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Voluntarios de empresas privadas

Javier Caro

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Un día cualquiera, hace algún tiempo, quedé con una persona responsable de un festival de cine. Tomamos un café y charlamos del séptimo arte, antes de ir a ese encuentro pensé en darle un currículum, tal vez mi experiencia en festivales de cine pudiera seducirle para que trabajara con él. No me dio tiempo a sacar el tema, éste trabajador del cine me habló de lo importante que son los voluntarios y me instó a hacerme uno de ellos, por descontado sin pagarme ni darme de alta en ningún lugar. Me habló de la experiencia, de conocer a actores importante, de ser parte de un equipo que hacía algo por la cultura. Continuó con su perorata impasible, dejé de escucharle nada más mencionar la palabra voluntario. Nos estrechamos la mano y ahí se acabó todo. Él, supongo que ganaría mucho dinero con las entradas, patrocinadores y subvenciones. Yo, no volví a a hablar con él.

El voluntariado está matando la ilusión de la gente que sueña con trabajar en algunos campos que parecen acotados a ésa única práctica, no precisamente económica. Nadie puede decir que el voluntariado no sea vital, no seré yo el que descubra las ventajas de este ejercicio, de la necesidad de muchos proyectos humanos y sociales que sin voluntarios desaparecerían en el limbo de las buenas ideas rotas. ¿Pero no han notado que del voluntariado se abusa y se utiliza, en muchas ocasiones, no en todas claro, para fines, digamos, poco sociales?

Cualquier trabajo que enamore o cualquier sueño que no se haya podido realizar, es el mejor caldo de cultivo para personas con esa vocación de ayudar, de sentirse parte de algo, aunque por medio no haya ni un euro. Cuando vas a un evento cultura, de esos que cobran entrada y que no pagan a sus trabajadores porque los llaman voluntarios, se está utilizando la buena fe de la gente con fines meramente crematísticos, ¿y qué hacemos ante ello?, pues pensar que si tú no lo haces vendrá otro y lo “disfrutará”.

Las empresas se frotan las manos, pueden contratar a alguien en prácticas, de becarios o simplemente tener voluntarios. Que sean ello los que lleven parte del peso laboral, que se delegue en ellos algo de confianza y que se les premie con buenas palabras, sonrisas interminables y saludos cordiales, pero de dinero, nada. Así ese voluntario se quedará más a gusto y en parte se sentirá remunerado. Aunque tanta palabrería y buenas formas no pague al final de mes ningún recibo, ni te deje ser canjeado por comida en el supermercado. Si en una residencia necesitan a alguien que saque a pasear a los ancianos, ¿para qué lo va a hacer un Integrador social o un técnico sociosanitario, si lo puede hacer un voluntario, aunque también haya estudiado uno de esos dos grados? Donde no llegan los trabajadores llegan los voluntarios, o eso dicen algunos en sus propuesta para que te sumes a ellos, pero ¿dónde no llega un trabajador? sí, ellos podrían contratar otro, pero ya se sabe, esto es España y aquí se alude a la crisis, a lo caro que sale despedir a alguien, a lo poco que nos gusta trabajar...

Las alusiones a la crisis ya parecen dañar nuestros oídos. Pagar por algo que se realiza parece una locura si alguien viene y te comenta que él quiere hacerlo gratis, vivir esa experiencia, poder realizarse como persona. Eso sí, solo en cuestiones culturales, educativas o sociales, quizás no haya que realizarse como personas en el campo o en una cadena de montaje, ahí ya mejor trabajadores, porque claro, no se suelen encontrar voluntarios. Aunque pensándolo un poco, quizás en la cadena de montaje pueda caber algún becario o algún estudiante en práctica, ¿no? Una asociación de discapacitados donde colaboraba un amigo no contaba con ningún trabajador, sólo horas sueltas con una psicóloga, pero ellos seguían cobrándole a sus usuarios con total normalidad, y los familiares ajenos a esta situación no preguntaba. Y el voluntario va puntual a su faena, coge el autobús, el metro o la bici, quizás desconoce que el cumplimiento de su labor no debe causarle gasto alguno.

El voluntario realiza un trabajo, tal vez puntual o quizás semanal, está junto a los trabajadores, esos que tienen nómina, sueldo y vacaciones pagadas, y se siente uno más, de hecho lo es, pero en el fondo es mano de obra, no barata, sino gratuita. Cuando estudiaba el grado superior en Integración social, algunos profesores nos decían que tendríamos que luchar contra los voluntarios, era otra época, todavía los eventos culturales o algunos festivales de música no se habían sumado al descaro de llamar a sus “trabajadores” voluntarios. Luego vino la crisis y el desempleo generó una bolsa de personas sin quehaceres más allá de volver a los estudios, buscar trabajo o pedir ayudas económicas, y eso provocó que mucha gente tuviera más tiempo libre. Y para alguien que es activo y dinámico, quedarse en el sofá sin hacer prácticamente nada, lo consume. Y de esos polvos vienen estos lodos.

Es verdad que la solidaridad ha crecido, se ha potenciado, algo que ayuda a que un país se haga más humano, más tangible, pero también de esos buenos sentimientos se aprovechan como hienas cientos de personas que desean ganar más a menor coste, vendiendo bondad con una sonrisa falsa. Si una ONG necesita voluntarios para seguir es vital que la gente se asocie y que colaboren como puedan, pero ¿y si no los necesita, solo que los cambia por trabajadores? Todavía existen causas de las mal llamadas perdidas, de esas que todo el mundo cree ciegamente que no tienen solución, que el pueblo no puede hacer nada, y ahí el trabajo del voluntario, del activista, es infinita, la causa merece apoyo, publicidad y concienciación. Nadie hablará mal del voluntariado, sino de los que explotan a los voluntarios para llenarse los bolsillos. Porque a la postre, ¿quién va a pensar mal de la gente de buena fe?.

Por descontado cada vez que me han dicho de hacerme voluntario he mirado bien en qué tipo de asociación u ONG iba a colaborar, y cada vez me he hecho más desconfiado cuando veo pocos trabajadores de base y mucho jefe.

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