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Análisis

La incapacidad de Netanyahu de comprender la ira por el asalto judicial expone sus debilidades internas

Manifestantes israelíes contra el gobierno de Netanyahu en Tel Aviv el pasado 27 de marzo.

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El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, mantuvo al país en vilo durante todo el día, pero cuando por fin anunció la suspensión de la reforma judicial propuesta por su Gobierno, lo hizo con un discurso teatralizado. Netanyahu, de 73 años, comparó la grieta sin precedentes que divide a Israel con el juicio del rey Salomón que, cuando dos mujeres afirmaban ser la madre de un bebé, ordenó cortar por la mitad al niño para descubrir quién era la madre real. Sin embargo, por mucho que lo intente, Netanyahu no está jugando el papel del sabio rey de la antigüedad.

De hecho, la última crisis política de Israel es, una vez más, obra exclusivamente suya. Bibi, como se le conoce, ha ganado algo de tiempo al postergar hasta la sesión de verano de la Knéset la implementación de la controvertida ley que debilita el poder del Tribunal Supremo, pero la cuestión está lejos de resolverse.

La incapacidad del primer ministro de comprender la magnitud de la hostilidad pública hacia los planes antidemocráticos, junto con sus esfuerzos por persuadir a los integrantes más combativos de su coalición para que presionen a favor de los cambios, también ha puesto de manifiesto una debilidad que antes no existía.

“Esto nunca le habría ocurrido al antiguo Bibi, que nunca habría permitido que se llegara a este punto, en el que se encuentra fuera de control”, dice Anshel Pfeffer, biógrafo de Netanyahu y articulista de Haaretz, el periódico de referencia en Israel.

“Siempre consideré a Bibi como alguien capaz de leer al público y a la opinión pública y que sabe cómo manipularlos. Ahora está fracasando terriblemente en cosas en las que suele ser bueno”, opina.

En parte, la falta de voluntad de Netanyahu para abordar la oposición, nacional e internacional, a la reforma judicial se debe a que, para él, no es un objetivo candente. Los principales impulsores de los cambios son su colega del Likud, el ministro de Justicia, Yariv Levin; y el diputado de Sionismo Religioso Simcha Rothman, que preside la comisión de Derecho y Justicia de la Knéset. Ambos tienen un odio ideológico de larga data hacia el más alto tribunal de Israel, al que consideran demasiado poderoso y con tendencia a ir en contra de la derecha.

Si bien es cierto que las propuestas podrían ayudar a Bibi a evitar ser condenado en el juicio por corrupción que está en curso –en el que niega todos los cargos–, las medidas, aunque de gran alcance, no son algo por lo que esté dispuesto a sacrificar su carrera. Guarda un rencor personal contra el sistema judicial y teme ir a la cárcel, pero este superviviente político sabe mejor que nadie que son muchos los caminos que conducen a Roma.

Desde que volvió a jurar el cargo a finales de diciembre para su sexto mandato como primer ministro, Netanyahu ha realizado cuatro visitas de Estado a capitales europeas. Muchos consideran estas visitas como una forma de escapar del drama que se desata en su propio país. A Netanyahu le irrita que tanto los miembros más radicales de su coalición como el movimiento de protesta ocupen tanto espacio en la agenda política y mediática, en lugar de los temas que a él le preocupan, como Irán.

Pero habiendo traicionado a amigos y colegas en el pasado, el hábil negociador se ha quedado sin aliados a los que recurrir. Se ha publicado que Bibi pasó varias semanas intentando llegar a un acuerdo con la oposición, pero abandonar a sus revoltosos socios de extrema derecha y formar un nuevo Gobierno sin necesidad de elecciones no es una opción por el momento. Nadie confía en él y la opinión pública ha reavivado su pasión por el proceso democrático, por lo que es poco probable que a Bibi le vaya bien si Israel acude pronto de nuevo a las urnas.

En lugar de eso, parece que el primer ministro tendrá que seguir saliendo del paso, manteniendo intacta su coalición a pesar de las exigencias contradictorias que provienen desde dentro y fuera de la Knéset. En apenas tres meses, su variopinta coalición de racistas y criminales ya ha dañado la economía de Israel, ha mancillado su reputación internacional y ha exacerbado las tensiones con los palestinos y el mundo árabe en general.

Si finalmente es declarado culpable por corrupción, Netanyahu no sería el primer dirigente israelí condenado por un delito pena . De todas maneras, a estas alturas su legado ya está mancillado.

Traducción de Julián Cnochaert.

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