Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La mujer, ¿es un ser humano?
La pregunta no es gratuita. Tiene su razón de ser precisamente en los argumentos que manejan quienes, desde el movimiento feminista, se lamentan recurrentemente de una masculinización del lenguaje que “invisibiliza” a las mujeres. De ahí que me surja una duda que me parece bastante razonable: ¿puede la mujer reconocerse conceptualmente en algo tan equivalente al hombre como lo es el ser humano? ¿O debería considerarse exclusivamente un “ser femenino”, para hacerse perfectamente visible y diferenciable en tanto que mujer (o, si se prefiere, como “hembra” que no quiere confundirse con el “macho”)?
Me temo que el “lenguaje inclusivo” con el que se ha dado respetabilidad a disparates como ese de la “portavoza” puede llevar a tales desvaríos. Se comienza con un cansino desdoblamiento (los / las, ellos / ellas, todos /todas, padres / madres, hijos / hijas) y se acaba dando coces contra palabras femeninas, por el simple hecho de que no parecen lo suficientemente feminizadas. Por lo que yo he podido entender, leyendo atónito ciertos ¿argumentos?, algunas de esas palabras son tan equívocas, que necesitan llevar falditas (en forma de A final) para que se adapten de verdad al género que les corresponde.
Cuando se llega a acoger con toda naturalidad agresiones verbales como la que puso en circulación Irene Montero, puede ya ocurrir cualquier cosa. Más aún teniendo en cuenta la existencia de teóricas del lenguaje de género lanzadas al asalto de la Academia de la Lengua, esa caverna donde una abrumadora mayoría de hombres (seguramente misóginos) impone a las mujeres cómo hay que hablar. ¡Como si los idiomas no se pudieran alterar de día en día al puro capricho de los hablantes! ¡Como si no estuviera claro, en la práctica diaria, que las palabras cambian según los gustos de sus consumidores! ¡Como si, por poner un ejemplo, un comentarista deportivo no pudiera en un pis pas transformar un equipo imbatible en otro que sea “intratable”! ¡Como si, gracias a la benéfica influencia del inglés, no hayamos sustituido el acoso escolar por el “bullying”, el bajo coste por el “lowcost”, o la sincronización y cronometraje por el “timing”!¡Como si los diccionarios, o los libros ya puestos, sirvieran para corregir esta imparable evolución de nuestra manera de hablar!
Aunque me queda por saber qué piensan las académicas de todo esto. Porque en la Academia de la Lengua hay también académicas. ¿Se sienten acosadas, menospreciadas, insultadas cuando escuchan palabras tan poco piadosas hacia la institución de la que forman parte? ¿Se sienten vinculadas por lo que la Academia dice oficialmente ante vocablos “de género” que ponen los pelos de punto a un idioma, el español, tan frecuentemente baqueteado? ¿Se sienten solidarias con el trabajo que realizan sus compañeros varones? No estaría mal que dejaran oír su voz de vez en cuando, porque supongo que algo tendrán que decir en materia que les concierne tan directamente, por razones profesionales; y, además, porque si no hablan ellas, en su lugar hablará el Pérez Reverte de turno, con la diplomacia que le caracteriza, y luego todo serán quejas.
Pero, volviendo a la reivindicación feminista del “lenguaje inclusivo”, la verdad es que me tiene bastante desconcertado. Y hasta he llegado a pensar que habría que darle alguna vuelta. Como hombre que soy (nadie es perfecto), podría quejarme del uso de un idioma que nos deja muy discriminados. Hay actividades enteras en la que lo masculino tiene muy poco que rascar. En la música, por ejemplo, no hay ni “violinistos”, ni “trompetistos”, ni “flautistos”, ni clarinetistos“, ni ”pianistos“. Tampoco se oye hablar de los ”periodistos“; ni de los ”taxistos“; ni de los ”cámaros“ de cine y televisión; ni de los ”artistos“; ni de los ”juristos“ de reconocido prestigio; ni de los políticos de ”izquierdos“ y ”derechos“, o ”comunistos“ o ”nacionalistos“. ¡Ni siquiera oímos mencionar a los ”carteristos“, para vergüenza de los honrados ladrones de toda la vida!
Y ello por no hablar de la tendencia progresiva a feminizar en su conjunto la afiliación de ciertas formaciones que se dicen de izquierdas. Puedo entender hasta cierto punto que las mujeres de un partido, cuando hablan de su militancia, se refieran a un “nosotras” colectivo. Pero entiendo bastante menos que lo hagan también los hombres, como si en su caso no rigieran los criterios de la paridad de géneros (porque ya no hay sexos). Y la verdad es que, cuando oigo a un señor de barbas hablar de “nosotras” dirigiéndose a su gente, me entra la risa, porque no me parece que esté hablando en serio.
Y supongo que a muchos otros (y otras) les pasará lo mismo que a mí. Mucho me temo que estos intentos de imponer un lenguaje absurdo y prefabricado que nadie entiende ni habla en la calle supone una aportación más a la banalización de la política, hace ya mucho tiempo relegada al espacio de la tontada. Algo, en el mejor de los casos, tan irrelevante para un debate público de trascendencia como podría ser la letra del himno de España que se ha inventado esa española ejemplar que dice ser Marta Sánchez. Algunas de las cosas que he leído estos días por parte de quienes defienden esta beligerancia lingüística por razón de género me confirman en tal impresión. Sobre todo cuando, en una variante del “y tú, más”, hay quien se lamenta de que el machismo hispano organiza más revuelo por un error gramatical que por una mujer asesinada. ¿Por qué, entonces, empeñarse en destrozar la lengua común? ¿Para proporcionar más armas dialécticas a la derecha? ¿O alguien piensa de verdad que así se defiende mejor la igualdad de las mujeres en todos los ámbitos de la vida, empezando por la igualdad salarial?
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