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Navidad para equidistantes

Alberto Ibáñez

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El espíritu navideño invade las calles, incluso, con la triste competición fálica para ver qué ciudad malgasta y contamina más con sus luces. Me encantan estas fechas. Aunque haya sillas vacías que duelan. Una oportunidad para compartir más tiempo con la gente que quiero.

Llevo días (mientras vemos cómo sortear el juego de la amistad invisible, gestionar dónde y con quien toca ir a comer o quedar para comprar algún regalo) escuchando que no hay que hablar de política en las celebraciones para evitar discusiones, tensión y malos rollos. No creo que sea la solución ni que sea posible. Otra cosa es que no hablemos de partidos, siglas y de personas concretas. Vamos de politiquero. Quizá esto sea inteligente, sano y de agradecer (especialmente, para quienes trabajamos en ello).

Pero de política se hablará, y mucho. Habrá que ver con qué agenda. En los últimos años en casa nos hemos especializado en política venezolana (entre todos somos incapaces de decir el nombre de 3 de sus ciudades), en el código penal (nadie lo hemos leído) o sobre los impuestos de sucesiones o patrimonio (seguramente, nadie de la mesa tengamos nunca que pagarlos). Todo temas ajenos a nuestra cotidianidad que nos terminan enfrentando hasta que alguien siempre con acierto tira mano de villancicos o de anécdotas familiares para que no se arme el belén.

En el contexto de polarización en el que vivimos, en medio de una deriva autoritaria y populismo punitivo (tanto a derecha como a izquierda) se persigue con rabia e incomprensión la duda, el matiz o cualquier visión heterodoxa de una causa compartida. Sobre todo si parte de la gente de nuestro bando. Quizás haya llegado el momento de hacer como cuando sacamos las luces del árbol de la caja. Antes de volver a colocarlas, hay que deshacer los nudos con mucha paciencia.

En las comidas (la aceptación del alcohol obligaría a otro artículo) habrá que respirar, contar hasta diez (incluso hasta treinta) pero tenemos que frenar porque vamos hacia el precipicio. La tragedia no tiene posibilidad (menos democrática) de un Deus ex machina que la resuelva. Unamuno con ello se equivocó. Ahora, el rector salmantino, acertó de pleno, con su célebre “Venceréis, pero no convenceréis”. Hagámoslo, al menos mientras dure la navidad, intentemos convencer con afecto, empatía y respetando sobre todo a quienes piensan diferente.

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