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Macron transversal en la Francia de los franceses ausentes

Lola Bañón

La Francia de Macron es un país pequeño, pero ha conseguido hacerse con el control de la Asamblea Nacional. Las razones del porqué el 56 por ciento de los franceses han abdicado de su posibilidad de influir en la configuración del poder político del país son síntomas de la debilidad de los sistemas democráticos actuales: Macron será el candidato con más poder de las últimas décadas pero ha tenido muchos menos votos que otros aspirantes precedentes: frente a sus 8,5 millones , François Hollande tuvo 10,3  hace cinco años.

He estado en Francia durante algunos días coincidiendo con la campaña de la segunda vuelta de las elecciones legislativas; en Belfort, una ciudad  preciosa, no muy lejos de Suiza y de Alemania pero profundamente orgullosa de ser francesa. He compartido conversaciones con políticos jóvenes criados en la prosperidad que dió a la zona la factoría Peugeot, con madres que pegaban carteles de sus hijos candidatos locales aún a sabiendas de que era esfuerzo en balde: la épica de la resistencia en política existe, pero deja exhaustos a los que aceptan el reto, doy fe. Muchos de los candidatos de Macron en las diferentes prefecturas eran políticos reciclados de otros partidos, otros, profesionales que aceptaron el reto de entrar cuando en abril del pasado año llamó a su puerta En Marche. Para muchos votantes, la segunda vuelta era solo un ritual con nulo margen para la maniobra.

Macron no se ha hecho presidente con un partido, sino con un movimiento alimentado por las fuerzas y recursos de la oligarquía y los grandes medios de comunicación. No obstante, no se le pueden restar méritos personales; porque estas facilidades, por sí solas, no ganan elecciones y así, Macron es hoy el presidente francés con más poder desde De Gaulle. No solo ha superado todas las expectativas sino que además controlará casi todo el espectro político francés. Todo eso  por la combinación de dos factores: una abstención electoral sin precedentes desde el año 1958 y la desilusión de los franceses por la gestión de la izquierda en el poder. Así se decide un presidente en la Francia de hoy, con más de la mitad de la gente optando por quedarse en casa.

Parte vital de la energía que ha construido Europa y los sistemas de libertades estaba basada en la ilusión que han depositado millones de ciudadanos en unos procedimientos que presuntamente permiten la participación de la voluntad ciudadana. Pero esa fuerza ya no pervive en buena parte de los franceses y no es una dinámica única en nuestra política más cercana.

Tras las celebraciones, reina una gran confusión sobre los planes exactos del gobierno. Nadie conoce por ejemplo, cómo pretende Macron recuperar la economía francesa. Los galos están muy inquietos con un diez por ciento de paro, un índice que aunque a los españoles nos parecería una maravilla para ellos es una anormalidad. Pero ello no les ha llevado a participar masivamente; hay una percepción extendida de que el sistema está blindado.

El caso Macron demuestra cómo los programas tienen una incidencia relativa en las victorias electorales en muchas democracias. En Francia saben que aplicará una nueva reforma laboral ,conocen los impactos sociales que provocó la de aquí y con las urnas de la segunda vuelta aún por visitar, Macron la ha anunciado con argumentos emocionales pero sin concretar los precios que pagarán los franceses. Y ha ganado. Lo ha hecho además con ideas que supuestamente no parecerian ser las  mayoritarias en Francia, en una suerte de rocambolesca paradoja democrática que cada vez es más frecuente. ¿ Acaso esto ocurre solamente en Francia? En absoluto; tenemos ejemplos más que recientes a nivel mundial y  nacional de cómo unos comicios libres y sin manipulaciones aparentes dan como resultado líderes ganadores pero carentes de reconocimiento masivo. Existen en nuestras perfectas democracias fugas de agua que advertimos pero que no sabemos remediar, mecanismos que operan eliminando a candidatos solventes para apuntalar en cambio a otros que, como mínimo, consiguen llegar refrendados por  votos pero sin haber dejado claro qué quieren hacer con la confianza que la gente depositó en ellos. El agotador y desproporcionado sistema francés ha dejado sin escaño a muchos valores sólidos del parlamentarismo.

Macron vivirá unos meses dulces, pero pronto, muy pronto deberá demostrar cómo pretende aplicar su anunciada reforma laboral sin dañar a los trabajadores franceses, cómo va a liberalizar el mercado de trabajo y tranquilizar a los más de cien mil funcionarios que pueden perder su trabajo como consecuencia de alguno de sus planes. Instalado como está en una cómoda transversalidad para ser querido por derechas e izquierdas, nadie tiene muy claros los detalles del gran proyecto de reflotación francesa.

En Marche ha supuesto también que un elevado número de nuevos políticos dependen de Macron para su futuro y se lo recordarán constantemente. Una carga muy pesada para un presidente poderoso e indefinido, que tendrá en la derecha al grupo más numeroso de la oposición y a la izquierda al minúsculo grupo de la France Insoumise de Melenchon. Marine le Pen estará pero sin grupo propio siquiera en la Asamblea. Sin quererlo, la gran nación abstencionista francesa con su inacción ha diseñado un parlamento donde no habrá un gran frente de rechazo al poder, sólo pequeñas esquinas de queja. Con un socialismo en grave periodo de convalecencia por su aceptación de las políticas de la austeridad, la  Francia ausente, sin ir a las urnas, ha hecho ganar a Macron .Y son en buena parte jóvenes y clases trabajadoras, amplios colectivos que en buena medida han dejado de confiar en la política para proyectar su futuro. Esa Francia amplia y mayoritaria, la que no estará en el parlamento, volverá a hablar y lo hará en el activismo. Eso al menos me dijeron algunos de los candidatos abatidos por la ola Macron. Más allá de los insumisos, la insatisfacción de los no representados en el parlamento proyecta movilizar la calle en la republica francesa.

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