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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Nueva normalidad? Sí, nueva normalidad

Cataluña suma 51 nuevas víctimas y alcanza la cifra de 10.452 muertos

Javier Arteta

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Con eso de la pandemia, nos hemos quedado tan espesos, que ya no sabemos cómo decir las cosas para que se nos entienda bien. Y asistimos a una proliferación de términos de nueva creación ('desescalada', por ejemplo) que tal vez necesiten un poco más de sosiego para ser presentados en sociedad. Pero no hay sosiego y las palabras salen como salen. Y a veces salen de tal manera, que abren las carnes. A mí, al menos, se me abrieron cuando, tras una rueda de prensa del presidente del Gobierno, una periodista soltó por la radio que Sánchez trataba de “infligir ánimos” a la ciudadanía. Y no hablemos ya de palabras –palabras españolas- que el virus ha terminado engullendo. Basta con recordar que ya han desaparecido los corredores de toda la vida, porque ahora son 'runners' los que se le cruzan pegajosamente a uno, en sus pacíficos y permitidos paseos.

No todo es desaprovechable en esta cosecha verbal de circunstancias. Hay una expresión que me parece especialmente afortunada, como esa 'nueva normalidad' de la que habla últimamente el presidente del Gobierno; y que tiene sus detractores furibundos. Dicen quienes la descalifican que normalidad es lo que ya teníamos antes, como si no acabaran de entender que hemos cambiado de época; que ese dichoso virus que ha trastocado por completo vidas y economías ha venido para quedarse, al menos durante un tiempito; y que, por lo tanto, será necesario inventar normas nuevas, que a su vez creará hábitos diferentes, muchos de los cuales persistirán en el futuro “cuando todo haya pasado”. Hasta la industria de la moda lo ha entendido cuando ha decidido incluir las mascarillas en los nuevos diseños que prepara.

Nada extraño, por otra parte. Las normalidades se renuevan al paso de la historia. Antes, por ejemplo, quien visitaba a un pariente hospitalizado podía fumar en su habitación o por los pasillos del hospital. Era algo que formaba parte de la normalidad de entonces. Afortunadamente, vinieron luego legislaciones que restringieron el uso del tabaco en los espacios cerrados, para indignación de algunos libertarios de salón que ponían su libertad individual por delante de las exigencias de la salud pública.

Si nos fijamos bien, esa nueva normalidad de la que ahora se habla,  no es de hecho tan nueva. Habíamos empezado a vivir en ella, aunque no nos hubiéramos enterado. Me parece recordar que, antes de esta emergencia sanitaria, teníamos otra climática que, además de muertes (aunque fueran anónimas), provocaba en nuestro país un encadenamiento de desastres naturales con una frecuencia nunca vista. Y antes de que la UME interviniera para levantar hospitales de campaña, como el de IFEMA en Madrid, o para desinfectar residencias de ancianos, ya lo estaba haciendo para sofocar incendios, hacer frente a inundaciones y proteger a los ciudadanos afectados por tales situaciones. De manera que ya nos estábamos haciendo a la idea de que teníamos que meter en nuestras vidas cosas que antes no parecían prioritarias, como la lucha contra el deterioro del medio ambiente, con las exigencias que implicaba.

No tengo, por eso mismo, tan claro que –vencida la pandemia y a la espera de nuevos rebrotes-, vayamos a volver a la misma normalidad que conocimos. Muy a mi pesar, si tengo que hablar de mis propias querencias. Porque ahora –y es un ejemplo- ya no podré visitar una librería como lo hacía antes: con la oportunidad de poder coger un libro y hojearlo antes de tomar la decisión de comprarlo. Ahora tendré que ir con cita previa y con la compra ya decidida de antemano. Es para mí un fastidio, tengo que reconocerlo. Pero no veo menoscabada mi libertad por ello. Al contrario, la veo reafirmada, porque me someto a exigencias que son racionales, mientras no tengamos controlado al bichito ese de los… (a rellenar por la línea de los puntos). Y parece que tenerlo controlado va todavía para largo.  

Nos queda, pues, por dilucidar a qué normalidad queremos volver: ¿a la de antes o a la de después de los aplausos de las ocho de la tarde? Yo tengo claro a quiénes, por qué y para qué aplaudía. Por eso, quiero que en nuestra nueva normalidad, la sociedad (o, si se prefiere, el 'individuo en sociedad') recupere sus derechos; entre ellos, los referidos a una sanidad y a unos servicios públicos a plena potencia, libres de recortes y privatizaciones. Y quiero, igualmente, que sean los poderes políticos, y no los económicos, los que lideren nuestro futuro colectivo; un deseo que se me reafirma al ver la colección de salteadores de caminos que conforman los mercados mundiales, entre ellos el de suministros de productos sanitarios.

Que nadie se quede atrás. Ésa debería ser la consigna de la nueva normalidad, ahora que nos asomamos a una crisis de caballo y bancos y organismos nacionales e internacionales compiten para suministrar datos terroríficos sobre la situación en que la pandemia ha dejado a la economía española. Unos datos que parecen empeñados en preparar las mentes para que terminen admitiendo la necesidad, una vez más, de aplicar otra tanda de políticas de recortes sociales. ¡Como hace diez años! ¿Es a esa normalidad a la que aspiramos? Yo, sinceramente, prefiero otra nueva. Sin ir más lejos, la que hoy, con apoyo público y desde un Gobierno progresista, se empeña en mantener puestos de trabajo y empresas.

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