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Aznar y Trillo, villanos de otra época

Ignacio Blanco

Cada generación tiene sus mitos y solamente algunas generaciones trascienden con ellos a la historia. Musicalmente pasa con la de los 60 y primeros 70, y por eso andamos ahora celebrando funerales planetarios cada tres por cuatro: Lou Reed, David Bowie, Leonard Cohen... Es ley de vida. Los genios también mueren -aunque sea con las botas puestas- pero nos queda su legado; ellos abrieron nuevos caminos y dieron forma a la cultura musical de nuestros días, siguiendo la estela de los dioses primigenios Beatles, Stones y Dylan. Después vinieron otros, estrellas del pop y del rock que vendieron incluso más discos -pongan los nombres y las cifras que quieran- pero a los que en el futuro sólo recordarán algunos, según su querencia o, más bien, su vivencia. Porque es en la primera juventud cuando construimos nuestros ídolos y asumimos nuestros himnos, que después nos sirven para recrear nuestra propia vida. Sólo así se explican esos revivals de los 80, los 90...

Si hablamos de política, en este país viviremos durante mucho tiempo marcados por la experiencia catártica de los años 30. Para la izquierda representan la lírica de la II República, la épica de la Guerra Civil y la tragedia de la dictadura y la represión franquista. Casi todos nuestros mitos se han construido alrededor de ese recuerdo: desde la Pasionaria hasta el maquis, pasando por los mineros de Asturias y llegando a los abogados de Atocha, últimos santos laicos de nuestro martirologio. Pero también la derecha, aunque trate de ocultarlo, sigue anclada emocionalmente a sus mitos fundacionales: la cruzada nacional católica contra la amenaza roja y separatista, la España de orden, los 40 años de “paz”... Sólo así se explica el éxito de ventas de la bazofia revisionista de Pío Moa y compañía o la abierta defensa de la simbología fascista por parte del Partido Popular y sus retoños de Ciudadanos. Lo vemos cada día, hoy en Alicante, ayer en Callosa, anteayer en Badajoz: la derecha española no ha roto con el franquismo, que forma parte de su herencia genética como el antifranquismo de nuestro ADN.

Pero, como decía al principio, cada generación construye sus propios mitos, aunque sean menores. La nuestra, la de quienes nacimos en los 70, crecimos en los 80 y nos implicamos políticamente en los 90, no ha aportado héroes ni grandes leyendas. En todo caso, el hueco de la nostalgia lo pueden ocupar algunas huelgas generales, las protestas del movimiento antiglobalización o las grandes manifestaciones del “No a la Guerra”. Lo que sí tuvimos fueron villanos. Y dos de ellos han vuelto a la actualidad estos días, por diferentes motivos: José María Aznar y Federico Trillo. El ex presidente del Gobierno, tan enjuto e hirsuto como siempre, pontificó en Valencia invitado por el lobby de los grandes empresarios AVE, mientras el ex ministro de Defensa (¡Viva Honduras!) y ex presidente del Congreso (¡manda huevos!) ha tenido que renunciar finalmente al puesto de embajador en Londres por el dictamen del Consejo de Estado sobre su responsabilidad en el accidente del Yak-42.

Llegaron al poder al grito de “¡váyase, señor González!” y pasaron de pactar con CiU y PNV a aplicar el rodillo de la mayoría absoluta contra “las hienas bolcheviques” (Iturgaiz dixit).Eran los hombres de Aznar, el presidente de las Azores que puso los pies en la mesa de Bush: Rodrigo Rato, Mariano Rajoy y Jaime Mayor Oreja (los tres integrantes de la terna de la sucesión), Francisco Álvarez Cascos y Federico Trillo (los “duros” históricos de Alianza Popular), Javier Arenas (el “campeón”, siempre derrotado en su tierra) y Eduardo Zaplana (el tránsfuga de Benidorm que saltó en pleno vuelo de la Presidencia de la Generalitat a un ministerio en Madrid).Curiosamente, de todos ellos sólo sigue en primera línea política el que más tonto parecía, imperturbable el ademán en Moncloa. El resto ha desaparecido de escena y alguno puede acabar en la cárcel.

Difícilmente podrán entender las generaciones más jóvenes la profunda animadversión y repugnancia que los españoles progresistas llegamos a sentir hacia los capitostes del viejo PP, antes los cuales Soraya, Casado o Maroto nos parecen ositos de peluche. Yo reconozco que llegué a tener pesadillas con Aznar -¿o eran sueños de magnicidio?- en la época del Prestige, el Decretazo y la Guerra de Irak. El caso es que, pasados los años, esos villanos han dejado de provocar miedo para dar simplemente grima. Fueron mitos de nuestra época, pero nadie hablará de ellos cuando hayamos muerto.

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