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Ruido y silencio

Fumen y lean

Wu-Tang Clan.

Montero Glez

4 de diciembre de 2020 22:58 h

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En el principio fue el aullido, el grito liberador cuya sombra se proyectaba en el infierno. Luego llegó el metal del saxofón, el cuerno del diablo que imita los bocinazos de los coches; el sonido de una ciudad donde se abandona todo tipo de esperanza; el mercado negro donde se ofrecen sacrificios al dios Moloch a cambio de interés a corto plazo. 

Mientras tanto, mientras se desarrolla el ritual, James Brown y Little Richard rompen sus gargantas. En sus plegarias, llenas de doble sentido, aúllan todo el legado de la iglesia negra. La historia de la buena música es un puzzle que se va componiendo desde los márgenes. No hay otra.

Por estas cosas, los primeros movimientos fetales del hip hop  dentro del vientre neoyorquino empezaron cuando un inmigrante jamaicano, de nombre Clive Campbell –más conocido como DJ Kool Herc– entró en una tienda de discos para comprar dos ejemplares del mismo disco. Algo parecido nos cuenta el escritor británico Will Ashon en su libro 'Música de cámara. Sobre el Wu-Tang Clan', un ensayo que escapa de los límites de las biografías musicales al uso, para alcanzar ese territorio donde la poesía hablada con aliento rítmico descubre la relación sexual entre el jazz y la física de partículas, ahí donde las notas musicales pueden ser dos cosas al tiempo, y también todo lo que media entre ambas. 

'Música de cámara' es un viaje en 36 instantes a través de la historia de la música negra cuyo destino es el Wu-Tang Clan, el grupo de hip hop cuyos Maestros de Ceremonias desatan el aliento en cada fraseo, proyectando la sombra que alcanza a Clive Campbell,  armado de sus dos tocadiscos en los que manipula vinilos. Inventa el proyectil antes de inventarse la pistola. Lo hace de atrás hacia delante, poniendo en bucle un carrusel cargado de balazos rítmicos que son denuncia social. 

La narrativa de la esclavitud no deja de estar presente en este trabajo de Will Ashon, jaspeado de metáforas y de figuras literarias que van a abrir infinitos caminos, vías de escape, puntos de fuga donde proyectarnos; un viaje entre indios, vaqueros y esclavos negros que disfrazan su religión con el ropaje de las vírgenes cristianas. Se trata de una obra poco convencional, rica en matices, cuya traducción ha sido trabajada por Alba Pagán para una edición conjunta de Libros del Kultrum y Temas de Hoy. 

Un libro que ha tardado un par de años en cocinarse en nuestro país, y que se lo debemos a la intuición de Marcel Ventura y a la maestría de Julián Viñuales, editores que han empalmado fuerzas para dar forma a uno de las lecturas más originales editadas en los últimos años.  Porque es un libro de música que no sólo habla de un grupo de música, también va de religión, de drogas, de sexo, de cárceles, de macarras, de camellos, de guettos, de cielos, de infiernos y de galletas (biscuits) que en realidad son armas de fuego. 

Y cómo no, de esa sombra que proyectan las palabras cuando se rapean, el aliento como cualidad física que envuelve el ritmo de una ciudad que se mantiene alerta treinta y ocho horas al día. El capitalismo no descansa. De ahí la intranquilidad que se advierte en los barrios más oscuros. El Wu-Tang Clan lo rapea hasta que los ojos sangran. No se leen libros así todos los días, ni todos los años. Fumen y lean.

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