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Supervivientes del 'bullying'

Durante el curso 2018-2019, solo en Euskadi, 755 menores denunciaron esa violencia a sus familias y al equipo docente

Yazmina Vargas

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“Un chico de clase me tiró una silla a la cara. Dejé de comer e intenté suicidarme un par de veces. Suspendía, no me concentraba. No podía hacer nada”, confiesa Estíbaliz Camacho.

“Un compañero hizo una redacción burlándose de mí, no dijo mi nombre, pero no hizo falta. Otro día me pegaron frente a la taquilla. Lo hicieron porque su Athletic había ganado al Barsa, mi equipo”, comparte Guillermo Egea.

 “En educación física todos se pusieron detrás de mí y me convertí en su diana. Me lanzaban piñones, el juego era ver quién me daba primero. Quería pasar desapercibida, pero nunca lo conseguía”, recuerda Enara Álvarez.

Diferentes edades, diferentes institutos, diferentes aficiones, diferentes cuerpos, diferentes personas que comparten un pasado traumático: el 'bullying'. Camacho y Egea son getxotarras y rondan la treintena, Álvarez es una barakaldesa de 22 años. Sufrieron acoso escolar durante varios cursos, algunas fueron capaces de externalizarlo, otras guardaron el secreto, intentando hacer realidad la ilusión de que “lo que no se cuenta, no existe”, pero el sufrimiento que padecieron cada día fue real. Tanto que, aún hoy, les cuesta hablar de lo que pasó y viven con las secuelas causadas por el trauma de esa violencia. Por eso que hablan tras nombres ficticios. Porque, aunque quieren contar su experiencia para dar visibilidad y apoyo a quien ha sufrido lo mismo, no están preparadas para hacerlo abiertamente.

El acoso escolar es una lacra que está presente en todas las aulas. Durante el curso 2018-2019, solo en Euskadi, según los últimos datos ofrecidos por el Departamento de Educación del Gobierno Vasco, 755 menores denunciaron esa violencia a sus familias y al equipo docente, aunque fueron 96 casos los identificados como tales. Sin embargo, a ese dato habría que sumarle la violencia que no se cuenta, la que sufren esos niños, niñas y adolescentes que no son capaces de alzar su voz.

Iba a clase queriendo ser invisible, pero nunca lo conseguía

Enara Álvarez víctima barakaldesa de 22 años

El impacto que las agresiones tienen en el presente de la víctima es inmenso, pero apenas se habla de las secuelas que puede arrastrar durante su vida adulta. Itxaso Latorre, una barakaldesa de 36 años que sufrió 'bullying' desde los 8 hasta los 12 confiesa cómo le ha repercutido: “La gestión de las emociones y la resolución de conflictos son habilidades sociales que nunca aprendí. Por eso la relación con mi hermana se vio dañada desde el principio, porque llegaba a casa de la guerra. Para ella he sido una hermana ausente”. Maitane Aparicio, también de Barakaldo, confiesa a sus 28 años que, aunque ha pasado tiempo, todavía tiene efectos sobre ella ver a sus agresores: “Una vez me encontré a una de esas personas en el autobús, y me dio una ansiedad horrorosa. Notaba su mirada en la nuca, y un trayecto de minutos, se convirtió en uno de horas”.

Lo que nadie cuenta

Es un hecho demostrado, como narra Ellen deLara en Bullying scars: the impact on adult life and relationships, que el acoso escolar es un trauma que influye en cómo la víctima regula su comportamiento y sus emociones. Además, a través de estudios hechos por otros investigadores explica que el abuso verbal imprime su propia huella en el cerebro. Óscar Vegas, profesor titular de Psicobiología en la Facultad de Psicología del campus de San Sebastián de la UPV/EHU, confirma que la exposición continua al acoso tiene consecuencias físicas y emocionales: “El estrés prolongado en el tiempo puede provocar cambios neuroquímicos y estructurales en los sistemas nervioso y emocional, especialmente durante la infancia y adolescencia. Y esos cambios físicos pueden tener influencia en la vida adulta”. A esa conclusión llegaron las investigaciones que DeLara menciona en su libro, donde dice que cuanto más expuesto se esté al abuso, mayor probabilidad hay de que esas personas sufran ansiedad, depresión y otros síntomas psiquiátricos en la adultez.

La sensación de no pertenecer a un grupo me generó la sensación de que socialmente no era válida

Itxaso Latorre víctima barakaldesa de 36 años

Sin embargo, esas secuelas no afectan a todos por igual, ya que influyen diferentes factores, como durante cuánto tiempo se recibió esa violencia, su intensidad o si se contó lo que ocurría. José Luis Miranda, psicólogo especializado en ansiedad y psicoterapeuta que ejerce en Barcelona, ha tratado a numerosos pacientes a los que el 'bullying' les ha dejado huella y por eso sabe que guardar silencio no les beneficia: “Cuanto más tiempo se arrastra un problema, más difícil es resolverlo. Muchos han dejado pasar tantos años que vienen a psicoterapia a tratar sus inseguridades y no saben que la raíz está en esas experiencias del colegio”. Además, el sexo de la víctima también influye, haciendo que haya distinciones en las enfermedades que padecen las mujeres y los hombres. “Nuestros sistemas nerviosos y la manera de procesar los estímulos son diferentes. Si cogemos datos de la población general, la incidencia de trastornos del estado del ánimo, como la depresión, es mayor en las mujeres”, aclara Vegas.

Asignatura pendiente: vida social

Hay quien sufre depresión, quien padece ansiedad o quien tiene pensamientos suicidas, pero la falta de autoestima y el déficit de habilidades sociales es recurrente entre los supervivientes del 'bullying'. Camacho admite que nunca tuvo oportunidad de aprender a socializar y que ahora sufre por ello: “Tengo muchos problemas para relacionarme con la gente. Además, me cuesta mucho confiar en las personas”. No es la única a la que esa inseguridad y desconfianza le ha repercutido al hacer nuevas amistades o encontrar pareja. “Siempre he tenido una barrera con las chicas. Me sentía una persona de segunda clase, creía no estar a la altura de ellas, por eso, aunque mis amigos dijeran que alguien me estaba mandando señales, no lo creía”, confiesa Egea.

El entorno y las amistades son fundamentales, pero es necesaria la atención de un profesional

Óscar Vegas profesor de Psicobiología de la Universidad del País Vasco

El psicólogo Miranda constata que esos problemas de relación son habituales entre las víctimas: “Siempre es lo mismo. Manifiestan su inseguridad con creencias de que ni gustan ni van a gustar a nadie y eso sabotea sus relaciones sociales”. Es supervivencia, pues durante años han sido foco de burlas y agresiones. “Han aprendido que las demás personas son hostiles, y cuando se aprende que algo es una amenaza, cualquier cosa que se le parezca provoca una reacción de ansiedad y un ataque-huida”, explica. “De alguna manera pierden la capacidad de intimar. Si no son capaces de relajarse y comprender que ese entorno es seguro, es imposible cualquier relación profunda”, concluye.

No hay que olvidar que los años de escolarización son claves para la socialización. Durante esa época no solo desarrollan habilidades sociales y surgen las primeras amistades, sino que es la época del autoconocimiento. P.J. Ruiz Lázaro en Psicología del adolescente y su entorno explica que la adolescencia es clave para la afirmación de uno mismo, para el descubrimiento del yo y que, por encima de todos los problemas a los que hacen frente a estas edades, está el de saber quiénes son. Pero, ¿qué ocurre cuando todo lo que oyes son insultos y críticas? “Ahora ya lo tengo superado, pero cuando estás escuchando que te llaman gorda todo el día, al final te lo crees. Sea verdad o no”, rememora Álvarez. Itxaso Latorre tiene la misma experiencia, también acabó interiorizando el rechazo que sufría: “La sensación de no pertenecer, de que no me quisieran en los grupos por cómo era, me hizo creer que socialmente no era válida”.

Actuación del centro educativo

Varias preguntas rondan en el aire: ¿dónde estaban el profesorado y el equipo directivo? ¿qué hicieron tras esas agresiones? Maitane Aparicio explica indignada que contra los agresores no tomaron represalias, pero que a ella le hicieron repetir curso, decían que así todo se solucionaría, pero eso no ocurrió. “El acoso siguió hasta que dejé el instituto. Además, esas personas repitieron otros cursos, volvieron a estar en mi clase. Cuando lo supe, me dio un ataque de ansiedad. No podía estar con ellos”, recuerda. Camacho, aún sorprendida, cuenta que nadie hizo nada, que un día llegó a “desaparecer” del colegio y nadie se dio cuenta.

En la actualidad algo así es impensable, gracias al protocolo de actuación que se debe activar, pero en la época de los 80-90, según fuentes de Inspección de Educación de Bizkaia, no había una normativa que seguir ante casos de violencia escolar. Cada escuela e instituto actuaba como creía adecuado para solucionar ese caso concreto. Hablaban con víctimas, agresores y familias tratando de llegar a una solución, pero no siempre se llegaba al fondo del asunto.

Cuando le pones un síndrome a una persona puede entender que es algo que no se va a modificar

José Luis Miranda psicólogo y psicoterapeuta

Los efectos de esa inacción y de las agresiones son similares en casi todas las víctimas. Cumplen un patrón. Ellen deLara observó que todas ellas llegaban a la vida adulta con los mismos problemas, y por eso acuñó el término Síndrome post-'bullying'. El profesor de Psicobiología Vegas confiesa que, aunque no conocía dicho concepto, lo comprende: “El post-'bullying' es como el trastorno de estrés post-traumático. Si hay una situación de estrés que no se trata y tiene efectos en el desarrollo y comportamiento de la persona, estos pueden continuar, manteniendo el daño y haciéndola sufrir”. Sin embargo, el psicólogo Miranda hace especial hincapié en que el término síndrome puede ser perjudicial: “Cuando le pones un síndrome a una persona puede entender que es algo que no se va a modificar. Además, puede llegar a identificarse tanto con esa etiqueta que llegue a creer que es solo eso, una enfermedad”. 

No obstante, algo en lo que coinciden ambos expertos es en la necesidad de buscar ayuda. “Es verdad que el entorno y las amistades son fundamentales, pero es necesaria la atención de un profesional, porque es quien sabe cómo lidiar con ello. Y aunque pase tiempo, se debería poder revertir la situación y las secuelas. Yo no perdería la esperanza”, aconseja Vegas. Estíbaliz Camacho, Guillermo Egea, Enara Álvarez, Itxaso Latorre y Maitane Aparicio son quienes conviven con los recuerdos y, aunque están de acuerdo en que con tiempo y ayuda se puede superar, también piensan que esas vivencias son imposibles de olvidar.

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