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Jair Bolsonaro, más de quince años defendiendo y legitimando a las milicias paramilitares

Jair Bolsonaro, en uno de los primeros actos de su gobierno en este mes de enero

Víctor David López

La primera vez fue el 12 de agosto de 2003. Al menos la primera vez en público, como diputado federal y en sede parlamentaria. Parecía un llamamiento. “Mientras el Estado no tenga el coraje de adoptar la pena de muerte, el crimen de exterminio, a mi entender, será muy bienvenido”, discursaba Jair Bolsonaro en la Cámara de los Diputados. El estado de Bahía estaba siendo golpeado en aquellos tiempos por comandos semejantes a los narcotraficantes, con el mismo nivel de extorsión y de violencia, plantando cara a estos e implicando a agentes del Estado. “Si no hubiera espacio para ello en Bahía, pueden ir a Río de Janeiro. Si de mí depende, tendrán todo mi apoyo”.

Las milicias paramilitares existen en Brasil casi desde que existen los comandos de narcotraficantes –años 70–, pero comenzaron a organizarse mejor y a ganar popularidad a mediados de los 90. El estallido de Bahía en 2003 provocó que la problemática aterrizará en el Congreso Nacional. En Río de Janeiro la palabra “milicia” empezó a formar parte de las pautas de seguridad pública y de las portadas de los periódicos en 2004, meses después de aquel discurso de Bolsonaro.

Ante la creciente actividad de las milicias paramilitares en Río de Janeiro, y sus lazos con la clase política, en el arranque de 2007 el diputado estatal Marcelo Freixo (Partido Socialismo e Liberdade, PSOL) propuso abrir una Comisión Parlamentaria de Investigación. Flávio Bolsonaro, el hijo mayor del clan, era uno de los que bloqueba el proyecto. El primogénito del presidente –hoy senador, y antes diputado estatal en la Asamblea Legislativa de Río– se concentraba aquellos años en homenajear con mociones de honor a policías militares hoy presos o forajidos, como Ronald Paulo Alves Pereira o Adriano Magalhães de Nóbrega.

El 27 de octubre de 2005, de nuevo en la Cámara de Diputados, el hoy presidente se sumó al reconocimiento de méritos de Magalhães de Nóbrega y criticó la condena por homicidio que le había llevado a prisión. Le llamó “brillante oficial”. Subrayando que había sido el primero de su promoción en la Academia de la Policía Militar. “Es importante saber a quién le interesa la condena pura y dura de militares de la policía de Río de Janeiro, sean culpables o no”. Sugería Bolsonaro que Amnistía Internacional presionaba para que hubiera punición de policías: “Hay que tener un número equis o cierto porcentaje de policías presos”.

La madre y la esposa de Adriano Magalhães de Nóbrega, uno de los líderes de la milicia paramilitar que podría estar detrás del asesinato de la concejala Marielle Franco y su chófer Anderson Gomes, acabaron siendo contratados para trabajar en el gabinete de Flávio Bolsonaro en la Asamblea de Río. Contratadas por solidaridad con la familia, al estar el miliciano entre rejas. La estrategia de Flávio Bolsonaro para esquivar esta y otras polémicas es clara: toda la responsabilidad recae en el expolicía militar Fabrício Queiroz, su asesor y hombre confianza. Amigo personal de Jair Bolsonaro desde hace más de tres décadas, y muy cercano a las milicias.

La Comisión Parlamentaria de Investigación sobre las milicias paramilitares promovida y presidida por Marcelo Freixo vio luz verde, de manera escabrosa, en mayo de 2008. El secuestro y tortura de un equipo de periodistas del periódico O Dia aceleró los acontecimientos. Tras cinco meses de investigación, el informe final fue entregado al Congreso Nacional, recapitulando los trabajos.

Bolsonaro contra la Comisión que investigó a las milicias

El discurso de Bolsonaro del 17 de diciembre de 2008 en la Cámara de Diputados, en la sesión que analizaba el documento de la comisión, fue todo un ataque frontal contra aquel que estaba investigando su estructura. Sin pensárselo dos veces, colocó a Marcelo Freixo en el punto de mira. “Hoy, de forma cobarde –porque es un cobarde–, Marcelo Freixo anda en coche blindado y con media docena de escoltas. Si es lo suficientemente hombre como para pedir desarme, que dé ejemplo”, declaró.

Algún fragmento de su intervención romantizaba la profesión de paramilitar: “Quieren atacar al miliciano, que ha pasado a ser un símbolo de maldad y peor que los traficantes. Hay milicianos que no tienen nada que ver con ”gatonet“ [instalaciones ilegales de internet y televisión por cable], con venta de gas”, explicaba. “Como ganan 850 reales por mes, que es lo que gana un soldado de la Policía Militar o del Cuerpo de Bomberos, y tienen su propia arma, organizan la seguridad en su comunidad.”

Sobre el documento que destripaba las milicias Bolsonaro señaló que era “un informe cobarde, basado en denuncias telefónicas”. Marcelo Freixo, que se acostumbró a recibir amenazas de muerte de estas milicias paramilitares, se vio obligado a abandonar el país durante una temporada junto a su familia.

Ya era precandidato Bolsonaro a las pasadas elecciones presidenciales cuando, en febrero de 2018, volvía a destacar los aspectos positivos de la presencia de paramilitares en los barrios de Río. Esta vez fue en la radio Jovem Pan: “Hay gente que está a favor de las milicias, es su manera de estar libres de violencia. En las regiones donde se paga a la milicia, no hay violencia”.

Pocos meses más tarde pasó algo desapercibida, por coincidir con la vorágine de la campaña electoral, la Operación Cuarto Elemento, en la cual fueron detenidas más de cuarenta personas relacionadas con las milicias de Río. Los policías militares Alan y Alex Rodrigues de Oliveira estaban en esa nómina. Se trata de los hermanos gemelos de Valdenice de Oliveira Meliga, también trabajadora del gabinete de Flávio Bolsonaro. Los presuntos milicianos formaron parte de la seguridad privada de la campaña electoral del senador. Él mismo publicó en sus redes sociales una foto de la fiesta de cumpleaños de los gemelos en 2017 en la cual aparece Jair Bolsonaro.

Esta connivencia con las milicias paramilitares a lo largo de más de quince años, enmarcada en la actualidad en un triángulo policial al margen de la ley –Queiroz, Magalhães de Nóbrega y los gemelos Alan y Alex– siembra cada vez más dudas sobre el presidente y su entorno.

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