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Salvar el lago, salvar los humedales... sí, se puede

Vegetación acuática en el Tancat de la Pipa, en L'Albufera.
4 de febrero de 2023 22:04 h

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Ha vuelto la asprella. Este nombre valenciano de un tipo de algas del grupo de los macrófitos protagoniza toda una buena noticia en el Tancat de la Pipa, un paraje de L'Albufera de València, donde la presencia actual de esa vegetación subacuática es el indicador de que el lago puede recuperarse con la aportación suficiente de agua de calidad. Por otra parte, en el Hondo de Elche y Crevillent se han contado tantas aves, 33.555 ejemplares, como en los mejores tiempos, en el tercer mayor censo desde que se tienen datos. Algunos humedales valencianos ponen estos días el contrapunto al grave estado de otras zonas húmedas de la península, donde la situación es de alarma ecológica extrema, como en Doñana, a la que dedica la revista de elDiario.es una serie de artículos de máximo interés.

Doñana, el Mar Menor, Daimiel y muchos otros espacios naturales que dependen del agua sufren las consecuencias de la sobrexplotación agrícola, la presión humana y la sequía, en una fase crítica de un proceso de deterioro sobre el que nadie puede alegar que los científicos no habían advertido. Coinciden todos los expertos en que hay que tomar medidas inaplazables para salvar esos ecosistemas. ¿Será posible lograrlo? El ejemplo de L'Albufera de València apunta que sí, se puede. No es fácil, pero se puede.

Convertida en una auténtica alcantarilla en los años del desarrollismo, la expansión urbana y la proliferación de industrias, esta laguna litoral (pieza clave de un sistema de marjales de los que quedan escasos y amenazados ejemplos) llegó a un punto de degradación radical. Ubicada en un entorno metropolitano (está en el término municipal de la misma ciudad de València junto a otra docena de poblaciones) y a la vez agrícola (rodeada de arrozales), perdió históricamente la mayor parte de su superficie y sufrió un proceso de eutrofización de sus aguas que casi la convierte en un charco inviable. La depuración de las aguas residuales, no solo de la capital, sino de toda la comarca de l'Horta Sud, el control siempre complejo de ciertas actividades agrarias y la declaración como parque natural en 1986 de 21.120 hectáreas (de las que 2.800 corresponden propiamente al lago) le dieron una oportunidad, después de que el movimiento ciudadano, con la llegada de la democracia, lograra detener, bajo el mítico lema de “El Saler per al poble”, el brutal proceso de urbanización heredado del franquismo en la dehesa y la restinga que la separan del mar.

Hubo que restaurar el sistema de dunas que caracterizan su litoral, derribar un inconcebible paseo marítimo convertido en una especie de kilométrico muro de hormigón y trabajar en la recuperación de la vegetación y la fauna. Algunos no daban un céntimo por el futuro de L'Albufera, pero a estas alturas del siglo XXI la realidad los desmiente. No escasean los problemas, como la presión que implica la existencia de núcleos habitados y de carreteras, o el preocupante retroceso de las playas por el impacto del Puerto de València, con un polémico proyecto de ampliación cuya viabilidad se dirime en los tribunales, pero se ha detectado este invierno gracias al buen año hidrológico la aparición de praderas flotantes de najas marinas que ocupan una extensión de hasta 90 hectáreas (no se veían tantas desde hace cuatro décadas) y en el Tancat de la Pipa ha resucitado la asprella, elemento esencial en las cadenas tróficas de ecosistemas acuáticos, mientras regresan algunas especies de aves, de anfibios y de peces que casi habían desaparecido.

El Tancat de la Pipa, una reserva dentro del Parque Natural de l'Albufera, ubicada en el límite norte del lago, entre el canal del Port de Catarroja y la desembocadura del barranco del Poyo, en el término municipal de València, tal como lo explican sus responsables, “es el resultado de un proceso de restauración ecológica llevado a cabo en 2007 por la Confederación Hidrográfica del Júcar, en el que 40 hectáreas de arrozal fueron transformadas en un conjunto de hábitats de agua dulce que funcionan como reserva de biodiversidad gracias al proceso de mejora de la calidad del agua mediante sus filtros verdes y lagunas”.

Las organizaciones Acció Ecologista-Agró y SEO/BirdLife gestionan el Tancat, hacen el seguimiento de su fauna y flora y se ocupan de acciones de sensibilización y educación ambiental, gracias a un acuerdo de lo que se conoce como custodia del territorio con la Confederación Hidrográfica del Júcar, propietaria del espacio, y a la colaboración de los ayuntamientos de València y de Catarroja. ​La Universitat Politècnica de València y la Universitat de València analizan los procesos ecológicos de la reserva mediante diversos estudios científicos. El enclave se ha convertido, así, en un pequeño laboratorio de cómo hacer posible que resurja L'Albufera perdida de los años sesenta.

La colaboración entre la Generalitat Valenciana, el Ayuntamiento de València y la Confederación Hidrográfica ha logrado también satisfacer una vieja reclamación al establecerse en el Plan Hidrológico del Júcar la garantía de una aportación de al menos 60 hectómetros cúbicos anuales, procedentes de la Acequia Real, el propio río Júcar y el Turia, que contribuya a la salud de L'Albufera, mientras la Conselleria de Transición Ecológica y Emergencia Climática ha puesto en exposición pública un nuevo Plan de Ordenación de Recursos Naturales (PORN) del parque natural. Un ecosistema del que el vicealcalde de València, Sergi Campillo, dijo el pasado noviembre que es “una joya ambiental y uno de los humedales españoles más importantes, junto a Doñana y el Delta del Ebro, a nivel internacional, porque de él dependen decenas de miles de aves cada año en sus migraciones, además de las que viven allí de manera permanente”. El también concejal de Ecología Urbana acudió entonces junto al alcalde de la ciudad, Joan Ribó, a Ginebra donde València fue reconocida por la Convención Ramsar como una de las 25 “ciudades humedal” del mundo (la única española, hasta ahora). Ribó agradeció la colaboración de distintas administraciones pero, sobre todo, expresó “gratitud y reconocimiento a todas esas generaciones de ciudadanos que antepusieron el amor y la protección de su tierra, sus paisajes y su cultura, a intereses particulares”.

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