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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

Las listas negras de Schrödinger

Fernando Castelló Sirvent / Santi Calvo

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Aún no lo sabes. Pero ya has sido dado de alta. Asúmelo.

Ha sido alguien del departamento de Recursos Humanos, en tu empresa actual. Puede que fuera en algún anterior trabajo, al término de tu relación laboral.

La cuestión es que estás incluido en una lista negra. Lo saben todo sobre ti. Tú de momento sólo puedes intuir algo sobre ellos. Es una tenue sospecha. Una ligera inquietud en la boca del estómago. En ocasiones además notas un pequeño escalofrío a lo largo de la espalda que se une a esa desagradable sensación en la garganta. Sí, esa, esa. Un dolor amargo en la garganta, por un lado. Sólo te incomoda. No te impide hablar. Estás en guardia. Amordazado por el pánico.

Un miedo sordo. Gritos mudos. Ellos lo saben todo sobre ti.

La cosa probablemente sucederá de este modo: un día, en el futuro, acudirás a una entrevista de trabajo. Puede que en un momento dado percibas cierta ironía al formularte alguna de las preguntas. Y pensarás: ¡mira que estoy susceptible hoy!

Pero más tarde, ya en casa, caerás en la cuenta. Esas sonrisas socarronas entre los entrevistadores se te habrán quedado grabadas en la retina. Será en ese instante cuando recuerdes aquel despido disciplinario. Hace años. Acudiste al SMAC. Más tarde al Juzgado de lo Social. Al final te dieron la razón. ¿Pero cómo podrían saber ellos nada?

Alguien actualizó aquella maldita base de datos. Estás incluido. Aparece el motivo de tu despido. Eres una fila dentro de un registro. Asúmelo. Nunca dejarás de serlo. Saben lo que ellos dicen que hiciste. Aunque nunca lo hiciste. Pero es que aunque lo hubieses hecho, por qué debería importar. ¿Por qué deberían saberlo? No deberían saber nada. Es tu vida. Es tu información. Es personal. Pero lo saben. Por eso notaste cómo te miraban. Lo saben. ¿Y qué más saben? Empiezas a estar confuso. Y además muy furioso.

Tu antigua empresa te incluyó en una base de datos en internet. Era una intranet. De acceso restringido. Ahí añadieron un gato. En aquel momento estaba vivo. Un gato es como ellos llaman a todo lo relacionado con tu perfil profesional. Y ahora lo están compartiendo con otras empresas. Son sus subcontratas. O sus participadas. O simples asociadas. Qué más da. El caso es que dentro de la caja hay un gato. Y eres tú.

Lo hicieron ellos, a tus espaldas. La Agencia Española de Protección de Datos podría sancionar a esa empresa. Y a todas las que comparten tu información personal. Tú no lo has consentido. Utilizan a tu gato. Te utilizan a ti. Estás dentro de la caja. Asúmelo.

Tienes un problema. Grave. Estás sólo en esto. Tú y esa extraña sensación en la boca del estómago. Todos los gatos la tienen. Invariablemente. Siempre.

Todos los gatos que han sido incluidos en esa caja sienten un inapreciable hilo de dolor en la garganta antes de maullar. Tú también. Porque no puedes demostrar nada. Y es así. Asúmelo.

O quizá sólo sean tus imaginaciones. Es plausible que dentro de la caja el gato ya no esté vivo. O incluso es probable que no haya ningún gato. Puede que el gato no seas tú. Es posible que le ocurra a alguien como tú. O que este tipo de cosas sólo ocurran en otros universos paralelos.

Nunca lo sabrás. O sí.

Estás incluido en una lista negra. Y no lo estás. Ambas cosas. A la vez.

Abre la caja. Sólo así podrás estar seguro.

Pero ábrela…

¡¡Ya!!

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