El 27-S toma cuerpo. Plebiscitarias o no, las elecciones serán trascendentales para dibujar el futuro Catalunya. Porque no está en juego sólo la composición del Parlament, sino una nueva hegemonía. La de España respecto a Catalunya, y la de los ciudadanos catalanes entre sí.
La Real Academia Española define hegemonía como “la supremacía que un Estado ejerce sobre otros”. En este sentido, el Estado español ha ejercido la hegemonía en Catalunya y, precisamente, una parte significativa de la sociedad catalana la cuestiona abiertamente al reivindicar la independencia. Como segunda acepción, la Academia define hegemonía como “la supremacía de cualquier tipo”. Esta es la que una parte de Catalunya ha ejercido sobre el resto. Y esa hegemonía también está en cuestión el 27-S.
La batalla por la hegemonía en Catalunya pretende ocupar el vacío dejado por el catalanismo, que tan cómodamente administraron CiU y el PSC durante treinta años. No era sólo una preeminencia política, si no cultural, social, incluso moral. Jordi Pujol fue un genio a la hora de utilizar en beneficio propio, y de su partido, esa hegemonía, clave para mantenerse en el poder tantos años, para imponer sus propios valores al resto, para crear la falsa idea de una sociedad homogénea. El PSC resistió la dominación pujolista en Barcelona y en las grandes ciudades, donde a su vez creó su propia hegemonía política. Ambos mundos compartían el catalanismo, el punto de encuentro de la mayoría, el oasis.
La historia del declive del catalanismo es conocida y en algún momento pareció que la reivindicación del ‘dret a decidir’ configuraba una nueva hegemonía. Pero esta es una reivindicación mucho más tangible que el catalanismo difuso y, en consecuencia, mucho más difícil de generar consensos a la hora de llevarla a la práctica. Ahora ya no es cuestión de derecho a decidir, si no de independencia. Es una demanda con una potencia extraordinaria, pero las encuestas indican que no ha alcanzado la hegemonía: la supremacía sobre el resto de posiciones políticas, desde el federalismo, el ‘unionismo’ o los que defienden el ‘derecho a decidirlo todo’. El 27-S medirá la fuerza de cada una de esas posiciones y presumiblemente demostrará que la lista independentista que lideran CDC y ERC podrá hacerse con el Gobierno, pero no con la hegemonía, no con la capacidad de ‘dominar’ al resto.
El 27-S también medirá la fuerza de los diferentes actores dentro de cada posición política. El factor CUP (Candidatura d’Unitat Popular) puede decantar hacia la izquierda el bloque soberanista. Ciudadanos y PP se disputarán el liderazgo ‘unionista’. PSC y UDC certificarán las exiguas energías de la llamada ‘tercera vía’. Y la gran incógnita es la fuerza de ‘Catalunya Sí es pot’, el factor que más puede modificar el mapa político catalán. La victoria de Ada Colau ha representado el cambio más importante de hegemonía en Catalunya desde la Transición. La pulsión transformadora que significó Barcelona en Comú concurre ahora a la segunda vuelta para validar, o no, su papel clave en la regeneración democrática.
Posiblemente, el 27-S demostrará que ya no podemos hablar de una amplia hegemonía como la que gozó el catalanismo. Si no, de la complejidad que representa la convivencia de diferentes hegemonías en una sociedad tan plural como la catalana. Y quien sepa gestionar, y respetar, la pluralidad será quien estará en mejor posición para tejer nuevos consensos en el futuro.
Pero el 27-S evidenciará, eso sí, el fin de la otra hegemonía, la del Estado español respecto a Catalunya. Tres candidaturas (Junts pel Sí, la Cup y Catalunya Sí es pot) cuestionan con diferentes acentos ‘la supremacía que un Estado ejerce sobre otros’ (Academia, dixit). Entre las tres sumarán, según todas las previsiones, una amplia mayoría en el Parlament y así, el 28-M, las fuerzas políticas de ámbito estatal sabrán, voto a voto, que necesitan construir una nueva hegemonía compartida con Catalunya, o resignarse a la ruptura.