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De vivir amenazada por ser mujer trans a celebrar el Orgullo sin miedo como refugiada en España

Paola Flores y Alexandra en la manifestación del Orgullo Crítico en Madrid.

Gabriela Sánchez

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Son las dos de la tarde y aún quedan más de cinco horas para la manifestación, pero en esta casa ya se han empezado a preparar. Cubierta con un albornoz granate, Alexandra camina acelerada por el piso para pedir consejo a sus compañeras sobre un producto capilar. Desde el salón, Paola describe entusiasmada parte del que será su outfit, mientras ruega entre gritos a su compañera que salga rápido del baño. Teme que le falte tiempo para arreglarse como cree que merece el evento con el que llevan meses fantaseando: el primer Orgullo que celebran sin miedo, tras haber huido de sus países por ser mujeres trans. 

Cinco horas más tarde, Paola y Alexandra ya caminan radiantes entre las miles de personas que participaron este lunes en la marcha del Orgullo Crítico. Zapatos transparentes de tacón de cinco centímetros, vestido blanco y extensiones. Sandalias planas, falda de lunares, top rosa, azul y blanco. Su euforia se contagia entre las personas desconocidas que las rodean. Cantan, bailan, bromean, y se emocionan cuando piensan en todo el camino recorrido hasta llegar aquí. 

“Me siento tan libre, tan llena de vida, tan plena… En Honduras, iba a las manifestaciones del Orgullo, pero siempre en tensión, vigilando de que no le pasase nada a ninguna de mis compañeras. Siempre con miedo”, dice Paola Flores, reconocida activista trans en su país, mientras camina entre la gente sonriente, después de bailar 'A quién le importa' con su compañera Alexandra. 

“En ese momento, cuando empezó a sonar la música y empezamos a bailar, me quedé pensando: Dios mío, estoy aquí y formo parte de una marcha que nos celebra. Estaba tan feliz… No solo por mí, sino en nombre de todas aquellas personas que en mi país no pueden manifestarse. Y por las que ya no están”, reflexiona la nicaragüense Alexandra, quien llegó hace unos meses a España para escapar del acoso que sufría en su pueblo por ser mujer trans.  

“Estaba en depresión por el acoso y caí muy enferma. Casi me muero, estuve en la UCI 15 días y me daban por muerta”, cuenta Alexandra, que recibió el apoyo de su familia para migrar a España.   

“Por eso estaba tan feliz en la marcha. Lloraba y reía porque pensaba: casi me muero, pero voy a vivir. Voy a vivir porque yo quiero vivir”. 

La importancia de una acogida especializada

A su llegada a España, no fue del todo sencillo. Durante sus primeras semanas, fue alojada en el Hotel Welcome, un albergue gestionado por Cruz Roja que acoge de manera temporal a solicitantes de asilo. A pesar de escapar de la discriminación en su país, en este centro de acogida no se sintió protegida. “Había muchos hombres, me miraban y trataban mal, así que intentaba estar el mayor tiempo posible en mi habitación y pasar desapercibida. Un día, estaba en el baño, y un hombre entró borracho y me encerró”, recuerda la solicitante de asilo. “Me dio tiempo a llamar a mi compañera de habitación, que empujó la puerta y me sacó de allí”.

Paola también recuerda sus primeros días en un centro de migrantes donde, dice, algunos compañeros la insultaban o escupían cuando pasaba cerca de ellos. Desde hace unos meses, Alexandra y Paola comparten piso solo con solicitantes de asilo LGTBI, gracias a un proyecto que forma parte de la primera fase del sistema de acogida, dependiente del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.

En el pequeño piso de Madrid donde se arreglaban apuradas Alexandra y Paola, también viven Laura, otra chica trans de nacionalidad colombiana; André, un joven jamaicano homosexual; y otra persona que huyó de Argelia para dejar de esconder su orientación sexual. Vivir en este lugar especializado les permite, explican, compartir sus experiencias, ayudarse mutuamente, con la tranquilidad de que no van a chocarse con discriminaciones de las que querían escapar. Al menos no en su casa. 

Acabar en este piso ayudó a Alexandra a iniciar su proceso de transición en España. “Yo al llegar era otra persona. Estaba perdida. Por ejemplo, no sabía cómo tenía que hacer para empezar a hormonarme. No sabía muchas cosas y estaba muy insegura… Encontrarme con ellas –sus compañeras de piso trans– me ayudó muchísimo. Ellas han sido mis referentes”, dice la joven, sentada junto a sus dos amigas. “No sería la misma persona si me hubiesen llevado a un centro más genérico, nosotras nos reforzamos y nos animamos”, comenta.

Laura asiente: “A veces podemos tener problemas de convivencia, pero nos apoyamos como hermanas. Sabemos que nos necesitamos”.

Las situaciones discriminatorias o episodios de abusos surgidos en centros masificados o con falta de especialización LGTBI empujan a cada vez más organizaciones a exigir la creación de recursos especializados de acogida para solicitantes de asilo pertenecientes al colectivo, una petición recogida en el proyecto de 'ley trans' aprobado este martes por el Consejo de Gobierno, que sin embargo mantiene en un limbo la rectificación del género y el nombre en la documentación de las personas refugiadas trans, un trámite para el que se exige tener la nacionalidad española.

“¿Podré cambiar ya mi nombre?”, pregunta rápida Paola cuando se entera de la aprobación de la 'ley trans'. Está cansada de que le pongan problemas en el banco porque la foto de su documento no coincide con su apariencia actual o que la llamen por el nombre que le pusieron sus padres: “Necesito cambiar mi documentación para dejar mi pasado atrás”.

Huir de la muerte

En Honduras, Paola corrió un gran riesgo de que su nombre acabase en la lista de las personas trans asesinadas en su país. Desde los 16 años ha estado ligada al activismo y poco a poco se convirtió en una de las activistas LGTBI más visibles. Allí sufrió una violación y varios intentos de asesinato. 

La abertura del vestido blanco que luce en la manifestación deja al descubierto su pierna, pintada con los colores de la bandera trans. El maquillaje rosa, blanco y azul cubre una de las cicatrices del primer intento de callarla. “Intentaron quemarme viva. Entraron tres tipos a mi casa, me golpearon e intentaron asesinarme con fuego”, recuerda la ya refugiada en España. Entonces tenía solo 23 años y luchaba junto al resto de sus compañeras para exigir la aprobación de una ley de identidad de género en Honduras. 

Con 25 años, unos hombres la metieron en un coche y la violaron. “Esos dos incidentes pasaron, pero no paré con mi lucha. Seguí, y cada vez era una figura más visible en Honduras”. Entonces, las señales de peligro eran constantes. “Al salir de un acto de la ONG  en un hotel una camioneta negra se paró. Tres tipos me agarraron y me metieron dentro, me golpearon. Mi hermano había ido a buscarme así que empezó a formar escándalo y gracias a ello me soltaron. Con mucho miedo  nos fuimos a un centro comercial, al ser un sitio con mucha gente, y nos quedamos allí nueve horas para evitar que nadie nos siguiese. Luego llegaron los gases lacrimógenos lanzados en la puerta de la casa donde vivía con su familia, quienes fueron afectados por sus efectos. Entonces, se fue una temporada a vivir a Costa Rica ante el aumento de la inseguridad. A su vuelta, trató de pasar más desapercibida, pero pronto regresó el peligro. ”Una motocicleta se paró y el conductor me gritó: ¡Paola!’ Se estaba sacando el arma de su abdomen y corrimos hacia un restaurante para refugiarnos“, detalla la activista. De los cuatro disparos, uno impactó directamente en su cuerpo. La bala aún continúa en la zona trasera de su rodilla. 

Ella se resistía a irse, pero  una conversación con su jefe en la Asociación Arcoíris, el reconocido activista hondureño LGTBI –también amenazado–,  le empujó a tomar la decisión de migrar: “Me dijo: 'Tienes dos opciones. O te vas y vives; o te quedas y te matan”. 

En España, ha hecho piña con sus compañeras de piso, donde a menudo reconoce hacer el papel de “madre”. Recientemente, el Gobierno le ha reconocido el estatuto de refugiada, por lo que pasará a la siguiente fase de acogida, que acarrea una mayor autonomía. “Aunque estoy contenta de seguir avanzando, para mí dejar este piso, dejarlas a ellas, es una nueva migración, es un desarraigo”, reconoce Paola. La falta de empleo le preocupa de cara a esta nueva fase: “No hay trabajo para nosotras. En España hay una gran discriminación laboral para las personas trans y si encima eres migrante... Esta situación me ha obligado a trabajar de nuevo en el trabajo sexual, algo a lo que estaba forzada en Honduras y que no quería repetir aquí... pero es muy complicado”.

Cuando se desgañitaba en cada lema entonado en la marcha del Orgullo Crítico, también pensaba en esas situaciones que ahora enfrenta en España, donde el camino sabe que no dejará de ser complicado para ella. “Esta es la resistencia trans”, gritaba una y otra vez mientras caminaba con estilo sobre sus tacones durante las horas que duró la marcha. Pero, por un rato, prefirió dejar de luchar y limitarse a celebrar: “Fue el primer día del Orgullo que disfrutaba que, de verdad, me mostraba orgullosa y sin miedo de ser quién soy. Por eso había que bailar y festejar”.

Se permitió otro 'homenaje'. Algo que nunca pensaba que llegaría a hacer en su vida, con el temor con el que siempre mira a la policía por las experiencias vividas en su país. Animada por varios manifestantes que la rodeaban, Paola se dirigió hacia el perímetro policial y, frente a dos agentes, comenzó a ondear con elegancia la bandera trans. Quienes aún permanecían en la Gran Vía madrileña estallaron en aplausos.

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