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Media hora de discurso, sin votación y aclamado: esta vez Feijóo sí se despide del PP gallego

El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, ante la Xunta Directiva del PP gallego

Daniel Salgado

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Ni siquiera sus mas avezados intérpretes acababan de darlo por seguro. Todos añadían un “si decide dar el paso” a las crónicas sobre estas semanas convulsas en el PP. Pero esta vez sí. Alberto Núñez Feijóo, todavía presidente del Gobierno gallego, se va a Madrid. Lo había avanzado en la mañana de este miércoles y lo confirmó por la tarde, ante la Xunta Directiva del partido en Galicia: optará a relevar a Pablo Casado. Un discurso de media hora, en buena medida autojustificativo, y la aclamación de los presentes en la entrada de un pabellón deportivo en Santiago de Compostela le sirvieron de despedida. “¿Qué, no contábamos con esto, eh?”, comentaban dos militantes antes de comenzar el acto.

Hace menos de cuatro años, Feijóo había convocado una reunión similar. En un hotel y al aire libre. El gabinete de Mariano Rajoy había sucumbido a la corrupción y una moción de censura encabezada por el PSOE lo liquidó. Dentro del PP, miraron hacia su barón gallego para que tomase las riendas. Este se dejó querer. Tanto que llegó al mismo órgano que este miércoles y el 18 de junio de 2018, ante el asombro general de militancia y opinión publicada, dijo que no. Que se quedaba en Galicia. Y eso que llevaba preparadas dos intervenciones, una en cada sentido, como revela la biografía de Fran Balado El viaje de Feijóo (Esfera de los Libros, 2021). Los populares organizaron entonces primarias y Pablo Casado se impuso a Soraya Sáenz de Santamaría. La historia, como es sabido, no acabó bien.

Por qué Feijóo no se atrevió entonces es una incógnita. La amenaza de supuestos dosieres con otras fotos como las de Marcial Dorado o la falta de apoyo del propio Rajoy son algunas de las razones que han aventurado los analistas. Hoy, el interesado ofreció su propia versión. Según él, en 2018, y pese a “una moción injusta”, España iba bien y su economía como un tiro. No necesitaba de sus servicios. Pero eso ha cambiado y “la nación vive una situación límite, con el peor gobierno de su historia reciente”. Se siente urgido por la necesidad histórica. Él no quiere pero el deber lo llama, como dice el manual básico de cualquier político que pretende disimular sus ambiciones. El gallego moderado que esperan algunos no siempre escapa del argumentario catastrofista que bordaba el frenético discurso de Casado. En su adiós al máximo órgano entre congresos del Partido Popular de Galicia hubo de todo, en honor a su leyenda de ambigüedad y significantes vacíos: el político que prescribe “una alternativa con sentido de Estado” y el que dibuja un “multipartito socialista, comunista y nacionalista” en la Moncloa.

Pero lo de este miércoles era, en todo caso, un requisito. Una escueta fiesta de despedida que, pese a celebrarse en una instancia interna del partido, prescindió de cualquier formalismo democrático. Nadie votó nada, nadie intervino a parte de uno de esos espontáneos habituales que gritó “presidente, España te necesita”, nadie controló la entrada de asistentes, nadie hizo otra cosa que aplaudir y corear. “Por vuestra reacción, creo que no es necesario someterlo a votación”, dijo con cierta sorna Feijóo nada más pronunciar que sí, que esta vez sí. El PP gallego siempre ha presumido de tener 100.000 de los 700.000 militantes del PP español, aunque en su única experiencia de primarias, la que encumbró a Casado, votaron unos 4.500. Su vida interna, al parecer, no resulta muy animada.

Díaz Ayuso y Vox al fondo

Pero Feijóo estaba a otra cosa. Con apenas unas frases en gallego, lengua que sí usaba gran parte del respetable, y el resto en castellano, ya hablaba sobre todo para Madrid. No era, desde luego, la primera vez en alguien tan proclive a comentar los avatares políticos estatales. Por mucho que este miércoles asegurase no ser “un político comentarista”. Con críticas a Sánchez, por supuesto, y mensajes al interior del PP. Al fondo, Isabel Díaz Ayuso y la extrema derecha de Vox, quizás los dos principales inconvenientes que encontrará en el campo de las derechas.

“Hay una política revanchista en la que no creo” podría ser su respuesta indirecta a la petición de venganza que enarbola la presidenta de la Comunidad de Madrid contra Casado y García Egea. Podría ser. Y cuando se erigió en estandarte de un futuro gobierno “sólido, sereno, fiable y solvente” tal vez no solo hablaba en contraposición a la coalición de socialistas y Unidas Podemos. Tampoco al afirmar que las “comunidades autónomas no son una amenaza”. En cualquier caso, no entró en profundidades. Ni siquiera cuando, en contra de la realidad de años de debates parlamentarios autonómicos, afirmó creer “en la política como confrontación de ideas”. Las de Feijóo nunca acabaron de estar perfiladas, más allá de ser un hijo político de Romay Beccaría.

Si alguno de los simpatizantes que abarrotaron el hall del Multiusos do Sar pretendía sacar algo en claro de los planes de Feijóo para la comunidad que va a dejar atrás, en seguido comprobó que se había equivocado de lugar. Aunque todos los presuntos aspirantes estaban presentes -los vicepresidentes Alfonso Rueda y Francisco Conde, diputados como Pedro Puy o Diego Calvo-, no era el momento. De hecho, el presidente de la Xunta disertaba ante la dirección del PP gallego pero disertaba para Madrid. Unas horas antes, en la sede del diario La Voz de Galicia, que tanto ha respaldado a sus ejecutivos, Feijóo había defendido que “es perfectamente posible ser presidente de una comunidad y de un partido”. No explicó cuál de los dos cometidos le ocupará más tiempo ni cuánto durará la interinidad. “Dios quiera que le vaya bien, que está la cosa...”, analizaba una veterana afiliada a la salida.

Acompañado o no de alguna entidad superior, el caso es que Alberto Núñez Feijóo ha colocado proa a Madrid. La oposición gallega le pide que decida ya entre “Galicia o Génova”. Pero este político que alardea de inclinarse al pacto nunca ha atendido demasiado a lo que proponen PSdeG y BNG. Batió a su gobierno bipartito hace ahora 13 años, contra pronóstico y tras una sucia campaña electoral. Sumó después otras tres mayorías absolutas, hasta igualar las cuatro de Fraga Iribarne. “España nos esta esperando”, concluyó en Santiago de Compostela. Casi tardó más en recorrer el camino entre el estrado y el coche oficial, interrumpido por buscadores de fotos y abrazos, que en explicar sus razones al partido. Hacía ya media hora que se había disuelto una concentración de la CNT frente al pabellón. Protestaba contra los despidos en el Consorcio Galego de Benestar, un organismo de la Xunta de Galicia, y le cantaban al presidente: “Adiós con el corázon, que con el alma no puedo”.

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