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Santiago Alba Rico: “Podemos no es ya el motor de una transformación de este país”

El filósofo, Santiago Alba Rico. / Marta Jara

Paula Corroto

Durante los últimos ocho años, Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) ha ido soltando sus píldoras informativas en forma de cuento en el programa de radio Carne Cruda. Noticias satíricas, algunas con un punto lírico que llegan a convertir a Felipe González en un jabalí y otras distópicas que hablan de un mundo en el que hace 500 años existieron las Torres Gemelas. También da vida propia a las lluvias, moscas o piedras.

Todos estos cuentos se han reunido ahora en el libro Última hora  (Arrebato Libros) como si fuera un nutrido grupo de noticias falsas, que en el mundo en el que estamos, casi podrían pasar como verdaderas. De eso habla mucho en esta entrevista: a dónde fue la autoridad de los medios, la política y el magisterio.

Ha escrito estas noticias falsas y reseñas a lo largo de los últimos ocho años. Aunque hay humor, se vislumbra cierto tono pesimista a medida que se van leyendo.

Sí, hay un pesimismo creciente. Vivo en Túnez y desde allí viví dos acontecimientos centrales: las revoluciones árabes y el 15M con todas sus réplicas sísmicas en el resto del mundo. En 2011 vivimos una revolución democratizadora, en un momento en el que el ciclo progresista latinoamericano no había sufrido los reveses y deterioro que ha sufrido. Y hemos pasado en esos años de un mundo que parecía ser capaz de acometer una democratización mundial a una dinámica desdemocratizadora a nivel global.

¿La consecuencia es, precisamente, la profusión de las noticias falsas en los medios? Leyendo sus cuentos pensaba que alguno se podría colar como noticia real hoy en día. Y no pasaría nada.

Es algo que resulta inquietante. Cómo se ha erosionado la diferencia entre la realidad y ficción. Es una frontera que todas las sociedades del mundo, incluso las peores, han protegido de algún modo para asegurarse de que hay un terreno donde te están ocurriendo cosas reales. Pero ya no sabemos dónde nos están ocurriendo cosas reales. Incluso en el terreno de las experiencias individuales más tangibles que tienen que ver con los afectos, la sexualidad. Ha habido una evaporación del sujeto corporal de la experiencia con esa erosión de la diferencia realidad- ficción que nos lleva a un punto en el que ya no sabemos qué significan las cosas. Y esto como resultado de una invasión material de discursos performativos desde formatos tecnológicos nuevos que, por un lado aumentan la velocidad, y por otro, erosionan los marcos de autoridad tradicionales. Y no solo en el periodismo, también en el magisterio.

Durante dos mil años unas generaciones han formado a otras. Existían una transmisión estable del saber que tenía dos fuentes, una eran los libros, y la otra, la figura del maestro. Esos dos vectores han quedado cuestionados en parte porque políticos irresponsables y falsos periodistas han hecho muy mal su labor, y porque hay nuevos formatos tecnológicos que imprimen una velocidad a los acontecimientos que logran que no seamos capaces de recordar nada y por lo tanto no podamos transmitir nada.

En toda generación durante los últimos 200 años se han formado en torno a una guerra, una revolución y una antología poética. Hoy es imposible publicar una antología poética que reúna a los mismos autores. El concepto mismo de generación se ha volatilizado.

Hoy están los jóvenes poetas de Internet.

Es muy sintomático. La poesía es una actividad sagrada de fanáticos, una combinación de austeridad y oficio, y esto es incompatible con estos formatos tecnológicos y con Twitter, donde la transmisión del saber ha quedado completamente rota.

¿Cuál es la consecuencia de la pérdida de autoridad de los medios, de la política, de los que educan? Nadie señala qué es lo real y lo ficticio, lo importante y lo que no lo es.

Hay dos diferencias muy claras. Una tiene que ver con el recurso a otras fuentes de autoridad alternativas que se caracterizaban por su desprecio por la documentación, los testimonios, las fuentes mismas. Unas redes sociales, que por razones muy fetichistas tienen una autoridad que ya no tiene el viejo maestro ni el editorialista ni la cabecera de un periódico. Una autoridad que es muy oral, muy carismática, y de raíz claramente conspiranoica. Si tú no te fías de un pensamiento que identificas con lo mainstream, con el sistema, acabas considerando que cualquier otra fuente es más verdadera. Y esto te lleva a que consideres una fuente de noticias una página que ha creado no se sabe quién, probablemente un agente ruso o estadounidense que quiere debilitar los marcos de credibilidad.

La ventaja del periodismo clásico era esa, acababas declarándote fiel a un medio después de haberlo puesto a prueba muchas veces. Pero ahora, frente a eso, nos fiamos de cualquier fuente que diga lo contrario, y si dice lo más descabellado aún mejor, porque eso es una reacción a la pérdida de confianza.

La otra consecuencia tiene que ver con esta crisis que estamos viviendo, que lo es en parte porque no podemos responder a tres preguntas: ¿qué significan las palabras?, ¿quién tiene el poder? y ¿cuánto tiempo nos queda?

Yo creo que parte del éxito que tienen las propuestas de la ultraderecha en toda Europa y también en España tiene que ver con que son fuerzas que responden de una manera muy sumaria, y abiertamente falsa, a esas preguntas. Sobre todo en un momento en el que parece que ya no sabemos qué significa la democracia, qué significa mujer, familia, seguridad, tradición.

Pero, ¿por qué sucede? La gente no se ha vuelto ni ignorante ni crédula de repente. Quiero decir, no sé si ahora la gente se cree más las falsas noticias que antes. La gente se las habrá creído también antes o no.

Esto ha ocurrido también otras veces a lo largo de la Historia. Ocurrió en el periodo de entreguerras en el siglo pasado con una disolución de los marcos de credibilidad, tanto los institucionales como los discursivos. Y ya sabemos a dónde condujo. Con una gran sed de respuestas claras y con una desconfianza enorme de toda consistencia institucional. España es un país en el que siempre ha habido un déficit de formación democrática muy grande porque se salió del franquismo y no se hizo de una manera colectivamente consciente sino con un consenso de élites que a veces no supieron asumir su responsabilidad que en ese momento era la de haber formado a la población. Lo que está ocurriendo hoy tienen que ver con esa dejación de responsabilidad por parte de esas élites. Y eso se traduce en que los problemas que hereda España desde el siglo XIX hoy no están resueltos y es muy difícil que se resuelvan.

Bueno, en esa época de la que usted habla de las élites surgieron programas como La bola de cristal, que precisamente es el que nos enseñó mucho pensamiento crítico a mi generación, que es la que ahora, más o menos, también llega a puestos de poder.La bola de cristal

Ese momento de la Historia de España, la primera legislatura del PSOE, fue muy particular. Las élites gobernantes no lo dominaban todo y se les escapaban muchas cosas. Además, el PSOE estaba empezando a aprender a gobernar. Y hubo como un ínterin de indefinición, de caos, de relación de fuerzas penumbrosas cuya prueba es ese programa. La bola de cristal es un ejemplo muy claro de esa indefinición que se tradujo en una libertad que no se ha vuelto a repetir. Ahí convergieron dos fuerzas que estaban destinadas a separarse. Por un lado, el marxismo antifranquista que luego va a acabar condenado a la marginalidad y fuera del juego institucional. Y por otro lado, la Movida, un movimiento de renovación estética muy necesario y que tuvo sus cosas buenas, pero cuyos máximos exponentes han acabado todos siendo abiertamente reaccionarios, salvo excepciones. Pero luego cuando en la segunda legislatura del PSOE, que es cuando se atan todas las cosas, es el momento en el que se podían haber resuelto muchas cosas que tenemos pendientes, como la cuestión nacional y la de la memoria, con las consecuencias que todos sabemos.

¿Cómo volver a lo real y a que los medios, la política, el magisterio, recuperen su autoridad?

Yo soy muy pesimista, sobre todo por la cuestión tecnológica. Habría que preguntarse qué podemos hacer allí donde sabemos que no podemos recuperar ese paradigma central de magisterios transmitidos de generación en generación. Tenemos que ver cómo podemos frenar un capitalismo tecnológico que formatea las subjetividades al margen de los cuerpos y al margen de la posibilidad de empatía, para establecer marcos de consenso democráticos estables como teníamos, pero soy pesimista. No creo que sea solo una cuestión de que no luchamos lo bastante o que no somos lo bastante inteligentes, sino que creo que hay una materialidad que nos es adversa. Y esa materialidad es doble: una económica, que se ha imbricado de tal manera en la vida de los seres humanos que no la puedes dominar desde fuera, y por otro lado estos medios tecnológicos que han dejado atrás los cuerpos como sujetos de experiencia y como pivotes en torno a los cuales se podía organizar una comunidad humana. José María Lassalle dice que no hay que olvidar que todos los derechos democráticos se han conquistado a través de la experiencia corporal. Sin cuerpos no podemos crear comunidades ni consensos democráticos y por tanto no podemos transmitir la experiencia del dolor. Y en las redes sociales no es lo que se transmite.

Habla desde el pesimismo y antes focalizaba en el 15M, ¿el 15M se ha liquidado, ha desaparecido?

Estamos en un momento de restauración clara y casi tenemos que alegrarnos de que haya una restauración del bipartidismo, al contrario que en otras partes de Europa. Pero esto significa que buena parte de ese impulso y esa voluntad de transformación se ha perdido. Al mismo tiempo, es probable que no se haya perdido del todo, que queden restos. Creo que los votos a Kichi, Más Madrid, en el ayuntamiento y en la comunidad, o a Ada Colau en Barcelona, esos votantes sí que se reconocen claramente como herederos del 15M. Y creo que todavía hay muchos votantes que intentan votar al 15M.

Son partidos que ya no son Podemos, un partido del que llegó a ser candidato al Senado por Ávila, con el que ha sido crítico desde hace ya algunos años. En 2017 escribía una columna en eldiario.es en la que ya señalaba que no todo iba bien en Podemos.

Sí, hace mucho tiempo ya. Yo no quisiera que desapareciese aunque veo más probable que desaparezca a que se recupere. Ni siquiera sé si querría yo que se recuperase. Creo que necesitamos otra cosa que desborde a Podemos. No digo que Podemos no pueda formar parte de eso que surja, pero necesitamos otra cosa porque es obvio que Podemos no es ya el motor de una transformación de este país.

¿Y lo es el partido de Íñigo Errejón más allá de Madrid?

El otro día Íñigo, con buena sensatez, decía que de ninguna de las maneras Más Madrid debía extenderse al resto de España. Es todo lo contrario, en el resto de España hay rescoldos todavía vivos que deben sumar con los rescoldos vivos que hay en Madrid y tratar de aprovechar una tregua si nos las dan los próximos cuatro años. Habría que aprovecharla para tratar de construir una constelación que obligase a Podemos a aceptar sus verdaderas dimensiones que hoy son muy modestas. Habrá que contar con Podemos, pero en algo que sea mucho más grande, que esté más descentralizado y que tenga la capacidad de recuperar tanto el primer discurso como las primeras prácticas del 15M.

Usted acaba de publicar un libro, escribe columnas en los medios, pero, como hablábamos antes de la pérdida de la autoridad ¿la voz del intelectual ya no sirve para nada?

Si tenemos un mercado que publica 60.000 títulos al año solo en España, y los que escribimos libros somos objeto de atención durante 15 días y luego nuestros libros y nuestra voz desaparecen en ese sumidero, y quien ahora mismo establece los grumos de autoridad pública ya no es el discurso intelectual sino el mercado…

Si identificamos al intelectual con la auctoritas pública, que no es poder directamente, sino la capacidad de hacer cambiar de opinión y transformar a los sujetos, hoy las personas que inciden sobre los sujetos son más bien los futbolistas o los influencers y youtubers. La autoridad pública ha pasado del discurso al mercado. El intelectual clásico, con todos los defectos que tenía, es una figura que ha desaparecido. Hoy quien tiene capacidad para hacer cambiar de opinión es Cristiano Ronaldo y no Žižek, por muchas personas que reúna. Y además, si un intelectual quiere llegar más allá del mundo académico tiene que parecerse a Cristiano Ronaldo y no a Sartre o a Camus.

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