Agitación y propaganda
Cuando leí que la Generalitat quería instaurar una nueva educación para la ciudadanía a la valenciana pensé que el Consell había perdido definitivamente el norte. Después uno da contexto a la noticia, la asocia con otras y entonces empieza a pensar que en el Palau de la Generalitat no se han perdido. Al contrario, tienen meridianamente clara la ubicación del Norte y, al igual que en la serie de Juego de Tronos (o los libros, lo que ustedes sean más dados a consumir), es de allí de donde vienen todos los males.
Denme un momento y me explico. Para ello nos tenemos que remontar a otra guerra, mucho menos literaria y bastante más cruel. Corría el otoño de 1990. Los ciudadanos estadounidenses descubrían horrorizados la historia de Nayirah, una enfermera kuwaití que huyó de su país cuando las tropas del sanguinario Sadam Hussein lo invadieron. Se fue a Estados Unidos para pedirle a nación más poderosa de la Tierra que detuviese al malvado invasor. Como prueba de la barbarie de los invasores la enfermera contó cómo los Guardias Republicanos de Hussein saquearon los hospitales de Kuwait, requisaron las incubadoras y dejaron a los bebés prematuros a su suerte para que muriesen abandonados. La intervención pues era necesaria. Prácticamente suponía un compromiso con la humanidad.
La guerra se desató y los norteamericanos humillaron a su antiguo aliado en el Golfo Pérsico. Pero cuando los primeros periodistas independientes llegaron a Kuwait e investigaron esa historia de las incubadoras la verdad no tardó en salir a la luz: el testimonio de Nayirah fue un montaje de un grupo poderoso de kuwaitíes bien asentados en Estados Unidos, con el objetivo de comprometer a los norteamericanos en la Guerra contra Irak.
La historia de Nayirah se ha convertido en una muestra clásica de propaganda bélica pero hay centenares de ejemplos similares a lo largo de la historia: desde las barbaridades que atribuyó Augusto a su enemigo Marco Antonio, hasta los falsos testimonios publicados por la prensa inglesa durante la primera guerra mundial según los cuales los alemanes utilizaban a los sacerdotes belgas como badajo en sus propios campanarios.
Atribuirle al enemigo las peores atrocidades es un arma de propaganda tan directa y tan habitual que, cuando la resistencia alemana filtró los primeros rumores sobre los campos de exterminio a mediados de la segunda guerra mundial, el servicio de inteligencia norteamericano los tomó por exageraciones.
Estas acciones tienen un objetivo muy claro: construir un enemigo e incitar al odio de la población contra ese colectivo, pues se le considera la encarnación de todos los males que pueda sufrir la misma. En tiempos de guerra la utilidad de esta estrategia del terror es obvia, pero no hay que subestimar su eficacia, también, en tiempos de paz.
La idea del enemigo siempre es poderosa y útil. Permite apelar a un criterio irracional para dividir a la sociedad en dos bandos: o estás con nosotros o estás contra nosotros. No hay medias tintas. O cierras filas con los tuyos y defiendes sus intereses o te conviertes en un enemigo más.
Parece una táctica burda y en realidad lo es. Sin embargo esa parece ser la última estrategia de defensa que ha encontrado el gobierno autonómico para sostener su erosión. Esa extraña asignatura que comentaba al principio, las declaraciones de Castellano de hace unos días o las continuas referencias al Tripartito como encarnación del mismísimo Belcebú, son ejemplos de esa tendencia.
De cara a las próximas elecciones, la estrategia del PP de la Comunidad se va a basar, en buena medida, en construir ese enemigo para, después, presentarse como el único frente en torno al que cerrar filas para defenderse de una hipotética invasión desde el norte. Es una baza que siempre han jugado pero que, conforme avanza el desgaste del partido, empieza a tomar una deriva vergonzante.
Quién sabe, quizá dentro de poco veamos a algún conseller llamando a las armas vestido de palleter para evitar que una horda de caminantes blancos con cuatribarrada nos quite la paella, prohíba las fallas y nos obligue a todos a llevar barretina.