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La igualdad entre hombres y mujeres en África, una lucha contínua

Sene Madieumbe

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Algunas viejas costumbres muy ancladas y tradiciones africanas inmutables han considerado durante mucho tiempo a las mujeres como los subproductos de una sociedad desigual; una sociedad que siempre les ha enseñado que deben callar, someterse y soportar. En efecto, la mayor parte de ellas siempre han sido reducidas a siervas que no tienen voz ni voto en la toma de decisiones. A menudo condenadas a ocuparse de las “faenas” domésticas y a procrear, no se les ofrece ninguna oportunidad de desarrollarse “personal ni profesionalmente”. Por consiguiente, muchas de ellas no tienen otra alternativa más que la resignación.

Me da pena ver a las niñas ser víctimas de mutilaciones genitales con el falso pretexto del honor. No puedo admitir que una mujer tenga que presentar un certificado de virginidad antes de casarse porque se expone a ser el hazmerreír “de todos”. Es injusto que un hombre perciba un sueldo tres o cuatro veces mayor que una mujer por un mismo trabajo.

Las pocas mujeres que se han abierto camino en la arena hostil de los hombres siguen sufriendo desigualdades tremendas desde todos los puntos de vista (desigualdad salarial, acoso sexual, amenazas, chantaje, abuso de autoridad, menosprecio, violencia, humillaciones, precariedad laboral, actitudes machistas, estereotipos…).

Además, cabe señalar que a pesar de que las mujeres son el 52% de la población africana solo ocupan el 6% de los escaños de representación política; un hecho que considero totalmente injusto y que debe ser solucionado.

En los datos estadísticos de 2018 de su Informe sobre el Desarrollo Humano, el PNUD clasifica a la mayoría de los países de África entre los que presentan peores resultados en materia de igualdad entre mujeres y hombres. Segmentado en cuatro niveles: muy alto, alto, medio y bajo, el informe clasifica a nueve países en el nivel medio, mientras que sólo seis países figuran en el nivel alto. En cambio, ningún país figura en el muy alto nivel.

Sin embargo, aparte de la responsabilidad de algunas tradiciones africanas, la colonización también apartó a las mujeres del poder, ya que las primeras fuerzas de resistencia que encontraron los colonizadores estaban encabezadas por mujeres como Ndaté Yalla Mbodj, Anne Zingha, Taytu Betul, Ndona Leonor, Yaa Asantewa, Nehanda Buya, Aline Sitoé Diatta, las Amazonas del Dahomey… Por lo tanto, si fue por una voluntad deliberada que las mujeres fueron apartadas del espacio público, sólo es justicia si se toman medidas para eliminar la brecha creada artificialmente por esa colonización.

Por otra parte, el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 estipula: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos», y el derecho a la educación es uno de los derechos mencionados en esa declaración, siendo la escuela el primer medio de ascenso social. Sin embargo, la mayor parte de las niñas fueron excluidas inicialmente y luego se limitaron a estudios inferiores. De esta desigualdad educativa se derivan discriminaciones económicas y profesionales. Las mujeres son «a menudo» o «siempre» tratadas de manera injusta por los empleadores.

Por ello, creo que la lucha por la escolarización de las niñas y su permanencia en la escuela, a través de leyes y proyectos de sensibilización, debe seguir siendo una cuestión primordial tanto para las autoridades gubernamentales como para las familias y la sociedad civil. De este modo, a medio plazo se alcanzará una tasa elevada de niñas graduadas, tan bien preparadas como los niños, para poder afrontar los retos que les esperan.

Las africanas luchan con convicción por el futuro de su continente y aceptan que no tienen el monopolio de la verdad. Pero, están convencidas de que el conocimiento es lo que impulsa al mundo y que África no puede permitirse encerrarse en teorías medievales. De hecho, la igualdad plantea un debate eminentemente político de transformación social, ya que la mujer constituye un verdadero vector de desarrollo socioeconómico.

Según los informes de Oxfam Intermón, las mujeres tan solo ocupan el 24% de los escaños parlamentarios a nivel mundial. En el ámbito municipal la situación es aún más grave, ya que tan solo ocupan el 5% de las alcaldías.

  • De media, en todas las regiones y sectores, el salario de las mujeres es un 24% inferior al de los hombres.
  • Casi dos terceras partes de los 781 millones de personas adultas analfabetas son mujeres, un porcentaje que se ha mantenido constante durante las dos últimas décadas.
  • 153 países tienen leyes que discriminan económicamente a las mujeres. En 18 de estos países, los maridos pueden impedir legalmente que sus esposas trabajen.
  • En todo el mundo, una de cada tres mujeres sufre o sufrirá violencias machistas en algún momento de su vida.

Por lo tanto, a nivel político, deben adoptarse medidas firmes en favor de las mujeres y debemos ser pioneros en[1] [XMM2] esta lucha para que ellas asuman cada vez más responsabilidades políticas y acabemos con el patriarcado.

Al fin y al cabo, cabe citar a Amartya Sen, Premio Nobel de Economía (1998), en su obra «Un nuevo modelo económico» (ed. Odile Jacob, 2000), donde decía: «No veo ninguna prioridad tan candente para la economía del desarrollo como un reconocimiento pleno y entero de la participación y del liderazgo femenino en los ámbitos políticos, económicos y sociales. Es un aspecto crucial del «desarrollo como libertad». Quienes debemos ser la base de esta formidable dinámica nos inscribimos en una perspectiva de transformación social que supera las secuencias temporales de los gobiernos.»

Como decía Wangari Maathai, primera africana en recibir el Premio Nobel de la Paz en 2004 por “su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz”: «No es el valor lo que permite ganar una batalla, sino la perseverancia».

La lucha continúa…

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