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La vida en Gaza: entre la mentira y la masacre

Marina Albiol

Junto al ordenador de casa, sobre un pequeño atril de madera, conservo la foto de unos niños que, sonrientes, saludan al fotógrafo. Parecen contentos. Más allá, en segundo plano, un grupo de ellos juega al futbol ajenos a la cámara y unas niñas, desde el fondo de la imagen, corren hacia el fotógrafo para llegar a tiempo y salir en la foto. Son algunas de las jóvenes habitantes del campo de refugiados de Khan Yunis, en la Franja de Gaza.

Cuando hace poco más de un año visité la Franja para participar en las brigadas internacionales organizadas por Unadikum, me sorprendió cómo, después de tantos años de enfrentarse al exterminio, los palestinos y palestinas no sólo resisten, sino que lo hacen con dignidad y valentía. Gaza es una ciudad viva, orgullosa de lo que representa y de las gentes que cobija. Cada mañana la gente en Gaza se enfrenta al aislamiento y al genocidio apostando por vivir día a día sin olvidar que hay futuro. El de sus hijas e hijos.

Es esta imagen, la de la vida cotidiana de las gazatíes, la que nunca veremos en los grandes medios de comunicación europeos porque, donde la vida se viste de cotidiana normalidad, a los palestinos quieren robarles hasta la esperanza.

La narración que hacen los medios de comunicación adscritos al relato oficial -que nos llega debidamente procesado desde Tel Aviv- nos muestra siempre imágenes de muerte, la provocada por las bombas sionistas. Poco sabemos de cómo viven -o debo decir sobreviven- los y las gazatíes. En cambio sabemos con bastante exactitud como mueren –en realidad como periódicamente son masacrados– y como expresan su dolor frente a esta muerte.

Así, en nuestro imaginario, en Gaza no se vive, únicamente se muere. Los medios se han encargado de hacer de la atrocidad algo cotidiano y trivial y, en consecuencia, lo cotidiano para Europa en Gaza,y por tanto lo trivial, es la muerte.

Hay algo que es especialmente llamativo en todo esto, y son las imágenes del futuro y la esperanza, de los niños y las niñas gazatíes, descuartizadas por las bombas lanzadas desde un F16 o desde ese macabro invento que son los drones teledirigidos: máquinas portadoras de muerte que permiten ser tan selectivos en sus asesinatos que, irremediablemente, cualquier muerto que producen es un muerto a conciencia, deliberado, imposible de esconder bajo la manta de los efectos colaterales.

Las imágenes muestran todo este horror - ¿se han parado ustedes a pensar si serían posible en nuestros medios imágenes así de un bebé europeo o norteamericano o israelita? - para ilustrar titulares del tipo “Hamas utiliza niños como escudos humanos”, con lo que “occidente” cierra el círculo de la ignominia. Primero se les masacra y luego se les culpa de su propio asesinato. Nos muestran a los niños desmembrados para después decir que sus padres son los culpables. Los medios muestran a unos musulmanes deshumanizados por una religión que consideran bárbara y a los que no les importa la vida de sus hijos, con lo que casi se justifica la necesidad de acabar con ellos. La islamofobia que corre por las venas de la cristiana Europa se hace entonces bien patente. La islamofobia y el servilismo a Israel que es el servilismo a los EEUU.

Las televisiones siguen hablando de guerra, cuando deberían hablar de genocidio. Mienten cuando dicen que la reacción de Israel se debe a la provocación de Hamas lanzando misiles contra su territorio. Y siguen mintiendo cuando aseguran que el asesinato de 3 jóvenes judíos fue la gota que colmó el vaso.

Israel ha atacado Gaza cuando le ha venido en gana, pero sobre todo cuando su proyecto contrario al derecho internacional y las Resoluciones de las Naciones Unidas ha estado en dificultades. Así lo hicieron en 2008, cuando de forma unilateral rompieron un alto el fuego destrozando Gaza y asesinando a más de 1400 personas, una auténtica masacre a la que Israel bautizó con el nombre de “Plomo Fundido” y que fue lanzada estratégicamente el día en que el mundo celebraba la victoria electoral de Obama. La excusa fue impedir la construcción de túneles entre Rafah y Egipto por parte de Hamas, si bien la realidad estaría más próxima a que Israel busca expulsar de Palestina, cuando no aniquilar, al mayor número posible de los palestinos. En 2012 el sionismo volvió a la carga para asesinar de nuevo a más de 160 palestinos y palestinas, la mayoría civiles.

El reciente acuerdo entre Fatah y Hamas y el anuncio de elecciones supone un paso importante para la unidad Palestina y el más que posible cambio en sus relaciones internacionales, algo que el sionismo no podía tolerar. Quizá sea ahí donde haya que buscar las razones de este nuevo ataque, de esta nueva matanza que los gobiernos europeos tratan de ignorar.

Las guerras relámpago que Israel viene lanzando contra Gaza se ha cobrado en los últimos diez años miles de víctimas palestinas. Estos asesinatos en masa han originado importantes oleadas de protestas internacionales frente a las que tanto el Consejo de Seguridad de la ONU como los gobiernos occidentales han hecho oídos sordos.

Israel, con la ayuda de los EEUU y la complicidad de occidente (sobre todo de Europa), ha convertido a Gaza en la mayor cárcel del mundo, un auténtico campo de exterminio de dimensiones colosales, una de las mayores vergüenzas de la política y las relaciones internacionales surgidas tras la II Guerra Mundial.

Mientras escribo estas líneas miro la fotografía que tengo junto al ordenador y me vienen a la memoria aquellas palabras de Golda Meir cuando aseguraba que “no existe el pueblo palestino”. Palestina existe pese al exterminio que sufren desde hace decenios. Existe en cada una de las muchachas que corren para salir en la foto, en cada niño que patea el balón, en cada padre y en cada madre que por la mañana despierta pensando que el futuro del pueblo palestino está por escribir. Palestina existe pese a los esfuerzos del sionismo por hacerla desaparecer con la complicidad de los EEUU mientras Europa, sumisa, mira hacia otro lado.

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