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Monago, el hombre que quiso reinar

Julio M. Martínez

Monago es un sol, pero no de aquellos rechonchos y traviesos que salieran alados de los pinceles de Rubens, nuestro presidente es un sol que brilla con luz propia, con los mismos destellos que Luis XIV ni más ni menos. El francés calzando rulos dijo aquello de “L'État,c'est moi”, con su verbo se hizo carne de Administración y elevó Francia sin que nada se le pusiera por delante.

Monago, sin peluca ni manto carmesí ha copiado al gabacho pero con mala traducción. Su chambelán le trabucó las líneas y en vez de poner el pecho por delante del reino, se puso el reino por coraza. “Cuando me atacan, también lo están haciendo al pueblo de Extremadura”, así se descuelga nuestro presidente en un desayuno de EuropaPress, de esos para lucirse y que se compran con publicidad.

Pero Monago por no cambiar la pieza baila igual, le dictan la misma letra al oído y saca papo cual Caruso para desmarcarse del resto de la compañía de la gaviota. A pregunta sobre Podemos responde que está “dispuesto a hablar con todos y de todo”, que mientras para Mariano son el lobo que debe asustar a su grey camino del redil electoral, para Monago son futuribles socios de gobierno.

El grano extremeño de Rajoy amenaza con explotar allá donde el gallego titubea, ni aborto ni Cataluña son temas que lo asusten, en todos acelera, coge la curva a la derecha con el intermitente a la izquierda y derrapa, desbarra e ibarra en primero de indicativo. La diatriba catalana no se le atraganta, se enrolla en la bandera regional y sacando pechos como la musa de Delacroix grita “¡Viva Yo!”.

La egolatría, hecha populismo en versión Ibarra 2.0, se ha desbocado y se eleva incontenible sin saber cuánta pólvora queda para que estalle el petardo. Rudi quiso tranquilizar al Reino de Aragón condenando al diputado acusado de la misma rapiña que Monago, pero al Cid extremeño nadie hay que le pida cuentas y siendo capitán es justo pensar si la falta del jefe no será consigna de la tropa. Ahora coloca al pueblo de parapeto, y escondido detrás grita que quien dispara contra él lo hace contra los extremeños, cobarde ejercicio de quien no comprende lo fundamental de la política.

En esta guerra no se miden personas, estas son justas de ideas y proyectos, de propuestas y promesas, y en ninguna de ellas ha sabido dar la cara. Rodeado de cortesanos y bufones ha pagado serviles panegíricos, aplaudido por lacayos que duran lo que dura la bolsa y la corona. Ahora se acerca el ocaso de su reinado, el sol de neones subvencionados se apaga, su cetro se encorva y los cronistas afilan las plumas para hacer balance.

Su desembarco en la Villa y Corte le acarreará consecuencias inesperadas, porque los mentideros más serviles son tornadizos, donde dura la lealtad lo que dura el maná público y su simpatía va camino de vencerse por la fuerza de unos acontecimientos que no podrán sostener por mucho tiempo. Del gobierno de los mejores, se recordarán las dimisiones y los parches en consejerías, de la legislatura del cambio quedará la vuelta al mapa del populismo y de la “marea verde” quedará solo su naufragio en Tenerife.

La recta final de la legislatura lo lleva con prisa hacia el abismo mientras lee unos augurios matemáticos que no le son propicios, y sin embargo Monago busca con obsesión rodearse de los suyos sin recordar que Bruto y Casio solo están esperando que se acerque marzo.

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