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The Guardian en español

Una sucesión de acusaciones, mentiras y desmentidos dejan a Theresa May sin su mayor apoyo en el Gobierno

Amber Rudd era la ministra más cercana a Theresa May en el Gobierno.

Pippa Crerar / Anne Perkins

Londres —

Cuando la semana pasada Amber Rudd aceptó comparecer frente a periodistas políticos durante una comida en Westminster, era su oportunidad de demostrar capacidad de liderazgo.

Pero para cuando el acto se llevó a cabo, los efectos del artículo de The Guardian sobre el escándalo con la generación Windrush la habían golpeado de lleno y la ministra del Interior, como ella misma lo dijo, “solo pensaba en sobrevivir”.

Ya había tenido una semana infernal, obligada a comparecer varias veces en el Parlamento, interrogada duramente por la Comisión de Interior y con innumerables peticiones de disculpas.

Sin embargo, si bien gran parte de los ataques que recibió la ministra en los últimos días fue resultado de lo mal que se manejó el tema de los inmigrantes de la generación Windrush, lo que precipitó su dimisión fue su confusión por la cuestión de los objetivos ocultos de deportaciones de inmigrantes sin papeles.

El momento clave en la caída en desgracia de Rudd fue cuando el pasado miércoles se tuvo que presentar frente a la Comisión para dar explicaciones de sus decisiones y las de su Ministerio.

Casi como algo secundario, la presidenta de la Comisión, la laborista Yvette Cooper, le preguntó por las pruebas de las autoridades de inmigración sobre las pruebas presentadas por el sindicato de funcionarios de inmigración sobre el número de personas que debían ser deportadas del Reino Unido.

“No tenemos objetivos de deportaciones”, respondió Rudd, provocando una serie de acusaciones y defensas, filtraciones de información y desmentidos que acabaron por obligarla a dimitir.

Al día siguiente, se supo que funcionarios de inmigración de su Ministerio sí habían recibido cifras con objetivos. Fue convocada por el Parlamento para clarificar la cuestión. “No estaba informada”, insistió.

El viernes, su defensa se desmoronaba después de que se filtrara a The Guardian un documento interno y secreto del Ministerio del Interior en el que se jactaban de sus objetivos para 2017. Para hacerlo más condenatorio, Rudd estaba en copia entre los destinatarios del documento.

Ocho horas después de que The Guardian preguntara al Ministerio de Interior por detalles del documento –cuando ya en Westminster se especulaba con el futuro de la ministra–, Rudd finalmente dio respuestas sobre el tema en una serie de desafiantes tuits nocturnos.

La ministra insistía en que no conocía el documento que se había filtrado, aunque éste había llegado a su oficina, y que no tenía conocimiento de ningún objetivo específico de deportaciones. “Pero admito que debería haberlo sabido y por eso me disculpo”. Prometió hacer más declaraciones sobre el tema el lunes ante la Cámara de los Comunes. Pero si Rudd pensaba que con eso podía dar por cerrado el tema, se equivocaba.

Sí que había un objetivo: el 10%

El domingo por la tarde, The Guardian publicó otro documento, esta vez una carta que Rudd envió a Theresa May en enero de 2017 en la que contaba a la primera ministra su objetivo de aumentar las deportaciones en un 10%.

Su última defensa había sido que ella tenía la “ambición” de aumentar las deportaciones, pero no un “objetivo”. Cuando este argumento cayó, estaba claro tanto para Rudd como para Downing Street que la ministra debía dimitir.

May confiaba en que su ministra de Interior protegería su legado en el Ministerio, incluso defendería su estrategia de “clima hostil” (contra la inmigración ilegal), y también cuidaría su reputación. Pero al final mantenerla al frente de la cartera era más perjudicial que dejarla partir. Ahora que ha perdido su escudo humano en Interior, la primera ministra está más expuesta que nunca.

Rudd, una apasionada defensora de permanecer en la Unión Europea, impresionó a sus colegas proUE en los debates durante la campaña por el referéndum, especialmente con una fulminante respuesta a Boris Johnson que quedó para el recuerdo, y luego se convirtió en una poderosa voz en el Gabinete para aquellos que defendían la permanencia en la UE.

Pero si bien se sentirá su ausencia en la mesa de ministros, con su delicado equilibrio de defensores y detractores del Brexit, la realidad es que Rudd pasa a la segunda fila política sabiendo muy bien los puntos débiles del Gobierno.

Rudd fue parte del comité de guerra del Gabinete sobre la separación de la UE, lideró el trabajo del gobierno sobre la política inmigratoria tras la separación y fue una garantía para aquellos que querían un Brexit más suave, especialmente en el 10 de Downing Street. Hasta ahora, Rudd ha sido inquebrantablemente leal a la primera ministra, pero quizás no tenga tantas ganas de serlo fuera del Gabinete.

De candidata presidencial a retirada

Hace menos de dos semanas, el mayor tema entre Rudd y Downing Street era si la ministra debía o no ser candidata en la próximas elecciones. Incluso en el peor momento de este último fiasco, muchos pensaron que Rudd podría sobrevivir al escándalo, sobre todo porque seguía teniendo el apoyo de muchos miembros de su partido con quienes les une una amistad personal.

Su fortaleza al presentarse a un debate televisivo durante las elecciones generales del año pasado, algo que la propia May se había negado a hacer, justo 48 horas tras la muerte de su padre, le ganó el respeto de muchos diputados de toda la Cámara.

Su historia personal es la de una mujer que siempre quiso llegar a la cima. Su padre era un corredor de bolsa, su hermano Roland, un líder de la campaña antiBrexit y un experto ejecutivo en relaciones públicas, y además ella estuvo casada durante cinco años con el fallecido AA Gill, e crítico de cocina, con quien tuvo dos hijos. En los artículos que él escribía se refería a ella como la Cuchara de Plata (por sus orígenes privilegiados).

Su historia es la típica de muchas mujeres que David Cameron llevó como candidatas para simbolizar su programa de modernización: colegio privado, universidad, una breve carrera en el sector financiero y una reputación para hacer contactos. El cineasta Richard Curtis, que la contrató para reclutar extras para la película Cuatro bodas y un funeral, quedó sorprendido por la cantidad de duques que Rudd conocía.

Su encanto y energía la llevaron a ocupar el escaño de Hastings en 2010 y 2015. Cuando May llegó al Gobierno, Rudd fue uno de los ministros que destacó. Era perfecta para el proyecto de May: construir un equipo de mujeres líderes. Rudd llegó al Ministerio del Interior. Con Johnson en Asuntos Exteriores, May había ubicado a sus rivales más obvios en puestos de los que rara vez salen primeros ministros.

La lealtad es una de las características políticas que definen a Rudd. Pero no es servil, y las personas que pueden forjar su futuro confían en ella. Dentro del angustiado equipo que llevó adelante la campaña de 2017, Rudd alcanzó su plenitud, proyectando una imagen cálida y auténtica, en contraste con la torpe introversión de May. Y el 9 de junio, Rudd fue la que salió mejor parada del desastre electoral.

Tal era la confianza entre Rudd y May, que empezó a circular el rumor de que la primera pasaría a ser ministra de Hacienda. En un gesto de simbolismo histórico, la segunda primera ministra nombraría a la primera canciller de Hacienda.

Pero Rudd comenzó su segundo año como ministra del Interior, un puesto en el que el éxito consiste en impedir que pasen cosas. Para Rudd, esto fue especialmente difícil. Nadie que la conozca piensa que ella cree en la ambición de May de recortar la inmigración neta hasta llegar a menos de 100.000 personas.

Hasta hace dos semanas, Rudd era vista mayormente como una liberal oprimida por las exigencias de la seguridad del Estado y por la tendencia de la primera ministra de comenzar cada conversación con la frase: “Cuando yo era ministra del Interior…”

Fuentes del Gobierno afirman que Rudd estaba intentando adoptar una perspectiva parecida a la de Tony Blair con respecto a los crímenes violentos: “Medidas duras contra el crimen y contra las causas del crimen”. Sin embargo, cuando lanzó su estrategia, acabó admitiendo que no había leído su propio informe sobre el impacto del recorte en la policía. Ahora, además de haber perdido su empleo, es difícil pensar que su reputación de líder liberal pueda sobrevivir al escándalo de la generación Windrush.

Traducido por Lucía Balducci

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