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Sobre este blog

Visionaria, creativa, escritora, investigadora. Expansiva, exploro ámbitos diversos y los traduzco en actividades de marketing y dinamización. Levanto piedras para encontrar nuevas especies y a veces, acabo metiendo la pata en su huella. Entre patrones, tacones, pasiones y fogones me muevo como pez en agua. La pluralidad en el gusto, mi bandera de maitines.

La brecha entre los pintxos y el ciudadano

Izaskun Arana

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Tras la Semana Santa, los lectores de la revista Conde Nast Traveler elegían San Sebastián como mejor destino gastronómico del mundo por la presencia de bares de pintxos y de restaurantes como el Arzak y/o Subijana. La nueva designación se suma ya a lo que empieza a ser un listado de innumerables reconocimientos. La mención, claro está, ha caído de pié, y ha sido acogida con los brazos abiertos.

Sin embargo, aunque el sector culinario es ya, definitivamente, el mayor atractivo de la capital, también a nivel particular, y sobre todo en el ámbito más local, la hostelería donostiarra suma críticas, pese a quien pese. Sus precios, el oportunismo de algunos establecimientos para vender producto de baja calidad a alto coste, y la dejadez de otros, hacen que las quejas llenen tantas bocas como los propios pintxos de tortilla. ¡Auch! Bromitas, vídeos, y hashtags llenan las redes sociales para enfrentarse con humor a las clavadas soberanas y desencantos que soporta la ciudadanía. Aunque son palabros, opiniones y experiencias grupusculares y absolutamente particulares, la sensación de alejamiento del sector, con respecto el ciudadano medio, empieza a ser cada vez más palpable.

Cuando antes la gente comía tres pintxos, ahora se comen uno. Y no es que la gente no tenga hambre, o que hayan superado su gula. El pintxo-pote arrasa en casi todos los barrios de la ciudad, por muy malo que sea el vino del tándem. Se toman uno, y otro, y otro. Será que a 1,50€ el vino y el pintxo (aunque sea sólo la capucha del champiñón sobre un trozo de pan) con 7€ hacen la tarde. En una consumición normal de los barrios del Centro, Parte Vieja o Gros, un pintxo y una caña pueden llegar a los 4€ (eso, si no los sobrepasan). A mí, particularmente, no me parecen adecuados ni una cosa ni la otra. Ni se debería servir un producto mediocre, ni se deberían pagar precios tan altos. Ambos afectan negativamente tanto a la tradición como al consumo en los bares.

El coste elevado de la gastronomía diaria no se reduce a las barras. Mientras en ciudades vecinas comes producto local bien elaborado en menús de entre 12€ y 15€, en San Sebastián pasamos ya de largo esas cantidades, llegando a los 18€, incluso los 20€.

En un intento de mantenerse en márgenes medios, desde hace años se puso de moda, por influencia francesa, el plato del día: por 8,50€ te ofrecen un primero, pan, bebida y café o postre. Ciertamente hay locales en los que merece la pena, y es otro de los talentos de algunos hosteleros de la ciudad, haber sabido adaptarse a esta forma de servicio. Pero la falta de respeto también ha llegado a este formato, y algunos restaurantes te ofrecen platos de menús completos vendidos de manera individual, y con la misma ración. Pagar con hambre es una experiencia poco recomendable.

Además del precio, está el tema de la calidad: los oportunistas aprovechan la fama de “producto local” o de “hecho en casa” para ofrecerte productos de bote, o congelados, como es el caso de las alcachofas o las croquetas. Tal vez éstos sean los que más ampollas levanten, ya que la sensación de fraude es obvia.

San Sebastián no deja de recibir premios por su gastronomía, y la hostelería de la ciudad aún no sabe cómo encajarlo. Los premios, por supuesto, no son infundados, la base y la riqueza de la cocina y sus productos ahí están, así como grandes locales hosteleros, grandes restaurantes, y excelentes servicios de comida, que aún mantienen la esencia de la cocina vasca. Pero los laureles y el crecimiento del turismo están creando un caldo de cultivo muy rico del que muchos, aunque no les toque, quieren beber.

Estas situaciones no hacen más que agrandar la distancia entre el ciudadano local y el sector. El turista, con buena o mala experiencia, se marcha, y si no quiere, no repite. Pero los ciudadanos sufrimos los vaivenes, y aunque sepamos ya dónde ir y dónde no, la carestía del consumo te empuja fuera del bar. Sería una auténtica pena que esa cocina tradicional que tantos premios está recibiendo dejase fuera a los locales, y se convirtiese en producto anecdótico, propio de festejos y turistas, inasequible en el día a día, que es la verdadera razón de su ser y existir. A ver cómo avanza la tormenta, si recuperamos el cauce de precios, experiencias y calidades, y el pintxo en el bar sigue siendo para el pueblo, lo que el pueblo siempre ha sido para el pintxo. Hogar dulce hogar.

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Visionaria, creativa, escritora, investigadora. Expansiva, exploro ámbitos diversos y los traduzco en actividades de marketing y dinamización. Levanto piedras para encontrar nuevas especies y a veces, acabo metiendo la pata en su huella. Entre patrones, tacones, pasiones y fogones me muevo como pez en agua. La pluralidad en el gusto, mi bandera de maitines.

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