay un lugar donde orinar o defecar en su casa o en algún sitio cercano a la misma, las mujeres buscan sitios alejados donde realizar sus necesidades fisiológicas, “con el peligro, de ser vistas, seguidas o señaladas”. “La mayoría se esperan hasta que sea de noche. Eso, además de un problema de salud, aumenta el peligro de acoso, violaciones, ataques o secuestros. Dependiendo del tipo de comunidades, a veces se tienen que desplazar muy lejos o a sitios más peligrosos”.
Esta organización recuerda que, aunque existe la creencia de que la mayor parte de los problemas de acceso al agua son debidos a la sequía y en algunos casos es así, en la mayoría de zonas se produce por falta de gestión de este recurso. Ahí son fundamentales los usos y costumbres de la zona. Por ejemplo, en zonas de Asia y África las fuentes donde se recoge agua también se utilizan como bebederos de animales o para lavar la ropa, con los derivados problemas de salud pública. El impacto aquí también es mayor para las mujeres: “Esas horas que han dedicado a ir a recoger agua les sacia la sed y algunas necesidades, pero luego no solo les resta energía, sino que además las va a poner enfermas”.
“Es una reacción en cadena, un círculo vicioso, complicado de romper pero a la vez muy simple”, advierte el director de We Are Water. Proporcionando puntos de agua y saneamiento se combate, pero conlleva un proceso. Opina que el agua es tan importante que muchos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se podrían vincular al número 6, el referido a las redes de agua y saneamiento, porque “sin hacer eso es imposible acabar con la pobreza ni garantizar la salud, el bienestar o la educación”. “La propia pobreza y falta de infraestructuras básicas de algo tan elemental como tener agua o un sitio donde hacer tus necesidades fisiológicas perpetúa las diferencias entre hombre y mujer”, recalca.
El análisis de estas situaciones desde hace más de una década es el que ha llevado a esta fundación a desarrollar proyectos centrados en pozos, embalses o kits de higiene con pastillas potabilizadoras, así como la construcción de letrinas, sobre todo en escuelas, para garantizar que las niñas no las abandonen.
Conocer la comunidad
Pero no es un proceso fácil. El acceso a saneamiento tiene un componente histórico, cultural y educativo muy ligado a las costumbres, que es difícil de arraigar en algunas comunidades. Por ejemplo, en Bolivia, una solución para tapar defecaciones al aire libre fue depositar cenizas de carbón o de madera, pero para esas comunidades ese elemento es sagrado. “Antes de llevar a cabo cualquier solución desde tu despacho confortable, lo primero es conocer la comunidad y sus representantes, además de las entidades locales y sus principales problemáticas y soluciones. Al final, la mejor solución siempre es el acompañamiento, el conocimiento y el respeto mutuo. Si ellos no están implicados desde el minuto uno, olvídate”.
Por eso, para trabajar en ello y conseguir reducir también la desigualdad de género, lo mejor es el empoderamiento social y que “esas acciones se mantengan en el tiempo”. Aquí es fundamental el papel de las mujeres, porque “la garantía del éxito de estas acciones siempre es a través de ellas”. Según Carlos Garriga, son las que garantizan la sostenibilidad en el tiempo: los comités de agua están liderados por mujeres en la mayoría de los casos, ya que tienen “un punto de vista más comunitario, solidario y colectivo que los hombres”.
Uno de los proyectos más significativos de esta organización ha sido en Burkina Faso. Lo ha llevado a cabo con Unicef bajo con el nombre “Open Defecation Free”, basado en garantizar el saneamiento para las necesidades fisiológicas. El objetivo es evitar que miles de personas las realicen al aire libre, lo que genera grandes problemas de salud pública y comunitaria, además de “la falta de privacidad y dignidad”. La fundación ha conseguido que en algunas zona ya no sea así, bien porque las casas disponen de una letrina o porque hay alguna cerca que es compartida por poca gente para garantizar la salubridad, con accesibilidad y ventilación cruzada, entre otras condiciones mínimas. Este proyecto se planteó en 2017 y a pesar de la pandemia se ha podido llevar a cabo “con mucha sensibilización”:
Desde We Are Water y desde las entidades locales que trabajan en cuestiones de saneamiento insisten en la necesidad de realizar estos proyectos de la mano de la comunidad afectada. A veces incluso se realizan obras de teatro didácticas, “más eficaces que con un técnico o un experto explicando conceptos”. En este caso también suelen ser las niñas las primeras que se apuntan y las que quieren actuar. “Con ello ponemos de manifiesto que desde el humor, la dramatización y el costumbrismo llegamos a toda la comunidad local”.
Otro proyecto de éxito se ha llevado a cabo en India, pese a las dificultades iniciales. Cuando propusieron sus medidas, el saneamiento no se consideraba algo prioritario en el país y las letrinas se usaban en algunas zonas como almacenes. Pero al cabo de los años, mediante talleres y formaciones se consiguió la habilitación de las mismas gracias a una campaña gubernamental basada en el lema de Gandhi, que consideraba el saneamiento “más importante que la independencia” y con la visibilidad que también se dio incluso desde Bollywood: la película “Toilet - Ek Prem Kathaaka” (Toilet, a Love Story), de 2017, se centra en esta cuestión.
“Esto demuestra la importancia de que en estos objetivos se implique la sociedad civil, los gobiernos, las entidads sociales y las empresas. El agua es una fuente de conflicto en todo el mundo pero al mismo tiempo puede ser una fuente de acercamiento. Lo es todo y saber gestionarla es saber avanzar como sociedad y como humanidad, y también combatir la desigualdad de género”, concluye Garriga.
0