La fuerza de las manos extremeñas sostiene ayuda humanitaria para paliar la hambruna en Gaza
Mientras los misiles siguen cayendo sobre Gaza y la población civil enfrenta la peor hambruna de su historia reciente, una red tejida desde Cáceres garantiza más de 300 raciones de comida caliente por cocinado a familias desplazadas en el norte de la Franja. Detrás (y delante) de esa red está Patricia Sierra Solís, profesora de la educación pública extremeña y rostro visible de Sonrisas en Acción, una organización humanitaria nacida en Cáceres que ha convertido la solidaridad local en un puente vital hacia uno de los escenarios más devastados del planeta.
La ONU confirmó ayer, por fin, la primera declaración de hambruna en Oriente Medio, en Ciudad de Gaza, donde más de medio millón de personas viven ya en condiciones catastróficas de hambre, indigencia y muerte. El organismo advierte de que la crisis podría extenderse a toda la franja en los próximos meses.
Con ayuda de particulares, asociaciones, comunidades educativas y el respaldo de instituciones como la Diputación de Cáceres, el equipo que dirige Sierra ha logrado lo que parecía imposible: mantener activa una cocina comunitaria en Gaza City en pleno colapso humanitario. “Estamos distribuyendo unas 300 raciones de comida gracias a la coordinación con trabajadoras y trabajadores humanitarios gazatíes. Es la única comida que muchas personas reciben en días”, explica. El grupo, denominado Food for Gaza, nace de la colaboración con otras entidades españolas y con una indispensable contraparte local palestina.
“Muchas personas nos preguntan cómo conseguimos hacer llegar la ayuda a Gaza ya que otras muchas entidades no son capaces, y queremos explicarlo con total transparencia: El dinero se gestiona de forma telemática para evitar pagar un impuesto del 42 % que se cobra por retirar dinero en efectivo dentro de Gaza. Así, todo se abona por transferencia, directamente a los proveedores de alimentos”, detallan desde Sonrisas en Acción.
¿Y cómo se consiguen los alimentos? En Gaza, la única forma de acceder a comida es a través del mercado local y proveedores mayoristas. “Como compramos en grandes cantidades, podemos negociar mejores precios, aunque siguen siendo muy altos debido a la escasez y el bloqueo. Todo gracias a nuestros compañeros y compañeras gazatíes que cocinan y distribuyen la ayuda humanitaria con gran dignidad y respeto hacia su pueblo”, cuenta emocionada Patricia Sierra.
En una zona donde cualquier desplazamiento puede costar la vida y donde los productos de ayuda humanitaria —como los lanzados desde aviones por países como España— son revendidos en el mercado negro a precios que alcanzan los 90 euros por caja, la organización extremeña apuesta por una distribución segura, directa y digna.
Recuerdan desde la ONG que quien quiera colaborar puede hacerlo a través de esta cuenta bancaria: ES42 2100 4839 5422 0012 5632. En casos así todo suma, todo cuenta y todo importa. Por mínimo que parezca.
De Cáceres al epicentro del hambre
Sonrisas en Acción lleva más de una década trabajando en contextos de emergencia: desde Ucrania a los campamentos saharauis, pasando por Siria, Líbano, Mali o Serbia. Pero la situación en Gaza ha colocado a la ONG en su mayor reto humanitario hasta la fecha. “Actualmente, se desarrolla en Gaza el peor escenario de hambruna con un colapso total de los servicios esenciales”, alertan. En este contexto, el vínculo construido desde Extremadura ha resultado decisivo para muchas personas de la franja.
“Lo que estamos haciendo nace aquí, en Cáceres, en centros educativos, en asociaciones, en barrios que recogen donativos, que hacen actividades solidarias, y termina allí, en un plato de comida caliente servido a una familia desplazada por la guerra”, explica Sierra.
El modelo de trabajo de Sonrisas en Acción se basa en la cooperación directa con personas autóctonas en las zonas en conflicto. Esa red, tejida desde el conocimiento del terreno, permite una reacción rápida, ajustada a las necesidades reales, y sin perder nunca el foco en lo esencial: la dignidad humana.
Niñez robada, mujeres anuladas
Junto a los proyectos alimentarios, Sonrisas en Acción complementa e implementa intervenciones educativas y de atención psicosocial para la infancia, así como programas de salud e higiene para mujeres. Porque en los campos de personas refugiadas y desplazadas, las mujeres, niños y niñas son las víctimas más desprotegidas.
“Han vivido cosas que nadie debería vivir nunca: muerte de familiares, orfandad prematura, estar entre cadáveres, amputaciones, quemaduras severas…”, describen desde la ONG. Sin acceso a educación ni asistencia psicológica estable, miles de menores palestinos se convierten en generaciones truncadas, con traumas que marcarán sus vidas, si es que acaso consiguen sobrevivir.
Las mujeres, por su parte, lidian con el duelo, la crianza sin recursos y la carga de sostener la supervivencia familiar en condiciones infrahumanas. “No nos dejan ser personas”, repiten una y otra vez en los campos. Son frases que resuenan con una dureza extrema, envueltas en el eco de una violencia estructural que las destierra incluso de su propia identidad.
Menstruar en un campo de refugiadas
Uno de los proyectos más relevantes que la ONG desarrolla en Líbano con el apoyo de la Diputación de Cáceres, es el de lucha contra la pobreza menstrual. Se trata de un problema de salud pública, dignidad y equidad de género del que apenas se habla, pero que afecta a miles de mujeres y niñas sin acceso a productos de higiene íntima ni asistencia sanitaria.
En campos donde el agua es escasa y está contaminada, muchas mujeres recurren a trapos sucios, periódicos o incluso hojas para gestionar su menstruación. Esto genera infecciones, vergüenza, ansiedad y un profundo deterioro de la autoestima. “Tras las charlas impartidas por una matrona, entregamos kits de dignidad con compresas, jabón, champú, gel, linternas, toallitas… Es un gesto que cambia la vida de muchas mujeres”, señala el equipo.
Humanidad como resistencia
En Gaza, el alimento es resistencia. Una resistencia que se cocina desde Cáceres, se financia con la solidaridad ciudadana y se articula gracias a una red humanitaria que pone a las personas en el centro. “Los proyectos no solo cubren necesidades urgentes: crean lazos. Generan vínculos humanos entre quien ayuda y quien recibe, entre quienes lo han perdido todo y quienes aún creen que es posible un mundo más justo”.
Cada comida servida, cada kit menstrual entregado, cada formación o acompañamiento psicosocial representa una apuesta por la vida frente al horror. Porque como dice Patricia Sierra, “esto no es caridad, es justicia”.
La ayuda humanitaria, cuando se hace desde el respeto, la escucha y la dignidad, es una forma concreta de defender los derechos humanos y de cumplir con el Derecho Internacional Humanitario. Y desde Cáceres, una “profe”, un equipo de trabajadores y trabajadoras humanitarias y una red solidaria están escribiendo con hechos esta importantísima lección.
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