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CV Opinión cintillo

Palestina, tacones y resistencia

Michelin Awad.

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El aniversario esta semana de la Primera Intifada, la revuelta popular palestina contra la ocupación israelí que empezó el 8 de diciembre de 1987, ha vuelto a llenar las redes sociales de imágenes de civiles resistiendo a uno de los ejércitos mejor armados del mundo. Las mismas fotografías que impactaron al mundo a finales de los años 80: niños, niñas, mujeres y hombres enfrentándose con piedras a tanques y a fusiles. Hoy los tanques son más modernos e Israel también ataca con drones, pero el impacto y la injusticia son los mismos.

Entre esas fotografías hay una que me llama especialmente la atención. Una mujer, descalza, lanza una piedra mientras sostiene con la otra mano unos zapatos de tacón amarillos. Cuesta imaginar que alguien vaya a enfrentarse a un ejército con esa indumentaria. ¿Cómo puede ser? ¿Qué historia hay detrás de esos tacones?

Detrás de esos tacones está la historia de Palestina, la historia de la violencia que ejerce Israel, la historia de la resistencia de un pueblo.

La violencia que se deriva de la ocupación ilegal de Palestina por parte de Israel es militar, física, es jurídica y administrativa, es social y económica. Y es, sobretodo, cotidiana. Es el día a día para millones de personas. Es no saber si llegarás a tiempo al trabajo porque el check point (control militar) que debes atravesar puede estar cerrado. Es no saber si puedes asistir a clase porque quizás el soldado de turno no quiera abrir la valla para que paséis tú y tus compañeras (de la universidad o de la educación infantil, da igual). Es que te corten la luz cualquier noche de diciembre, porque los colonos del asentamiento construido ilegalmente delante de tu casa, en tus tierras, necesitan más suministro eléctrico para sus chalés con calefacción. Es que te retiren el permiso, sin explicación alguna, para ir a Jerusalén, tu ciudad, al hospital. Es que maten de un disparo, sin motivo, a la persona con la que te ibas a casar mañana. Es que te acuestes pensando que te puedes despertar a media noche porque el ejército ha venido a llevarse a tu hijo de 10 años. Es, si vives en Gaza, no tener agua, medicinas, materiales de construcción o alimentos. La violencia del apartheid y la ocupación israelí se cuela en todos los rincones de la vida de los palestinos y palestinas, también en sus zapatos, también en sus tacones.

Como respuesta, la resistencia del pueblo palestino está también en sus zapatos, en su día a día, en su mera existencia. Resisten cuando se levantan por la mañana. Resisten los padres y madres cuando envían a sus hijas al colegio, aunque se arriesgan a que las tengan horas de pie frente al muro, bajo el sol del verano o el frío del invierno. Resisten cuando reconstruyen las escuelas que, una y otra vez, destruye el ejército. Resisten esos niños y niñas con cada lección que aprenden. Resisten cuando crean cooperativas o recogen sus aceitunas y cosechas, aún a riesgo de recibir el disparo de un colono o un soldado. Resisten cuando plantan árboles que seguramente serán arrancados por el ejército israelí. Resisten cuando bromean sobre su suerte, o cuando se empeñan en enamorarse y planear bodas y fiestas. Resisten los hombres. Resisten los niños y niñas. Resisten las mujeres cuando se ponen sus tacones, sabiendo que en cualquier momento se los tienen que quitar para correr, para defenderse de la violencia de Israel.

La resistencia del pueblo palestino está también en sus tacones, y en sus velos. Está en sus mujeres, protagonistas en la Primera Intifada y en todos los episodios de lucha que tuvieron lugar antes y después de ésta. Protagonistas en esa larga y cotidiana batalla por sus derechos.

Detrás de esa foto está la historia de millones de vidas en Palestina. Está también la historia de Michelin Awad, una mujer de Beit Sahour (Belén), que había ido a misa un día cualquiera de 1988, durante la Primera Intifada. Al salir de la iglesia, vio a unos jóvenes enfrentándose al ejército israelí y no se lo pensó dos veces. Se quitó los tacones amarillos para correr mejor y se puso a lanzar piedras. La violencia y la resistencia se habían cruzado otra vez en su camino. Hoy, más de 30 años después de aquella fotografía, sigue resistiendo, ningún tanque la ha movido de su pueblo.

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